Desde que la democracia es realidad en España, no recuerdo un carajal semejante en la confección de las listas electorales como el que se está viendo ahora: cuneros por doquier, pucherazos, depuraciones a diestro y siniestro, fichajes de relumbrones, recogida de deshechos... Un verdadero espectáculo, propio de la lógica representación política de los tiempos que transitamos. Podremos asistir incluso a debates electorales con plasma, para que puedan participar los políticos presos. Las candidaturas se confeccionan al gusto y manera del líder de turno. Hasta los Comunes parecen haber perdido el sentido común, colocando un independentista confeso al frente de la lista barcelonesa para el Congreso, con una votación surrealista: más abstenciones que votos a favor, lo que da idea del consenso existente. Habrá que esperar a ver cómo afecta esta designación a sus amigos de Podemos en calidad de socios, además de amigos, cuando el tema catalán está en el centro del debate general.
Hace unos días, Crónica Global adelantaba una noticia, tan llamativa como sorprendente, que nadie ha desmentido: la aspiración de Ada Colau, pactada con Pablo Iglesias --que ya lo apuntó hace unos años--, de ser Ministra de Vivienda en un eventual gobierno de coalición. Ante lo lejos que queda el cielo, parece que la alcaldesa hubiese optado por asaltar Madrid. La información puede hacer sospechar, asimismo, una percepción entre los Comunes de que la alcaldía está perdida y es preciso buscar cobijo en otro hábitat; o bien denota cansancio y aburrimiento. Mejor no descartar la teoría de la escalada, con Barcelona como plataforma de lanzamiento y sin interés alguno por el municipalismo. El activismo no es patrimonio ideológico de nadie y tiene unos perfiles tan difusos como volátiles. Pablo Iglesias no debería estar muy tranquilo, no sea que le roben la cartera de secretario general de Podemos.
En los Comunes las coyas fluyen como un torrente. El caso de Xavier Domènech, que llegó a ganar las elecciones en Barcelona, es paradigmático: apenas aguantó dos años y medio. Dejó el cargo, según dijo, para dar paso a savia nueva, cual si la suya y la de cuanto representaba estuviese ya consumida. Si la alcaldesa se va, cuesta imaginar a Joan Subirats haciendo de opositor en el Ayuntamiento; tampoco está claro que represente esa savia nueva de que hablaba Domènech. Puede que estén soñando con un tripartito de izquierdas encabezado en el Ayuntamiento por ERC que actúa como coche escoba o cajón de sastre, recogiendo cuanto sobra o sale de todos los sitios a su izquierda. Operación compleja la del tripartito, al menos hasta celebradas las elecciones autonómicas catalanas. Salvo que los republicanos llamados también de izquierda quieran arriesgarse a ser pasto de las iras cainitas del inquilino de Waterloo, empeñado en una guerra sin cuartel para amargarles a la vida. A ellos y a todo cuanto represente cualquier intento de tender puentes con Madrid.
La segmentación electoral de los Comunes en Barcelona se reparte en tres bloques a partes iguales: independentistas, unionistas e indiferentes, gente corriente instalada en una zona de confort enmarcable en el epígrafe progresista. El denominador común es proclamarse de izquierda, así, en genérico, sin necesidad de definir una variante ideológica clara. El perfil de Barcelona no es independentista y de izquierdas, por más que Barcelona en Comú ganase las elecciones hace cuatro años. El rasgo mayoritario del barcelonés es conservador y de cierta edad. Al margen del mordisco que pueda dar el PSC gracias al tirón de las generales, ese tercio independentista de votantes comunes, descendientes de un desaparecido PSUC y de una aniquilada IC, es un trozo de pastel goloso para quienes aspiran a una mayoría social de la que ahora no disponen, proclive al soberanismo puro y duro. Harán todo lo posible para arrebatárselo, porque el gran objetivo actual del independentismo es la capital catalana, donde se concentra la mitad de la población y la riqueza de Cataluña. De no ser pescando en otros caladeros, el independentismo solo puede confiar en el reloj demográfico y esperar a que desaparezca la mayoría de la inmigración de los años cincuenta y sesenta.
Común es palabra polisémica, con variedad de sinónimos. Puede resultar tan ambigua como el posicionamiento de Ada Colau ante el procés. Quizá por eso están dando vueltas a definir tres ejes de naturaleza emocional con que construir la campaña electoral. En el fondo, articular un relato inspirado en la posverdad, un espacio en el que los hechos tienen menos influencia en la opinión pública que los llamamientos a la emoción y las creencias personales, una situación en que la verdad es solo lo que se publicita y no exige un discurso construido sobre realidades concretas. La crítica es impotente ante las pasiones y el populismo se cimienta con un lenguaje simple y directo al corazón, no a la cabeza. Un registro retórico sobre el que pretende asentarse la hegemonía social, apoyado siempre en un liderazgo fuerte y cesarista. El soberanismo ha sido un especialista en esta construcción lingüística. Los Comunes se perfilan como sus alumnos más aventajados. El duelo se promete apasionante.