Asociamos el coche eléctrico a reducción de contaminación, a puntos de recarga y a autonomía de baterías, pero pocas veces pensamos en su vertiente industrial.
El motor eléctrico no es ni mucho menos algo nuevo. Faraday lo inventó en 1821, 55 años antes que Otto inventase el de gasolina, y 76 antes que Diésel hiciese lo propio con el motor que lleva su nombre.
El motor eléctrico es muy simple, lo forma un núcleo de hierro rodeado por una bobina de cobre y unos imanes. El motor de combustión interna es una auténtica obra de arte en la que se inyectan diminutas gotas de combustible en unas cámaras extraordinariamente precisas, con tolerancias por debajo de las centésimas de milímetro, que se hacen estallar, repitiéndose el ciclo varios miles de veces por minuto en un entorno de altísima temperatura. Tras casi 150 años de hegemonía del motor de combustión interna en el mundo del automóvil parece que el motor eléctrico va a enviar a estas joyas de la ingeniería mecánica a los museos.
Las más de 1.000 piezas que componen un motor de combustión interna (bloque, cilindros, pistones, carter, bielas, cigüeñal...) desaparecen y, por tanto, los puestos de trabajo en torno a ellas. Pero además, el coche eléctrico no necesita cambio de marchas, ni depósito de gasolina, ni tubo de escape, ni motor de arranque, ni... Incluso es posible colocar un motor en cada rueda, con lo que la transmisión y el diferencial se pueden convertir en simples cables eléctricos.
Las plantas ensambladoras requerirán de menos trabajadores al ser vehículos con menos piezas, pero en los proveedores el impacto será mucho mayor, ya que muchos de ellos se quedarán literalmente fuera de la industria. La asociación europea de fabricantes apunta a un 20% menos de trabajo en fabricantes y hasta un 40% menos en proveedores. Es posible que se queden cortos y el impacto en el empleo sea mayor.
Es cierto que se crearán nuevos puestos de trabajo de la mano de los nuevos componentes, pero serán menos que los destruidos y, muy probablemente, la mayoría se ubicarán en los países donde se encuentra la sede de los fabricantes, ya que el problema para ellos es igual o superior que para nosotros, pues la mayoría de las fábricas de motores y cambios de la industria europea están en Alemania y Francia.
Estamos delante de una restructuración sin precedentes del tejido productivo del automóvil. Hay algo de tiempo hasta que todos los coches que se fabriquen sean eléctricos, pero hay que comenzar a pensar en cómo ajustar el primer sector español detrás del turismo. Los fabricantes emplean directamente en España a unas 67.000 personas, los proveedores 225.000. Casi 100.000 empleos directos están en riesgo.
El sector de concesionarios y talleres tampoco se librará del impacto del coche eléctrico. No serán necesarios cambios de aceite, y prácticamente no hará falta mantenimiento preventivo. Las visitas al taller serán muchas menos. 45.000 negocios se verán afectados, impactando a otras 200.000 personas. Y ojo, esto no ha hecho más que empezar porque cuando los coches sean autónomos se usarán de manera más intensiva y, por tanto, se fabricarán bastantes menos.
El futuro es complejo, pero hay tiempo para planificar y adaptarse. Aunque seguro que habrá gobernantes torpes que harán todo lo posible por acelerar un cambio que en poco beneficia a nuestro tejido industrial. La ley de Cambio Climático y Transición Energética de Baleares es un ejemplo de lo que es capaz de hacer un gobernante que no sabe de lo que legisla. Suerte que entramos en periodo electoral y ahora los políticos solo realizarán promesas que nunca cumplirán.