Miguel Ángel Quintanilla dice las cosas de forma directa. No improvisa. Sencillamente las tiene muy pensadas. Es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y fue director de publicaciones de la Fundación Faes. Formó parte del gabinete del presidente del PP en 2011 y ha impartido clases en la Complutense y en la Universidad Carlos III de Madrid, entre otras. En esta entrevista con Crónica Global Quintanilla señala un hecho que marca toda la política española y, por tanto, también la catalana. Considera que con Rodríguez Zapatero se rompió un consenso que se creía consolidado. Y entiende que con José María Aznar el nacionalismo catalán, ahora mutado en independentismo, no supo ver que se abría una nueva etapa abierta al mundo, la que marcaba la globalización. Por ello, tiene claro que “el nacionalismo catalán ha rechazado la democracia y el europeísmo".
--Pregunta: ¿Se puede recuperar el diálogo con el independentismo, después de las elecciones generales?
--Respuesta: Lo primero que hay que recuperar es la ley y la convivencia en Cataluña. El diálogo puede ser deseable, pero la convivencia dentro de la ley es indispensable y no es “dialogable”, sino que es la condición de posibilidad de cualquier diálogo. El diálogo no tiene en la ley un obstáculo sino su única posibilidad. Esto se puede justificar desde posiciones de izquierda vinculadas a la ética discursiva o se puede justificar desde posiciones liberal-conservadoras, pero me parece previo a todo lo demás. El diálogo no puede ser el premio que se reserva a los que rompen con la ley. Y su recuperación tiene que empezar dentro de Cataluña. También se necesita recuperar el diálogo entre los grandes partidos nacionales dentro de la Constitución. Y eso solo podrá ocurrir después de que el Partido Socialista entienda que no puede mantener diálogo alguno en Cataluña acerca de cuestiones de alcance nacional sin asegurar antes la ley y la convivencia y sin contar con el Partido Popular. Y en todo caso el diálogo no podrá ser con el independentismo actual ni con quienes han protagonizado los hechos que se están juzgando en el Tribunal Supremo.
--Usted sostiene que lo primero que se debe hacer es aceptar la realidad. ¿Qué realidad se debe interiorizar de lo que ha pasado en Cataluña?
--La realidad de que España existe y de que Cataluña es española porque comparte la suerte y la responsabilidad de España. La realidad de que España es catalana y de que le pasa lo que pasa en Cataluña. La realidad de que los sentimientos, aun cuando sean respetables, no son fuente de derecho, y que carecer de ellos no priva de ningún derecho.
--Al margen de los dirigentes políticos, ¿cómo se consigue una cierta complicidad con dos millones de personas que se declaran o que han votado opciones independentistas?
--Me parece que es muy importante entender que el nacionalismo no obedece tanto a causas como a propósitos, no es “por algo”, es “para algo”. Y eso significa que donde tenemos que fijarnos no es en sus causas sino en sus propósitos. Los propósitos del nacionalismo no pueden encontrar complicidad en los defensores de la democracia moderna, europea, porque el nacionalismo trabaja para su destrucción. Cuando los nacionalistas dicen que su democracia está por encima de la ley, en realidad lo que dicen es que su democracia está contra la ley y contra los demás, porque por encima de la ley no puede haber nada. Por eso no podría existir, ni en hipótesis, una Cataluña nacionalista, escindida y sin leyes, que se aplicara a sí misma el principio que invoca. Un Estado de derecho es aquel en el que la legalidad y la legitimidad coinciden. Quien desafía a ese principio desafía a la democracia europea misma. No todo se puede conciliar. Para restaurar la convivencia es indispensable que los nacionalistas dejen de hacer lo que hacen. La única oferta que cabe hacer como punto de encuentro es la que ya estaba vigente y contra la que se ha actuado: convivir dentro de la ley. Lo bueno de nuestro sistema político es que no necesitamos entendernos para convivir. El acuerdo es ese: respetarnos aunque no nos entendamos. El problema no es que no les entendamos, el problema es que no nos respetan.
--Una de las razones de fondo del independentismo es que todo se quebró con la mayoría absoluta de Aznar, en 2000. ¿Cómo interpreta lo que sucedió a partir de aquel momento?
--Es objetivamente falso. Todas las series estadísticas muestran que los sentimientos y las actitudes secesionistas o se mantuvieron o descendieron durante los gobiernos de Aznar. La media en la escala de sentimiento nacionalista se situaba en Cataluña en noviembre de 1995 en el 5,72 sobre 10; cuando Aznar se va esa media está en el 5,42. Y los catalanes que decían estar poco o nada satisfechos con la Constitución pasaron del 35 por ciento en 1996 al 33,9 por ciento. La suma de CiU y Esquerra pierde votos netos, escaños y porcentaje de voto válido o sobre censo entre las elecciones autonómicas que abren y cierran los gobiernos de Aznar, y lo mismo en las generales de 1996 y 2000. Lo que cambió en el año 2000 fue el Partido Socialista. La mayoría absoluta del PP llevó al PSOE a un dilema que resolvió contra el interés de España y contra su propio interés. El dilema era competir para recuperar el voto centrista que el PP había conquistado o movilizar el voto radical iniciando un proceso de deslegitimación del sistema y del propio PP, para intentar así sobrepasar a los populares desde el extremo. Eligió lo segundo, y en ese propósito la exacerbación del secesionismo jugó un papel esencial para movilizar a esos sectores que el socialismo deseaba hacer suyos. El coste para España y especialmente para el socialismo ha sido enorme. Esa estrategia convertía a los extremistas en el centro de la política española, rechazaba la Transición y el papel capital que el propio socialismo había desempeñado en ella, para presentar la Constitución de todos --especialmente de la abrumadora mayoría de catalanes que la aprobó-- como una mera constitución del PP que había que superar. De ese modo se otorgaba a los nacionalistas una capacidad de condicionarlo todo para la que el sistema no estaba preparado, porque cuando se diseñó se hizo sobre la presunción de que el PSOE nunca haría una cosa así.
