En este siglo XXI ninguna mujer debería sentirse con la obligación de escribir un artículo defendiendo la igualdad y denunciando la lacra del machismo. En este siglo XXI ningún hombre inteligente y cabal debería minimizar los efectos del machismo y el miedo al hombre al que va asociado.
Vuelve marzo. El 8 de este mes saldremos muchas y muchos a la calle. Habrá de nuevo grandes manifestaciones. Los partidos políticos (desde que la extrema derecha tiene representación ya no serán todos) se blindarán juntos y denunciarán esta lacra de la convivencia entre iguales. Y yo me pregunto: ¿para qué?
¿Para tener voz? ¿Qué voz es esa que no se la oye ni se la escucha? ¿Para que se nos vea? ¿Qué visibilidad es esa que permite justificar lo injustificable? ¿Para denunciar atropellos y distinciones desfavorables? ¿Qué denuncias son esas que no han conseguido erradicar los abusos, la discriminación y la banalización del machismo?
El 8 de marzo se saldrá a la calle a reivindicar igualdad, paridad y justicia. Y de hoy al 8 de marzo podremos estar contentos si no ha habido ninguna otra victima de violencia de genero. Si no ha habido ningún otro desgraciado, cobarde, salvaje y cruel espécimen macho que haya atemorizado y matado a su pareja, a su hija , a su madre o a cualquier hembra que considerase suya por alguna razón, sea esta del calibre que sea.
Nadie, ni señor ni señora, debería tener que escribir defendiendo la obviedad de la igualdad social, económica o familiar entre hombres y mujeres. Ni una sola palabra debería ser necesaria poner negro sobre blanco para defender que hasta aquí: que ya está bien de machismos encubiertos, sandeces permitidas, improperios banalizados y gilipolleces dadas por buenas.
¡Ya está bien señores y señoras¡! Ya está bien¡ Resulta perverso y cainita que la premisa de la igualdad tenga que defenderse una y otra vez en todos los foros imaginables para que, cual lluvia fina persistente, vaya calando y tenga algún efecto práctico en el traslado que toca en la sociedad.
Y no se trata que la lengua deba adaptarse al genérico en femenino. No. No se trata de nada de eso. Es mucho más que eso. El “todos” en masculino me incluye, pero la retribución económica, el reconocimiento público, el respeto a mi persona y la negociación en cualquier ámbito ( doméstico o no) que no sea de igual a igual sí me expulsa del grupo.
Es tan triste, ofensivo y estéril lo que ves, lo que sabes, lo que percibes o lo que te cuentan sobre el trato a las mujeres que la indignación no se acaba nunca. Hay tantas realidades de abusos y supremacía de poder que se hace (y eso es terrible) tarea imposible mencionar y reivindicarlas todas.
Yo ya no quiero hablar de igualdad, ni de Mee Too, ni de paridad, ni del 8 de marzo. Quiero hablar de justicia.
Quiero que los machistas sean señalados por la calle y estigmatizados, quiero que se avergüenzen de serlo, quiero que ni sus madres, ni sus hermanas, ni sus esposas, ni sus hijas callen, lloren y se sometan. Quiero que la sociedad los aísle y campen solos y arrinconados lamiéndose su pena y su error. Quiero que esas actitudes y conductas anacrónicas, injustas e inaceptables en una mundo igualitario desaparezcan y que nadie a nivel privado (en público muchos ya no osan) justifique ninguna actitud de supremacía por una cuestión de genero.
En este siglo XXI, solo la ignorancia, el anacronismo, la pobreza espiritual, la falta de salud moral y la ausencia de inteligencia pueden convivir con esos patrones de mentecatos egoístas.
Solo cuando esa base de paridad, justicia, respeto e inteligencia sea intrínseca a la sociedad habremos mejorado y evolucionado como individuos. Mientras no lo hagamos de manera tajante y contundente seamos todos conscientes que seguiremos colaborando a mantener el machismo y en consecuencia a su análogo e indisoluble y asociado estigma: el miedo.