El desacuerdo en política tiene un prestigio paralizante. Y ahora mismo, si trasladamos este desacuerdo a la polémica pendiente entre Iglesias y Errejón, veremos cómo los hechos han sido desplazados por las interpretaciones. A ambos puede aplicárseles el principio de los clásicos, “protégete de lo que deseas”, pero aceptando ya lo poco que se espera de Iglesias, el hombre que desconoce el arte de convertir los problemas en soluciones. Íñigo y Pablo entran en el ring de los floretes, mientras en el fondo del pasillo central, Pedro Sánchez exclama, cómodamente instalado: no hay que tomar el poder, solo recogerlo. El desencuentro viene de la derrota de Íñigo en las primarias de Podemos en 2017; desapareció la secretaría política que tenía hasta entonces y fue nombrado secretario de análisis estratégico y cambio político. El año pasado presentó su candidatura a la Comunidad de Madrid, y anunció su escapada de la mano de Manuela Carmena, la mentora que le metió en la cabeza que “en política, hay que saber tanto lo que tú puedes hacer bien como lo que otros pueden hacer mejor".
Íñigo se doctoró en Ciencias Políticas en 2006; es hijo de un alto funcionario del Estado, José Antonio Errejón Villacieros, que militó en el Partido del Trabajo de España (el PT), y posteriormente fue uno de los firmantes del Manifiesto de Tenerife (el nacimiento de Los Verdes). Su madre, María Ángeles Galván, es bióloga, feminista y activista. En 2015, Íñigo había hecho lo más difícil: ser el jefe de campaña de Podemos en las elecciones generales del final de 2014, bajo el lema Remontada, contradiciendo los bajos pronósticos demoscópicos. Pisó el Congreso y ocupó el escaño aquella mañana del triste momentum progre de lo más cañí. Desde aquel día, el niño encerrado en un cerebro ordenado afila sus espolones de galló de pelea, cuando dice: "Creo que no hay que construir fuerzas para hablar a la izquierda, sino para hablar al conjunto del pueblo español".
No hay duda de que, en su interior, habita un corazón caudillista, hijo de aquel marxismo-populista de Ernesto Laclau. Tal vez sean sus desvelos americanos, en Buenos Aires, Caracas o La Paz, o tal vez haya rehabilitado su marxismo primigenio de los aparatos ideológicos del Estado (Althusser o Harneker), hasta situarlos en la revolución tranquila de Ortega y Elias Canetti. Más bien eso último. Pero el pueblo no es una unidad (lo sabemos bien los catalanes no soberanistas); nadie le habla al pueblo sin convertirse en un autócrata, más tarde o temprano; es así, del mismo modo que la investigación no es la ciencia, ni el mapa coincide con la nación. De lo contrario, “morirían la ciencia y la cartografía” (Borges; El Hacedor; Emece Editores).
El nuevo partido, Más País, tiene garantizado ya su concurso en Madrid, además de Valencia y Zaragoza. La gran incógnita es qué papel asumirá en Cataluña y especialmente en Barcelona, donde están en juego 32 escaños en el Congreso y donde manda Ada Colau, la amiga de Carmena, pero no de Errejón. Las peleas de la izquierda son cultura y leyenda al mismo tiempo. Sus líderes saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. Dan la redención por sobreentendida, mientras se abandonan a la guerra de egos, confundiendo la negociación con una “partida de Risk en la que cada uno se cobra una pieza del otro” (dice Íñigo en una entrevista de Ignacio Escolar). Y remata como el rey descalzo, delante de Versalles: "Me da un poco igual quién rompiera cuántos platos” entre Sánchez e Iglesias, “lo importante es quién los paga".
Si compleja es la relación entre las diferentes banderas de la izquierda, mucho más lo son las miradas desde el centroderecha sobre la dupla Iglesias-Errejón. Muestran un papanatismo alarmante. Dedican sin rubor las mejores palabras a Iglesias para dejar a Pedro Sánchez a los pies de los caballos. Estas voces le llaman sensato y constructivo al líder de Unidas Podemos, un político con mayor “institucionalidad democrática” que el mismo presidente del Gobierno en funciones. Por su parte, Íñigo Errejón entra en liza por la puerta que conduce al inmerso laberinto legislativo de su gente, las mil flores y mil colores ideológicos, repartidos entre las cámaras autonómicas, el Congreso y el Senado, las diputaciones y los consistorios municipales. Pero atención, ese mundo, más de pasillo que de Hemiciclo, vive condecorado y ostenta principios sobados, “ideológicamente monótonos e incapaces de inventar”, escribió Michel Foucault a la vuelta de aquel mayo, más recordado que vivido.
Esperaremos que Íñigo cruce el umbral con mensajes de optimismo y rompa el bucle de Pablo, esteta del resentimiento contra el PSOE, protegido por un republicanismo mal entendido e históricamente ultrapasado. El nuevo de Más País pisa la arena de la verdad. Las dos vías de la izquierda nacida del 15-M distancian a los que están en política para gobernar algún día (Errejón) de los que se dedican a salvaguardar valores (Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero), sobrados de vanidad intelectual y convencidos de que les llevaremos al poder en volandas. Sin embargo, lo primero que les pedimos a estos segundos es que se olviden de las cunetas del ¡Viva la Muerte! y asienten la memoria de los que sufrieron cautiverio y calvario en la hemeroteca sabia de Paul Preston, el gran hispanista y emérito de la London. Y, si es posible, que repongan aquel encuentro emotivo y humano de 2014, en el Teatro del Barrio, en Lavapiés, en vez de ir de gallitos, rodeados por el frufrú de enaguas que les circundan.
De lo contrario, los que tanto gustaron en aquel ¡va por tus libertades! o en el Madrid que bien defiendes nunca se harán mayores. “Emprende solo los negocios que te permitan dormir de noche”, dice la herencia moral de Buddenbrok a su hijo.