Tras las elecciones de abril estaba claro el final. Elecciones. No se precisaba ningún doctorado ni ningún máster para llegar a esa conclusión. Eran los mismos resultados que en los comicios de 2015. Y, ¡oh casualidad!, el partido ganador con el mismo número de diputados, 123. En 2015 el PP sacó 123 diputados. En 2019 el PSOE sacó 123 diputados. Todo igual. Pues a las urnas. Crónica Global lo adelantó en julio, cuando la presidencia del Congreso señaló el día de la investidura. Estaba claro. Investidura fallida, elecciones seguras. Así se predijo en esta página y así ha sido. Sin necesidad de copiar ningún doctorado.
Ya tenemos fecha, el 10 de noviembre. Y seis meses perdidos para llegar al principio. Algo falla en este sistema. No se puede tener un país paralizado durante tanto tiempo. Cambien las leyes, cambien el reglamento del Congreso, cambien lo necesario para no repetir esta parálisis del país. O llegaremos a la conclusión que es mejor estar sin Gobierno. Y sin Congreso. Por lo menos no se gastará dinero en sueldos de diputados y en sus inservibles comisiones. Demuestren que quieren servir al ciudadano, no mirar a sí mismos y cobrar. No hay Gobierno, pues que no lo haya, los diputados cobran igual. Un poco de vergüenza, por favor. A algunos diputados no les ha dado tiempo a conocer el Congreso, pero a cobrar sí.
Pues ya estamos en campaña, en elecciones. Se lo dijo el Rey a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. No hay candidato. Vayan a votar. Pues a votar. ¿Y quién es el responsable? Los líderes de los partidos no asumen responsabilidad. Se echan la culpa unos a otros. Pero han fracasado todos. A lo mejor sobran todos. Pero todos vuelven a presentarse, seguro. Atacando al contrario. Cuando deberían atacarse a sí mismos y largarse. Paso a otros líderes, que estos son unos inútiles. Demostrado queda. No se entienden. No ya entre contrarios, sino entre los de la misma tendencia. No hay feeling. Ni siquiera entre Pedro y Pablo.
¿Hubo alguna vez acuerdo entre ambos? Nunca. El Gobierno de coalición no existió. Bueno, existió durante una hora. El tiempo que pasó entre la oferta del PSOE a Podemos de una vicepresidencia y tres ministerios y la respuesta precipitada de no aceptar de Podemos. ¡Qué error de Pablo y Podemos! Y más todavía. ¡Qué error de Pedro y el PSOE! Podemos dijo no, por no pensarlo bien, y el PSOE respiró aliviado. Y Pedro estiró sus largos brazos expirando hasta el último soplo de aire. La que le hubiera caído a Pedro con Montero de vicepresidenta y tres ministros de Podemos. Inenarrable. Insufrible. Hubiera sido inaguantable. Hubiéramos ido a elecciones en mayo, seguro. Pero Iglesias no aceptó. No se le olvidará en la vida, ni se lo perdonará en tres vidas. Pedro respiró. Fin de la posibilidad de un Gobierno conjunto.
Ni Pedro, ni la mayoría del PSOE, quisieron nunca un Gobierno de coalición con Podemos. Nunca. Fueron errores de los socialistas, de algunos, sólo de algunos pocos. Que lo pagarán ahora en las listas. Porque, a su vez, fueron los errores de Podemos los que salvaron a los socialistas. Nunca creyeron en ese Gobierno. Nunca lo quisieron. Milagro. De milagro se salvaron. Pedro siempre quiso la última propuesta hecha en septiembre. Acuerdo programático y pacto parlamentario. Y algún dirigente en alguna institución. Nada más. Absolutamente, nada más. Como Podemos seguía pidiendo un Gobierno de coalición, Sánchez le ofrece incorporar independientes, pero “nunca dirigentes de este partido”. De ahí ya no se pasaba. Se le había ido a Podemos la gran oportunidad de entrar en el Gobierno. Y el PSOE había despertado a tiempo.
La oferta de una vicepresidencia y tres ministerios de Sánchez a Podemos estuvo precedida de fuertes tensiones en el PSOE. Muy duras. Fue un grave error para muchos dirigentes. Y encima Irene Montero de vicepresidenta. ¡Qué error!, se repetía en el PSOE. “Se va a hacer con la imagen del Gobierno y va a eclipsar a Calvo”, se decía entre los socialistas. Pero respiraron cuando Iglesias dijo no. El error cambió de partido. Cuando recibieron el documento de propuestas por parte de Podemos, entonces respiraron a tope en el PSOE. De la que se habían librado. Fin al Gobierno de coalición. Toca respirar. “Nos libramos de una buena”, comentan todavía hoy algunos diputados socialistas. Y en Moncloa se frotaron las manos. Y comentan que Redondo exclamó: “¡Qué torpes han sido! No me lo creo”.
Ahí terminó la opción de Gobierno. Fin a la posibilidad de un Gobierno de coalición. Ganaron en el PSOE los partidarios del no a esa fórmula, incluido Pedro Sánchez, que no la quería. La última propuesta fue de chiste, de risa para los socialistas. Nada de Gobierno juntos, nada de Gobierno temporal. Se pasó la oportunidad de Podemos y de Iglesias. Gran error. Y llegamos al final o al principio, pues ya hay elecciones. A pelear. ¿Y qué se hará el 11 de noviembre? ¿Y si, incluso mejorando, nadie quiere pactar con Sánchez? ¿Dimitirá? Grave problema.
Si se repiten las cartas de forma parecida tendremos una grandísima crisis política en el país. Mayor que la actual. Pedro cree en las encuestas y en su amigo Tezanos, que dirige el CIS y le augura un fuerte crecimiento. Si aumenta el número de diputados el pacto será, en principio, más fácil y conseguirá un añadido más. No dependerá de los votos de ERC pues, tras la sentencia a los políticos catalanes, será complicado contar con su apoyo. El otoño se prevé calentito. Mejor tener autonomía para gobernar. Habrá que mejorar en las urnas. Habrá que mejorar en la opinión pública que, cada vez más, considera que estos políticos son unos inútiles. Que no dan la talla. Votar, esperar y ver. El futuro llama a la puerta de los ciudadanos.