En unas horas conoceremos finalmente la sentencia del Tribunal Supremo; cualquier especulación resulta ya baladí. Es el momento de mirar hacia adelante, aunque no faltarán quienes sigan empeñados en caminar con la cabeza del revés, mirando hacia el pasado. Llegó la hora de reivindicar un futuro colectivo de convivencia. Si en algo ha habido coincidencia en los últimos días es en la afirmación de que es la hora de la política, el momento de gestionar con sensatez la sentencia, a un lado y otro del Ebro, en Barcelona y Madrid. Después de un proceso impecable y escrupuloso, televisado en directo, del que ha sorprendido incluso la discreción y el hermetismo con los que se han llevado las deliberaciones finales, roto --solo en parte-- en la última semana. Se acabó el procés en sentido estricto, el del juicio. ¿Cómo se llamará este nuevo periodo que ahora se inaugura?

En un país en el que contamos con tantos entrenadores de futbol capaces de hacer y deshacer alineaciones como aficionados, podremos asistir de inmediato a la conversión en expertos juristas de millones de ciudadanos. El martirologio de unos y el ánimo de venganza de otros pueden cerrar el paso a la política e impedir que se exploren salidas adecuadas. La constante apelación al ámbito de los sentimientos dificulta cualquier diálogo y enturbia el razonamiento político. Es evidente que tenemos una carencia general de inteligencia emocional, eso que Daniel Goleman definió como “la capacidad de reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones para dirigir nuestras conductas a objetivos deseados, lograrlo y compartirlos con los demás”. Un déficit que impide mantener relaciones más respetuosas y dialogantes con el resto. Los presentes son tiempos de frustración o amargura para unos y de irritación para otros. No será fácil salir de este dilema, pero intentarlo es responsabilidad de todos. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero también acorta plazos, es un concepto relativo que cada cual gestiona a su manera y como puede.

Asistiremos estos días a una cascada de declaraciones, desde todos los sectores y ámbitos de la vida política, sindical, económica, cultural… y de todos los matices. Será difícil, para quien lo intente, nadar entre dos aguas. Lo sensato sería dejar de utilizar Cataluña como arma arrojadiza en pleno periodo electoral, entrar sin temor a debatir los temas de fondo que nos han arrastrado hasta este cenagal y abordar las grandes preocupaciones de los ciudadanos en tiempos que se anuncian borrascosos. Pero, sin duda, la declaración más importante será la que emane del Parlament de Cataluña, por su alcance y contenido.

Quim Torra ha trasladado allí el escenario solemne del momento de la reacción oficial. Pero lo que ha hecho es pasarle el muerto a ERC y más concretamente al presidente de la institución, Roger Torrent, que en función del redactado de cualquier resolución final podría ser imputado por un delito de desobediencia y pretender que otros hagan lo que él quizá no se atreve a hacer. Una muestra más asimismo de ese conflicto inacabable que rige las relaciones entre ERC y JxCAT. La demonización del adversario también tiene su traslación dentro del independentismo. Cuesta creer que podamos asistir a una nueva proclamación de la república de los ocho segundos de hace dos años: justo el tiempo que tardó en transitar hasta la frustración el júbilo de las personas que esperaban ante las puertas del Parlament.

A este guiso conviene quitarle sal gorda. Conocida la sentencia, vendrá un periodo de hacer cábalas sobre el tiempo de prisión que les queda por cumplir a los principales procesados, el momento de poder aplicar el tercer grado penitenciario, la posible reforma del Código Penal o la reclamación de una amnistía. Sólo faltaría ver de nuevo aquello de “¡Libertad, Amnistía y Estatut de Autonomía!” a la salida del franquismo. Lo único que parece claro es que la inhabilitación que conlleva la sentencia no tiene reducción de pena. A Carles Puigdemont le espera, previsiblemente, una activación de la euroorden de detención. Por su parte, Oriol Junqueras ya ha dicho que “seguiré haciendo lo mismo aquí y fuera, con cargo o sin cargo”. Siempre le quedará la posibilidad de hacer como Xavier Arzallus en el PNV: presidir ERC, ejercer su autoridad y, desde el pragmatismo que parece tomar cuerpo en su formación, dirigir las negociaciones o conversaciones que pueda haber con Madrid.

¿Y eso que genéricamente se conoce en Cataluña como Madrid? Sin duda, dependerá mucho de la actitud que adopte el independentismo, pero en la capital se respira un tufo de retroceso que no permite ser muy optimista. Esta batalla la ganará quien tenga la inteligencia y capacidad suficiente para construir un relato --¡maldita palabra!-- que atraiga a los ciudadanos, sean de donde sean, con un proyecto de futuro convivencial, supere frustraciones, lime asperezas y evite generar falsas expectativas desde el más puro realismo. El resultado electoral del 10N será decisivo. Casualmente, el fallo de la sentencia se conocerá casi simultáneamente con la proclamación de candidaturas por la Junta Electoral. Con los presos inhabilitados, las listas no podrán ser iguales. Un dato que no es menor.

Hasta las elecciones, por lo menos, nos esperará en Cataluña eso que se ha llamado “movilización de baja intensidad”. Alguien ha hablado de ser “la gota malaya” del Estado. En todo caso, un clima enrarecido y de prevención. La participación en los comicios --en Cataluña fue casi dos puntos más que en el resto de España el 28A-- permitirá medir el índice de polarización y el reequilibrio de los resultados en cada bloque. Después, hará falta mucha inteligencia emocional por doquier.