En vivo y directo, sin agua ni ringorrangos. Otro golpe de Península encima de la mesa: Aznar publica en este sello su nuevo libro, El futuro es hoy. España ante el cambio de época. El expresidente ha advertido, al unísono con Felipe González, que "no solo conmemora, sino que celebra los 40 años de la Constitución". En el acto de Prisa que lo petó el pasado miércoles en el Colegio de Arquitectos de Madrid, ambos expresidentes, lejos de enmascararse, glosaron el Régimen del 78, basado en la Ley Fundamental, que precisamente en Girona --cuna actual del soberanismo-- votó el 70% de la población, con un 95% de papeletas favorables. El bipartidismo de tradición germánica camina de nuevo y para hacerlo posible Aznar diseña un puente amable entre PP y Cs, con la intención (una más) de fusionar en un mismo proyecto las carreras de Casado y Rivera.
Acabemos cuanto antes con el prejuicio catalán anti Aznar por inservible (Aznar no es ningún facha, aunque resulte antipático) y pronto habrá motivos para celebrar la fusión del centro derecha. La política española volverá a bascular entre los dos extremos, socialistas y populares, sobre la misma cuerda constitucional. El nacionalismo, lejos de ramplonería del eterno quejica, recuperará el pulso de la gobernabilidad, y Podemos seguirá siendo la mejor universidad a distancia, crisol de politólogos. Puede que el espacio público haga de la necesidad virtud: “Marchemos todos y yo el primero", dijo el bisabuelo de Felipe VI para evidenciar el sometimiento de su inviolabilidad al Estado de derecho.
En la tarde otoñal del miércoles, Aznar se sacó del bolsillo a Cánovas --"yo vengo a continuar la historia de España, la historia democrática de España"-- el gran reformista, asesinado por el anarquista Angiolillo en agosto de 1897, en el balneario de Santa Águeda. Escogió la cita a conciencia, porque, como me contó hace años Francesc Homs (la confesión ya está desclasificada) "a Aznar se le agrió el carácter después de salvar su vida por los pelos en aquel atentado de ETA, tras el que pensó que nadie de la oposición se había interesado realmente por él en lo personal". Sí, en España hay cosas que amargan. Y otras que alegran, como el mensaje de afecto de los monarcas actuales a Pablo Iglesias y a su pareja, Irene Montero, con los hijos prematuros internados en el servicio de neonatología.
En casa de Aznar López lo de la pluma viene de lejos, especialmente del abuelo del ex presidente, Aznar Zubigaray, periodista (dirigió Efe, El Sol, Diario Vasco, La Vanguardia Española, entre otros medios) y diplomático ante la Santa Sede. De aquel Aznar provienen la letra y el debate: presidió la tertulia del Lion d’Or en Bilbao, con Miguel de Unamuno, Gregorio de Balparda, Basterra, Lequerica, Areilza, Mourlane Michelena, Sánchez Mazas o Ignacio Zuloaga. Y con esta rica experiencia incorporada por ósmosis no es extraño que el expresidente dejara al auditorio mudo del pasado miércoles al contestar cómo había ganado la Segunda Guerra el primer ministro Winston Churchill: "Hablando, hablando y hablando". El gusanillo permanece siempre; lo del regreso es otro cantar. Da la sensación que al expresidente le basta de momento con que le consulten y apliquen sus consejos. Es como los senadores romanos en la época de Cicerón: está dispuesto a todo, menos al ostracismo intelectual.
Algún día Aznar le tomó prestado un mundo de sensaciones entrecruzadas a don Miguel Maura Gamazo, aquel elegante autor (hijo de Antonio Maura, el conservador) que juró no volver a pisar España si no podía saludar a las señoras por la calle tocándose el sombrero. Después, en el exilio interior, Maura publicaría las obras completas de Azaña, una edición socorrida ahora en las charlas de FAES, centro de gravedad del aznarismo, donde un hombre indiscutible, como Santos Juliá, actúa de mentor y autoridad moral. El mundo entornado de las memorias de Azaña, hecho de fuentes escondidas y viento frío de Guadarrama, es lo que se trajo a Barcelona el Aznar de 1996. Aquel recién investido que dijo sí al Pacto del Majestic, frecuentó las cenas de contacto con la inteligencia celebradas en el sala de juntas de un banco de familia, a las que asistían poetas y filósofos, que después de los cafés nos contaban de tapadillo los secretos de un presidente culto. Era algo desconocido y me atrevo a decir que inusual para un interventor de Hacienda, nivel 33 en la estructura funcionarial del Estado. El presidente dejó de ser un castellano rancio para convertirse en un ser sensible, pegado al totémico río Duero, con las entrañas sembradas de "palabras de amor, palabras". Por un quítame de ahí esas pajas, el hombre te soltaba un soneto o galanteaba a base de versos gongorinos. Hasta que se cansó, en 2002. Cuando se acabó el duro, Aznar se reencarnó en uno de los cien mil hijos de San Luis, que liquidaron el Trienio Liberal de Riego; se pasó de frenada taponando la hemorragia catalana y dictó la Ley de Partidos, que sentenció a Herri Batasuna.
Esperamos al Aznar del 96 o a su reproducción más aproximada, capaz de sentir añoranza del tiempo de los consensos, ahora castigados por el nacionalismo y el populismo. El mainstream español peligra, pero no tanto por el flanco catalán como por la recomposición del centro derecha, un espacio momificado por Mariano Rajoy. Si el país dualizado ha de devolvernos la paz, que así sea. Mientras tanto aguantaremos el tipo ante los social-nativistas catalanes, dispuestos subvertir los fundamentos de la justicia. En la recuperación del consenso jugará un papel la tolerancia, como lo juega la fineza italiana, a la que se refirió un día Andreotti evocando el “espíritu de finura” de Pascal. En una negociación, la debilidad del negociador también juega, como le ocurre esta semana a Pedro Sánchez, tocado por la tesis doctoral y las armas fabricadas en Cádiz para matar yemeníes.
Aznar no regresará a la primera fila porque la política de hoy ha dejado de refocilarse en la ambigüedad. La militancia actual exige la oblación del yo ante el aparato y a él no le alcanzaría el aguante que se requiere para semejante cirugía. La dinámica de Casado le reserva un destino feliz en algún lugar, bajo el amparo del Ogro Filantrópico (así llaman al Estado los mexicanos). Desde allí, espera aconsejar a Rivera y orientar la brújula de Casado. Será la celestina si sabe calcular el coste de oportunidad para ambos, en un matrimonio de conveniencia. Recuperará su estética de neoliberal anglosajón y estricta moral romana. Solo eso.