Alguien dijo hace años --irónicamente; o no-- que España se mantenía unida gracias a la liga de fútbol y a los grandes almacenes El Corte Inglés. Y a la lotería nacional, añadiría yo; concretamente, al Gordo de Navidad. Tengo la impresión de que todo el mundo -menos un servidor-- se hace con un décimo de ese sorteo.
Puede que algunos radicales de esa república catalana que está al caer hayan dejado de comprar la lotería del ocupante, invirtiendo exclusivamente en la Grossa, pero no son muchos: la mayoría de nuestros oprimidos siguen participando entusiastamente en la lotería del país de al lado. Y no solo eso. Si les cae algo, reaccionan de la misma manera que sus vecinos, hasta el punto de no distinguirse en nada de ellos: las mismas risas enloquecidas, las mismas salpicaduras de cava barato, los mismos tópicos a la hora de explicar en qué invertirán el inesperado aguinaldo. Vamos, que, si no fuese porque es imposible, uno diría que son españoles.
Personalmente, la jornada del Gordo de Navidad se me antoja una de las más irritantes del año a nivel televisivo. De hecho, no entiendo por qué las cadenas desplazan gente a las administraciones donde han caído los premios, pues les bastaría con reemitir las imágenes del año anterior --o incluso las de 1973, teniendo en cuenta que vuelve la pata de elefante--, sin que nadie notara la diferencia. Cada Gordo es idéntico al anterior: el cava, los berridos, los abrazos entre afortunados…Y mi parte favorita, el momento en que los triunfadores cuentan lo que harán con sus ganancias.
Cada vez que escucho la respuesta "¿Yo? Pues tapar agujeros", me entran ganas de matar a quien la pronuncia. Aunque todavía odio más a otro clásico de estas fechas, el que ha sido agraciado con una millonada, pero declara, orgulloso, que "Me seguiré levantando a las siete cada mañana para continuar acudiendo a mi trabajo de mierda" (o algo parecido). Nunca sale nadie que reconozca que se lo piensa gastar todo en alcohol, drogas y vicios y que a sus hijos y a la parienta les pueden dar mucho por el saco: ¡eso me alegraría el día!
El Gordo de Navidad me recuerda al carnaval de Río: en ambos casos, las imágenes de cada año son idénticas a las del anterior (en el carnaval, lo suyo es que salga alguien a decir que lleva todo el año trabajando para el jolgorio anual y que lo afirme con orgullo, como si no le diera vergüenza dedicar sus mejores esfuerzos a semejante chorrada rutinaria y repetitiva). Si todo Río de Janeiro se une para el carnaval, los españoles (y las españolas) --incluidos los que no quieren serlo-- se convierten en una fraternidad (y una sororidad, neo palabro del año, casi tan infecto como "empoderamiento") que pone su destino en manos de la suerte.
Menos mal que en Cataluña tenemos a TV3, que suele confundir un juego de azar con una inversión económica y siempre llega a la triste conclusión de que los catalanes han gastado más dinero en lotería del que les ha tocado en el sorteo: no sé si es una muestra más de estupidez patriótica o si se trata de potenciar la Grossa hablando mal de la competencia.