La incorporación de toreros, Miguel Abellán y Salvador Vega, a las listas electorales del Partido Popular me resulta tan estrambótica como interesante. Vaya por delante mi respeto al mundo taurino y mi admiración por el torero. Un sentimiento que tengo desde que, por primera vez, vi de cerca el volumen y aspecto de un toro. Plantarse delante de un enfurecido astado no está al alcance de cualquiera.
No es ninguna novedad los fichajes para engrosar listas electorales. Hace ya tiempo que la política recurre a los fichajes estrella para presentarse ante sus electores. El primer caso que recuerdo es el del juez Baltasar Garzón, fichado por Felipe González en 1993. Más recientemente, tuvo gran repercusión la incorporación del cantante Lluís Llach a la candidatura de Junts pel Sí en 2015.
Unas prácticas que vienen a reflejar la gran vulnerabilidad de la política. Que los partidos de gobierno deban recurrir a estas operaciones mediáticas resulta muy preocupante. Unas iniciativas que, sin aportar nada, deterioran la solidez y el mismo sentido de la política.
En los tres casos mencionados, parece como si el líder político buscara una legitimidad de la que carece. En el caso de Baltasar Garzón resultaba obvio que la incorporación del juez símbolo de la lucha contra la corrupción y el gran delito organizado, era la imagen que buscaba un PSOE acorralado, en aquellas circunstancias, por la corrupción. Lluís Llach no hacía más que reforzar un romanticismo melancólico que contribuye a estimular el procés. Y sólo entiendo la reciente incorporación de toreros a las listas electorales, como una manera de querer visualizar el coraje y la determinación que el PP pretende transmitir a sus electores en las circunstancias actuales.
Una estrategia del partido liderado por Pablo Casado que, a su vez, cabe entender en esa sorprendente, cuando no grotesca, competición entre lo que viene a denominarse las derechas, para demostrar quien tiene más arrojo. Una especie de disputa por mostrarse como el personaje de la gran zarzuela La Verbena de la Paloma. “Un sujeto que tiene vergüenza, pundonor y lo que hay que tener”.
Si a todo esto añadimos los tuits y las camisetas de Rufián, no nos espera ni política ni una buena zarzuela, tan sólo una astracanada tras otra. No perdamos el sentido del humor.