Durante el reformismo borbónico, en las tierras sureñas se realizó un extraordinario esfuerzo de repoblación de la España vacía, que tuvo como proyecto señero una colonización agraria ideal, cuyo principal objetivo era demostrar la eficacia de una explotación de la tierra sin la losa tradicional de propiedades amortizadas. Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y de Andalucía fueron dotadas de una organización municipal y una jurisdicción diferente a las de resto de pueblos andaluces. Al final este proyecto de Carlos III fracasó y no pudo ser exportado a otras tierras vacías de España.

Existen otros ejemplos sobre el uso de Andalucía como banco de pruebas para la política nacional y la organización territorial. Quizás uno de los más desconocidos es el que ha revelado el profesor Sánchez-Montes con su nuevo y magnífico libro: El viaje de Felipe IV a Andalucía en 1624 (2018). Hasta ahora siempre se había relacionado el fracaso de la política fiscal reformista del conde duque de Olivares, a mediados del siglo XVII, con la resistencia catalana en defensa de sus constituciones. Sin embargo, fue en ese viaje cuando el valido comprobó que no iba a lograr el apoyo fiscal sin una reforma de las relaciones entre la monarquía y sus reinos. Y el resultado inmediato fue su Gran Memorial, presentado el 25 de diciembre de 1624.

Aunque la historiografía nacionalista catalana sólo ha podido ver en ese documento un proyecto castellanizador y centralista, la mayoría de historiadores lo han valorado como el propósito de construir una nueva monarquía que no se redujese a unión dinástica, sino que fuese una unificación orgánica, dicho en palabras del propio Olivares que los reinos “fuesen entre sí cada uno para todos y todos para cada uno”. Es decir, la centralización relativa que proponía el valido de Felipe IV, después de su viaje por tierras andaluzas, era moderna y modernizadora, en línea con la tendencia que experimentaba la Europa del momento. La Unión de Armas para Olivares no era sinónimo de unificación sino de correspondencia, confederación, alianza, coalición entre los diversos reinos hispánicos para constituir ejércitos en cada uno de ellos, mandados y financiados por naturales de esos territorios.

No es, ahora, la primera vez que Andalucía ha sido banco de pruebas para la política nacional. En la carrera electoral que comenzó con la moción de censura a Rajoy, y cuya primera meta volante es la cita del 28-A, Andalucía tiene un protagonismo sobrevenido. Las medidas o acuerdos que tome el gobierno PP-Cs están siendo vigilados por fuerzas políticas tan distintas y tan dispares, como las que dicen ser de izquierdas pero reivindican que son también liberales o las que son nacionalistas pero esconden ser de ultraderecha. No parece que el Gobierno actual de la Junta se pueda estar planteando la devolución de competencia alguna, aunque el socio de investidura lo haya imaginado en sus mejores sueños. Además, un aumento de los recortes --aún más-- de los servicios sociales públicos en Andalucía sería un suicidio político para PP y Cs.

Lamentablemente, si Andalucía se ha convertido en un banco de pruebas --a ojos foráneos-- es por la necesidad de tomarse el pulso los movimientos nacionalistas. Es decir, la incertidumbre es si los españolistas pueden sumar fuerzas para arrinconar el desmesurado papel que catalanistas y vasquistas han tenido, desde los inicios de la Transición, en la conformación de la política económica y fiscal de los Gobiernos centrales. La duda a despejar es si, de manera concluyente, estamos ante una nueva versión de la defensa de la nación como entre prevalente y superior a la Constitución, como respuesta españolista a la deriva insurreccional del separatismo catalán.

En definitiva, la lucha política actual ha dejado al descubierto la incapacidad de los constitucionalistas, primero para mantener el consenso entre los distintos partidos con sentido de Estado, y segundo para garantizar los intereses y aspiraciones de las élites autonómicas. De ser así, Andalucía no debería ser vista como un banco de pruebas, sino como el ejemplo evidente de un fracaso.