Las incógnitas se resuelven de una en una, tanto en matemáticas como en política. Sobre todo cuando se trata de un problema o un análisis factorial multivariable, como es el caso de nuestra realidad catalana y española. Así, el miércoles, en un primer acto de esta tragicomedia que estamos obligados a contemplar como espectadores pasivos y un tanto atónitos, sabremos cómo ha ido la Diada el 11 de septiembre. Algo es algo, aunque sea por mera curiosidad. Al margen de cuanta gente participa, puede haber curiosidades muy específicas: por ejemplo, saber cuánta gente acude a la hongkonesa, con el correspondiente casco amarillo. Hasta podrá seguirse con embeleso la glosa –que se supone loa—de Josep Guardiola a la capitana Carola Rackete y el director de Open Arms, Òscar Camps, en la entrega de la medalla de honor del Parlament categoría oro por su tarea humanitaria. Se supone que con todos los grupos parlamentarios haciendo de palmeros. Será que no tenemos nada mejor que hacer.

En esta democracia –la que tenemos-- que algunos se empeñan en colocar sistemáticamente al borde del ataque de nervios, las cosas se resuelven poco a poco, paso a paso. La semana que viene, con un poco de suerte, conoceremos en un segundo acto si Pedro Sánchez acepta un encargo del Rey para formar gobierno o bien si decide por “hacer un Rajoy” y dar la espantada. Lo importante como espectador es no confundir escenario con realidad. Si acaso, el nominado de momento, puede ir construyéndose una realidad propia, al margen de las convicciones, si es que las hay, y de los propios actos. En el fondo, el olvido del interés general o del bienestar colectivo está en el origen de lo que está pasando ante nuestras narices.

Voltaire remataba sus cartas con la expresión “¡Écrasez l'infâme!”, para destacar su indignación contra la Iglesia --especialmente-- y el Estado por su intolerancia ante la libertad de pensamiento. Si escribiese ahora, visto desde una perspectiva PSOE, podría aplicar “¡Ecrasez Iglesias!”, en una guerra sin cuartel, cual si fuese el culpable de todos los males y desventuras. Cierto es que parece adivinarse una intención de decir si buana en la investidura para empezar a ejercer una oposición pura y dura al día siguiente, haciéndole la gobernabilidad imposible. Después de todo, habrá quién se pregunte si es traición traicionar al traidor. Pero el aspirante quiere estabilidad durante cuatro años, como el resto de los mortales, y desea antes un pacto programático. Obligado a gobernar una realidad fragmentada, lo mejor es construirse una de carácter propio y homogénea, cuestión que exige asentar la capacidad de mantenerse al frente de algo a base de cierta dosis de cinismo. Aunque las reglas de juego estén para ser respetadas, también se dice que las reglas se cumplen no cumpliéndose: pura dialéctica. Lo curioso es que en este país la lucha de los contrarios se desarrolla en bloques inconexos, sin que haya trasvase o capilaridad alguna entre ellos.

Podemos es ahora “la izquierda minoritaria que ha insistido en propuestas inasumibles” según expresión de la vicepresidenta (en funciones), Carmen Calvo. Falta por saber cómo definiría las propuestas impresentables que se hacen desde el Gobierno (en funciones) o su partido. Aunque algunas no se las crea prácticamente nadie, a la vista del silencio de los propios afectados, como sería el caso de la CNMV y, por ende, del Ibex 35. Un mutismo que quizá se explique porque nadie cree que eso pueda llegar a ocurrir y, en el fondo, todos estén pensando en que irremediablemente tendremos elecciones en noviembre. El mercadeo de cargos es un reflejo de una concepción de la política como parcheo y de las elecciones como plebiscito de un líder, algo que vale para España y para Cataluña. El riesgo de los gobiernos o las democracias minoritarias es tener que gobernar con el respaldo de la minoría. Por eso, cada vez más, el liderazgo depende tanto de la capacidad de sugestión del líder. Algo que el independentismo sabe muy bien, sobre todo si se trata de un líder iluminado que habla en nombre de todo el pueblo, aunque solo represente a una parte.

Advertía ayer el expresidente Felipe González que "la sostenibilidad de este modelo económico va a fracasar. Las sociedades no soportarán una nueva crisis”. No es que se trate de un visionario o tenga una bola de cristal: cada vez son más las alertas sobre un eventual revés económico global. Parecería lógico que, ante esta sombría perspectiva, se propusiera un gran pacto estatal en torno a temas decisivos para nuestro futuro y, sobre todo, el de las nuevas generaciones: educación, sanidad, pensiones, cambio climático, desarrollo tecnológico y aspectos que atañen a la ética en una sociedad cambiante, desde la eutanasia hasta la inteligencia artificial. Sin embargo, en su lugar, desde el Gobierno (en funciones) se oferta a la “izquierda minoritaria” un paquete con la intemerata de medidas, nada menos que 370, y cargos institucionales fuera del Consejo de Ministros. ¡Viva Montesquieu y la división de poderes! Valga como consuelo para el común de los mortales lo dicho por el obispo de Solsona sobre los políticos presos: “Poco más que rezar puedo hacer ahora por ellos y sus familias: un misterio del rosario cada día”. Amén.