En la búsqueda y creación de una nueva singularidad de Cataluña los secesionistas han triunfado en toda regla: en ninguna región de la Unión Europea se ha fomentado una aversión tan grande hacia el resto del país como en Cataluña, se puede hablar sin reparo de odio, incluso de odio feroz.

La técnica es simple: para romper con España y vencer resistencias había que denigrarla primero, había que crear una aversión (cuanto más insoportable, mejor), una aversión ex novo porque antes no existía. Había incluso que individualizar el odio. Torra lo hace con soltura y riqueza cromática: “son carroñeros, víboras, hienas, bestias con forma humana y una tara en el ADN”. Por su contundencia le han premiado con el cargo de presidente y es el máximo representante del Estado en Cataluña, según la Constitución y el Estatuto que desprecia; sin duda, otra singularidad.

Durante el juicio a sus dirigentes, los secesionistas subirán el volumen de los decibelios del odio al máximo, “para que el mundo nos oiga”. Las expresiones rituales, “España opresora”, “España fascista”, parecerán casi cariñosas. Sólo les falla que de ser ciertas no lo podrían gritar a pleno pulmón y en plena calle. Que no teman, la democracia española les protege.

El odio envilece a quien lo practica y, más aun, lo intoxica. Es lo que está ocurriendo, queriendo intoxicar, se han intoxicado; miran con un velo borroso ante los ojos y piensan con una ofuscación espesa en la mente, son los síntomas de la intoxicación atrapada. Los hechos de octubre de 2017 son más graves que los de octubre de 1934 --entonces se proclamó “el Estado catalán dentro de la República federal española”, ahora proclamaron “el Estado catalán fuera de España”--, pero las garantías de un juicio ajustado a derecho son ahora infinitamente superiores gracias a la naturaleza de la jurisdicción y al contexto general. Y no obstante, “el juicio es una farsa”, “las sentencias están dictadas”; están convencidos de ello, el zumbado lo cree a pie juntillas, son los efectos de la intoxicación.

Recuperemos la pregunta del título: ¿qué les ha hecho España? No la España mítica a la Cataluña mítica --la historia prescribe por definición--, sino la España actual, democrática y constitucional, a la Cataluña actual. Sólo se puede odiar el presente, se odia con el deseo de hacer daño, al pasado no se le puede dañar, al presente sí. La España democrática y constitucional, que Cataluña ayudó como el que más a construir, ampara el mayor autogobierno de la Cataluña contemporánea, si eso es lo que ha hecho España a Cataluña, vengan más daños de esos. Puesto que el título no da más de sí, invirtamos la pregunta.

¿Qué han hecho los secesionistas (no Cataluña) a España, Cataluña incluida? Los tribunales dilucidarán lo que sus dirigentes han hecho o no en el terreno penal, dejémosles trabajar; pero hay más, mucho más, apuntemos lo más evidente. Dejan una sociedad dividida o fracturada, galgos o podencos, tanto da, lo constatable es que en la sociedad catalana ya no se habla, sólo hay monólogos, ultimátums, requerimientos, acusaciones, lamentos; la cultura y la política se han quedado anoréxicas, la obsesión por el tema lo impregna todo; la relación Cataluña / España figura como tercera preocupación en esta sociedad, se comprende que la primera sea el paro, algo concreto que se siente en carne viva, igual como se siente la lista de espera de 170.000 personas para una intervención quirúrgica, pero ¿cómo se siente una relación en abstracto? Un tercer puesto es, palmariamente, el éxito de la intoxicación.

Dicen que las calles son suyas y lo muestran llenándolas de gentes, pancartas, consignas y colores, aunque últimamente tienen que compartirlas con pensionistas, médicos, maestros, bomberos, taxistas, mossos (de civil), todos los que su Gobierno tiene olvidados. Han retorcido palabras y conceptos hasta hacerlos irreconocibles, la violencia ocupando oficinas, estaciones ferroviarias, áreas de peaje, cortando calles, carreteras, vías férreas, vandalizando fachadas, portales de juzgados, de residencias, de sedes de partidos, de periódicos (como éste), no es violencia, son loables acciones pacíficas. Han espantado a miles de empresas, que se han llevado sus sedes, y a otras que no han venido. Han convertido la situación en Cataluña en un problema grave para mucha gente en lugar de tenerla por una referencia amable, y eso tendrá influencia en su voto, así lo apuntan un 42,9% de encuestados de toda España.

Pese a las evidencias, dicen que no han hecho nada malo, que son demócratas, pacíficos, buena gente, amigos de todos. A muchos incluso les inspira un santurrón. Ya no les basta la absolución de los dirigentes acusados, piden también su reconocimiento y bendición como héroes.

Puesto que Cataluña no va a separarse de España, habrá que resolver, o al menos conllevar por un tiempo, dos cuestiones fundamentales: la reconciliación interior y eso comunmente llamado “encaje”. Se hará, a su pesar. Los demócratas están en ello.