La banalización del discurso político en el debate de este lunes habrá dejado al votante indeciso en el limbo y a la espera de decidirse en el último minuto, haciendo cola en su colegio electoral. ¿Es eso culpa de los políticos o consecuencia de lo que se llama sociedades líquidas y relativizadas? No fue un debate como para generar nobles pasiones políticas ni puede decirse que hubiera un ganador y un perdedor. Si acaso Pedro Sánchez puede optar al diploma de insustancialidad teniendo en cuenta que está gobernando aunque sea en funciones y que confundió el debate con la lectura de listas de promesas que pronto se olvidan, hasta otro debate electoral. En la célebre tesis del “homo videns” ya se describían los riesgos de la video-política. Como elemento para la sátira, cuidaban del uso del tiempo unos controladores de la Federación de Baloncesto.

Tal vez todo discurría para convencer o atraer el voto del “homo videns” que, masticando porciones de pizza en el sofá, iba a considerar más las imágenes que los argumentos del debate que estaba presenciando. Eso debían tener “in mente” los candidatos agitándose en réplicas y gestos que se encrespaban y luego se focalizaban en otra dirección, en busca cada vez de un segmento del electorado. Como era de prever, la centrifugadora “post-procés” acabó triturándolo casi todo, pero el “homo videns”, por una vez interesado vagamente por la política recreativa, no tuvo la oportunidad de entender lo que pasa en Cataluña.

De economía no se habló lo suficiente pero quedaron claras las posturas de los dos bloques. Ahí Casado echó mano de la experiencia de gobierno del PP pero Sánchez eludió echar mano de la suya, aunque el PSOE haya tenido sus buenos momentos. Como de costumbre, Pablo Iglesias habló de una economía que, por suerte, no existe.    

Demasiadas veces, como este lunes, ocurre que la televisión no enriquece la política sino que la mengua. A menudo ganan esos debates los candidatos más efectistas, los más ocurrentes y eso no demuestra capacidad de gobierno. Considerada como espectáculo, la política se despoja de carácter y simplifica lo inteligible. Ayer el debate transcurrió sin novedad en el frente, salvo que Abascal obtuvo la investidura de político que no se come a los niños. Rivera dijo que sí se puede y a continuación los analistas se empacharon de vacío en tertulias de noche larga.