¡Ay que largo se nos va a hacer este mes que queda a hasta las elecciones! Aún no llegó el invierno y el suelo está ya muy resbaladizo. Cualquier patinazo es aviso de batacazo y es general el riesgo de deslizamientos. Si no que le pregunten a Albert Rivera, porque si en algo coinciden las encuestas que vamos viendo es en el descalabro que amenaza a Ciudadanos, cosa que su líder se ha ganado a pulso y con denodados esfuerzos. Apuntan asimismo una abstención diez puntos más que el 28A, aunque a falta de cinco semanas para ir a votar se prevé que pueda reducirse. Está todo tan fragmentado a izquierda y derecha que los expertos se resisten a hacer proyecciones de escaños, con tres formaciones en cada bloque tras la irrupción en liza de Iñigo Errejón.
Vivimos cada semana como una sucesión de sobresaltos. Artur Mas salió el domingo del sarcófago para pregonar que “el Estado prepara el terreno para, algún día, llegar a ilegalizar a los partidos independentistas”. Por su parte, Quim Torra conmemoró el aniversario del 1-O diciendo que aquella fue una jornada en que “la sociedad catalana plantó cara a la barbarie del Estado español”. Estos días sabíamos también que el Ayuntamiento de Barcelona ha pedido que se impute a otros 28 mandos de la Policía Nacional, porque “no permitiremos que la barbarie del 1-O quede impune”, según el concejal de Derechos de Ciudadanía de Los Comunes, Marc Serra. La coincidencia es curiosa. ¡Qué barbaridad, como estamos! No tengo conciencia, por cierto, de que Jaume Collboni o, por extensión, el PSC hayan introducido algún matiz a esta acción de sus socios de gobierno en la corporación barcelonesa. Precisar algunas cosas o pronunciarse frente a otras, ayudaría a clarificar el panorama entre una ciudadanía que vive instalada en la incertidumbre, como si el día a día de cada cual y la vida política fueran dos realidades, ya no paralelas, sino cada vez más bifurcadas y alejadas.
Cataluña vuelve a estar en el centro de la campaña electoral y se espera previsiblemente para estos días la sentencia del Tribunal Supremo, sin que sepamos en que se traducirá esa “desobediencia civil e institucional” que pomposamente se proclamaba en el Parlament hace unos días cuando llegue la sentencia. Todo apunta a que se conocerá en breve, aunque haya votos particulares que tampoco afectarían previsible y sustancialmente al fondo de la misma. Prorrogar su fallo y, con ello, la prisión provisional de los políticos presos enrarecería aún más las cosas, aunque técnicamente fuese posible. Después de un proceso impecable, supondría un gran patinazo pretender que la Sala Penal del Supremo asumiese además la responsabilidad de adoptar decisiones con más calado político que procesal. Sería difícil de entender incluso fuera de España, a sabiendas además de que puede haber un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
En estas circunstancias, con Albert Rivera asido al artículo 155, aunque levantando vetos, y Pablo Casado moderando el tono con apelaciones a la gobernabilidad y rumores crecientes de una posible abstención si vuelve a ganar Pedro Sánchez, como parece previsible, la pelea por los votos se librará en el centro sociológico. El PSOE ha endurecido el tono frente al independentismo catalán, pero corre el riesgo de tener que envolverse en la patria y la bandera para acudir a la Plaza de Oriente en Madrid a proclamar su españolidad.
Algún barón socialista ya ha manifestado que “es en el centro por dónde podemos crecer”. Pero, lo que se gana por un sitio, puede escaparse por otro. Ahora bien, según podía leerse ayer mismo en El País, la percepción entre dirigentes socialistas es que “la movilización de la izquierda, que no se percibe por ningún lado, podría llegar con la exhumación de los restos de Franco”. Un auténtico oxímoron: ganar votos con Franco. Una gran cortina de humo para contentar a unos pocos y una verdadera pesadez ahora que va a cumplirse, el 20N, diez días después de las elecciones, el 44 aniversario de la muerte del dictador. Superados tantos años de tribunales de excepción y silencio impuesto, lo mejor sería seguir el consejo de Gabriel Celaya: “¡Basta de Historia y de cuentos! / ¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a sus muertos”. Y que nos dejen en paz, los unos y los otros, con esta monserga de la exhumación de los restos del difunto Caudillo.
Este es un país de antipatizantes, como se definía hace años Fernando Savater aludiendo al nacionalismo vasco. En tiempos de Franco, mucha gente se definía apolítica para no significarse como eventual desafecto al Régimen. Ahora, parece que nos empujen cada vez más a votar en contra, sea por animosidad o por eliminación. A finales de septiembre, el INE admitía que casi medio millón de españoles habían pedido que les quitasen del censo que entregan a los partidos para no recibir propaganda electoral. El hecho, al margen de la dimensión, no deja de ser un acto voluntarioso. Según la última encuesta del CIS, los partidos, los políticos y la política es uno de los tres primeros problemas para el 45’3% de los españoles. Habrá al menos que reconocer el mérito de Iñigo Errejón por querer liderar el hartazgo, aunque sólo sea el de la izquierda o de una parte de la misma. Ya veremos cómo y a quién afecta más su bizarro esfuerzo.