La hemeroteca deja en mal lugar a muchos políticos, también al veterano convergente Carles Campuzano, que tras 23 años de diputado en Madrid ha sido apartado de la lista de JxCat por no compartir la estrategia de Carles Puigdemont, y ser partidario entre otras cosas de negociar hasta el final los presupuestos de Pedro Sánchez. Es cierto que sus diferencias con el entorno del huido a Waterloo, como con la irredentista Míriam Nogueras, eran conocidas desde hace tiempo, pero solo ahora, una vez purgado por los más radicales, empieza a hablar claro. Estos días ha declarado que la unilateralidad independentista “siempre me pareció un error”. Se trata de un reconocimiento tardío, que casa mal con lo que dijo en el momento más crítico y decisivo del procés. Veamos.
A las puertas del referéndum del 1-O, Campuzano en calidad de portavoz del PDeCat en el Congreso se descolgó con unas declaraciones en las que descartaba la DUI y apostaba por “abrir un proceso de negociación con el Estado”. Dentro de la locura del momento parecía una voz sensata que se alineaba con la posición del entonces consejero Santi Vila. Pero tras el fuerte malestar expresado por ERC, e incluso dentro de su propio grupo en Madrid, y recibir presumiblemente alguna llamada al orden desde el Palau de la Generalitat, Campuzano emprendió una veloz rectificación en toda regla. Dos días después aclaró que no, pues el Parlament debía declarar la secesión a las 48 horas de proclamarse los resultados del referéndum, siguiendo lo establecido por la ley de transitoriedad jurídica cuya aplicación, añadía, “empezaría a ejecutarse”. Para completar ese giro hacia la ortodoxia del momento, Campuzano también descartaba negociar con el Gobierno de Mariano Rajoy porque, según el mantra independentista, el Estado ya había tenido “muchas oportunidades”. Luego pasó lo que todos sabemos, ese desastre del que tardaremos muchos años en recuperarnos.
No se trata de cargar las tintas contra Campuzano, que durante el procés ni tuvo un papel destacado ni fue de los más radicales, aunque desde joven siempre se confesó independentista. Pero ahí es donde los políticos nacionalistas profesionales como él fallaron, pues optaron por cabalgar ese tigre hasta el final, convirtiéndose en colaboradores necesarios del disparate separatista. Sabían que la estrategia unilateral conducía a un callejón sin salida, con consecuencias penales muy graves para los que estaban en primera línea, que vulneraba las garantías democráticas tanto de la ciudadanía como de los partidos de la oposición, y que esa apuesta podía generar episodios de violencia y quebrar durante décadas a la sociedad catalana.
Pero casi nadie en la antigua CDC tuvo la valentía de denunciarlo, menos aún los que vivían de un cargo público como Campuzano. Ahora ha escrito un libro para decir lo que ya sabía desde hace años, que la prisa por alcanzar la utopía nunca es buena consejera, que cualquier gran cambio necesita mayorías muy amplias, y que “en el siglo XXI ni las independencias, ni las soberanías, ni los estados son lo que eran porque el poder está más dividido”. Es formidable que esa sea su conclusión tras años de alentar un proceso secesionista condenado al fracaso. Lo ha dicho solo cuando su carrera política ha quedado eclipsada, seguramente como palanca para recomponer un nuevo partido junto a Marta Pascal y otros que como él han quedado a la intemperie tras ese mundo convergente devastado. ¡A buenas horas, mangas verdes!