A tenor del dinero público que ha invertido Quim Torra en sus viajes, cualquiera pensaría que la actividad diplomática de la Generalitat es frenética, pero resulta que la inmensa mayoría de esos viajes tiene un único destino, Bélgica. Para allá se va el vicario cada dos por tres a rendir pleitesía a Puchi, que será todo lo legítimo que ustedes quieran, pero nos cuesta más que un hijo tonto. Una pequeña parte del presupuesto se ha empleado en visitar a Marta Rovira en Suiza y a Clara Ponsatí en Escocia, pero el grueso de la inversión se concentra en Waterloo. Yo ya entiendo que Puchi, como todos los desocupados, debe agradecer muchísimo las visitas de los amigos, pues no tiene gran cosa que hacer en todo el día, aparte de incordiar a los políticos que no abandonaron Cataluña metidos en el maletero de un coche y de clavar agujas de vudú en un muñequito con la cara del beato Junqueras, ¿pero no se podrían solucionar por teléfono la mayoría de las gestiones de Torra? Para recibir órdenes no es necesaria la presencia física del esbirro en jefe, ¿no?
Puede que se dé en el vicario, eso sí, una condición masoquista que le propulsa a Bélgica para que el legítimo le recuerde que no es más que un sustituto y un siervo, pero ahorraríamos dinero comprándole un bono a Torra para las Cuevas del Sado o las mazmorras de Dómina Zara. Hace años hubo un político del PP que, a costa del erario público, se pasaba la vida volando a las Canarias para ver a una novia que se había echado por allí. Al igual que Torra, también despilfarraba el dinero del contribuyente, pero, por lo menos, volvía de las islas feliz y satisfecho y totalmente de acuerdo con aquello que decían los romanos de que Semen retentum venenum est, mientras que el vicario de Puchi en la tierra regresa con expresión triste y atribulada y con nuevas instrucciones que las va a pasar canutas para implementar. Para evitar la quiebra de la Generalitat, Puchi podría tener el detalle de entregarse a la justicia, ya que Lledoners está a un tiro de piedra y Waterloo, el en quinto pino. Ahorraríamos dinero y le daríamos una alegría a Joan Bonanit, pero todo parece indicar que Cocomocho le ha cogido gusto a la mansión belga, a su condición de Elegido y a las visitas de sus secuaces, a los que siempre les puede dar a probar los carquinyolis que le ha traído algún fan para que se envenenen ellos: se le ha ido tanto la pinza que está convencido de que el magnicidio --o, en este caso, mochicidio-- es una posibilidad real y no un delirio más de los muchos que atesora.
Puchi debería portarse mejor con Torra y demás lacayos. Solo ellos alimentan sus delirios de grandeza, ocultándole la triste realidad de que no es más que un personajillo irrelevante y, sobre todo, ridículo.