Miguel Ángel Quintanilla
--¿Es el nacionalismo catalán el que no está a la altura de las circunstancias, del nuevo mundo que se abre, cuando rechaza formar parte del Gobierno de Aznar?
--Creo que el nacionalismo sí está a la altura de las circunstancias, a condición de que se entienda bien lo que es el nacionalismo y cuáles son las circunstancias. Si lo que quieres es rechazar ese mundo que se abre, como es el caso del nacionalismo, entonces ha estado a la altura de los retos decisivos que le plantea: ha intentado por todos los medios rechazarlo. Ha rechazado la democracia y ha rechazado el europeísmo.
--Hay dos interpretaciones sobre la vida política en España. La primera, desde círculos intelectuales y políticos conservadores, señala que fue Zapatero quien rompió el consenso de la transición, con la ley de memoria histórica. La otra sostiene que fue Aznar con un plan de recentralización. ¿Se debe incorporar una tercera? ¿Cómo lo interpreta usted?
--No conozco ningún plan de recentralización de Aznar. Lo que hubo fueron unos acuerdos razonables con partidos nacionalistas, acuerdos abrumadoramente apoyados trasversalmente dentro y fuera de Cataluña, que permitieron una alternancia necesaria dados los resultados electorales de 1996 y que reforzaban uno de los dos grandes ejes de consenso de la Transición: el consenso sobre el eje centralización-descentralización. Acuerdos que culminaban el mandato constitucional sobre el Estado autonómico en los términos fijados por el Tribunal Constitucional. En Cataluña estuvieron a favor de esos pactos más del 65 por ciento de los encuestados, y la mayoría de los votantes de todos los partidos, incluidos ERC, IU y el PSOE. Zapatero rompió no uno sino los dos acuerdos de base: primero estigmatizó hasta procurar incluso su deslegitimación al PP y rompió el consenso izquierda/derecha; y segundo, sin contar con el PP, decidió romper también el consenso sobre el modelo territorial. No creo que esas dos versiones puedan presentarse ni remotamente como simétricas en su fundamento fáctico.
--A su juicio, ¿qué representó el discurso del Rey del 3 de octubre?
--Un hito memorable.
--¿Se produjo una mutación constitucional con ese discurso como sostienen algunos constitucionalistas?
--No veo posibilidad alguna de sostener una afirmación como esa.
--El PP ¿hasta qué punto debe recuperar el Aznarismo, como usted ha planteado?
--El aznarismo, en los términos en los que yo me he referido alguna vez a ese concepto, no es algo que se pueda ni se deba recuperar sino algo que está pendiente de construir y que no puede ni debe hacer Aznar. Se trata de que un partido o incluso una parte de la sociedad española haga suyas algunas de las razones de fondo que impulsaron un proyecto político que supo unir bajo una misma sigla a todo lo que no es izquierda ni nacionalismo, y al hacerlo le permitió ganar elecciones o, como mínimo, asegurar una minoría de bloqueo capaz de evitar que se pudiera cambiar el sistema sin contar con ella. Además de hacer todo eso reafirmando la vigencia de la Constitución y los consensos fundamentales alcanzando acuerdos con la izquierda y con los nacionalistas.
--¿Es posible una España –y no me refiero sólo al aspecto numérico-- gobernada por PP, Ciudadanos y Vox?
--No creo que esa posibilidad esté próxima y no me parece que sea operativa como diseño de campaña para nadie. A mi juicio, si el PSOE está en condiciones de lograr la investidura de Sánchez en segunda vuelta a condición de que Cs se abstenga, Cs se abstendrá. Entre hacer presidente al primero con su abstención o hacer presidente al segundo con su voto, creo que Cs optará por lo primero.
--¿Qué es para usted Vox, una derecha que ya estaba en el PP?
--Una derecha que todavía no se ha ido del PP, pero de la que podemos decir con seguridad que si deja de estar en el PP empezará a ser otra cosa distinta de lo que ha sido hasta ahora. No es lo mismo una derecha que se esfuerza para convivir con liberales, conservadores y democratacristianos, que una derecha que decide no convivir con ellos. Será una derecha inútil y probablemente inmoral.
--¿Puede haber una España de consenso, con un relato compartido sobre cómo ha sido nuestra historia reciente?
--Más que un relato necesitamos un desenlace compartido para nuestra historia. Y eso tiene la ventaja de que no tenemos que imaginarlo sino que podemos hacerlo independientemente de cómo veamos la historia. Lo que tenemos que ver es el futuro. Eso es la España constitucional, un capítulo de nuestra historia al que supimos poner un buen desenlace para todos y que nos permitía darle continuidad juntos. Yo, sin duda, la sigo creyendo posible y necesaria. Francisco Rubio Llorente escribió que la Constitución, ese desenlace, fue posible en el momento en que los partidos entendieron que la convivencia en tensión pacífica era más valiosa para cada uno de ellos que el objetivo de hacer realidad su programa máximo. Eso es lo que hemos perdido y eso es lo que tenemos que recuperar. Porque perderlo es poner rumbo al conflicto civil, como resulta evidente. Sea cual sea la historia que nos parece bien contada, lo importante es volver a querer que el desenlace sea la convivencia.