A finales de 2018, un novillero vino a pedirnos ayuda. Había tenido un importante percance de salud y cuando sanó tuvo clara una cosa: tenía que vestirse de luces en la plaza de su pueblo y torear delante de su gente. Aquel novillero era Abel Robles y su plaza, la de Olot.
Abel tenía derecho a cumplir su sueño. Y no solo Abel. Después de algunos años en los que los toros habían estado ausentes de Cataluña, los muchos aficionados taurinos catalanes entendían que no había razones para prolongar la anomalía.
De esta manera, en enero y junto con diferentes colectivos taurinos catalanes, presentamos ante el ayuntamiento una solicitud para utilizar la plaza de toros pública de Olot.
La respuesta del Ayuntamiento de Olot fue rápida y decepcionante. Dice a sus ciudadanos que no pueden ejercer un derecho legítimo, que no autoriza el uso de la plaza de toros, que es de todos, para organizar una corrida de toros.
Y lo asombroso son las alegaciones del consistorio. La principal razón alegada es que Olot se declaró el 29 de junio de 2004 “ciudad contraria a las corridas de toros y amiga de los animales”.
Olot se declara ciudad amiga de los animales. Pero desde ese año, y hasta hace solo dos o tres, ha venido subvencionando asociaciones de caza y de pesca del municipio. Nos parece fantástico, pero percibimos cierta incongruencia. ¿Quizá Olot es, según su alcalde, amiga de unos cuantos animales y de otros no tanto?
Porque Olot es también un importantísimo centro de producción cárnica, uno de los principales de Europa. Es tan exitoso que se calcula que en el matadero de Olot se sacrifican 14.000 cerdos diarios, de lunes a viernes.
Hagamos unos números rápidos. Desde que Olot se declaró ciudad amiga de los animales, razón para no autorizar una corrida de seis toros, han transcurrido aproximadamente 3.700 días laborales. Si multiplicamos por 14.000 cerdos diarios, sale una cantidad total de casi 52 millones de cerdos sacrificados en la ciudad amiga de los animales. Repito, 52 millones de cerdos.
Y sin embargo, a pesar de todo, el alcalde insiste en prohibir la celebración de una corrida de seis toros en Olot. Supongo que subyace la idea de que matar está bien, pero verlo, no. Como si alguien quisiera ver el simple hecho de matar. Si así fuera, el matadero de Olot hace tiempo que tendría unos gigantescos graderíos a los que se accedería tras abonar una entrada.
La tauromaquia es un hecho cultural mucho más amplio, parece mentira que haya que seguir insistiendo en esto. Un hecho cultural desarrollado a lo largo de los siglos por el pueblo, también el catalán.
Y es alarmante que haya un alcalde de Olot que pretenda seleccionar las cosas que se pueden ver. En Olot se ha implantado hoy, en pleno siglo XXI, un tribunal inquisitorial que pretende decidir sobre qué puede ser visto y qué es lo que no puede ser visto por sus ciudadanos, por las razones que sean. Los censores siempre han encontrado extraordinarias razones para censurar.
Nadie debería permitir esto. Ni siquiera las personas más contrarias a las corridas de toros deberían consentirlo. Aceptar esto, solo por el hecho de que ahora concuerda con mis creencias o con mis deseos, es una trampa que antes o después se volverá en contra de uno mismo.
Porque aceptar el principio de que un nuevo orden inquisitorial pueda decidir por encima de la libertad que nos otorgan las leyes es el principio del fin como sociedad libre.