Con motivo del Brexit, el Reino Unido nos viene ofreciendo un espectáculo que va adquiriendo tintes esperpénticos. Ese imperio que, hace un siglo, dominaba los océanos y, tras la II Guerra Mundial y durante décadas, era modelo de sociedad cohesionada y abierta, no sabe ni dónde está ni hacia donde se dirige. Un dislate colectivo con dos protagonistas destacados, Margaret Thatcher y David Cameron.
Éste último, responsable del referéndum, es un ejemplo extraordinario de frivolidad y simpleza intelectual. Agobiado por disputas en el seno de su partido y debiendo hacer frente a los estragos de la crisis, optó por la vía sencilla, el referéndum de salida de la Unión Europea. Convencido, desde esa supremacía arraigada entre muchos británicos de su condición social, de que no podía salirle mal. Quizás en Oxford no le explicaron lo que decía San Ignacio: en tiempos de desolación, no hacer mudanzas.
Por su parte, bajo el mandato de Margaret Thatcher se abrió una nueva etapa en su país y en el mundo occidental. Su frase de 1987 “La sociedad no existe. Existen hombres y mujeres” representa como nada esa nueva manera de entender la vida en común que, con la caída del Muro de Berlín un par de años después, adquirió una fuerza extraordinaria, hasta ganar la batalla ideológica. Y ahí sigue.
Suya fue la política de desindustrialización del Reino Unido, la apuesta por la desregulación y los servicios y, en general, la batalla contra un Estado del Bienestar que denunciaba como asfixiante.
Curiosamente, al cabo de unas décadas, el apoyo al Brexit viene, mayoritariamente, de aquellos británicos que, sintiéndose al margen del progreso, añoran ese país que desmembró la llamada Dama de Hierro. Su malestar, en el fondo, no es contra la Unión Europea, sino hacia esa Gran Bretaña individualista y fracturada de nuestros días. De ahí ese lema que tanto estimuló el Brexit “I want my country back”. El tiempo ha acabado por ser implacable con el legado de la Primera Dama. Un tiempo que ha tardado menos en castigar la política de David Cameron, desaparecido a toda velocidad de la escena pública.
Es difícil no recordar cómo durante décadas élites globales aseveraban que el mundo que se definía, a partir de la ideología de Margaret Thatcher, no sabría ni de conflictos políticos ni de crisis económicas. O, recientemente, cómo David Cameron era ensalzado por élites catalanas como ejemplo de político que se enfrenta de cara a los problemas. Felicidades a ambas élites por su capacidad de análisis.