El marqués de Comillas ensuciaba con su presencia estatuaria las calles de Barcelona, según nuestra inefable alcaldesa, pero convenientemente archivada en un depósito municipal se convierte, al parecer, en una pieza del patrimonio artístico local que no puede abandonar Barcelona bajo ningún motivo. Eso se deduce de la negativa de Ada Colau a enviar la estatua de marras a Cantabria, donde ha sido solicitada por el presidente de la comunidad y por la alcaldesa de Comillas, aunque en esa población ya hay una estatua de Antonio López que, además, es obra, nada más y nada menos, que de Lluís Domènech i Montaner, a quien también se debe el cementerio de la localidad.

A esta actitud colauesca se la conoce como propia de quien ni come ni deja comer. Pasemos por alto el castigo al negrero con dos siglos de retraso; disculpemos la cada día más extendida costumbre de juzgar el pasado con los criterios del presente; traguemos con lo de rebautizar la plaza donde estaba la estatua del magnate con el nombre de Idrissa Diallo, un pobre tipo cuya única relación con Barcelona consiste en haber tenido la desgracia de morirse en el centro de internamiento de extranjeros de la ciudad; haciendo un esfuerzo suplementario --aunque era añadir al insulto la afrenta--, perdonemos la presencia en el acto de retirada de la estatua de los Comediants; ya saben, los del sol, la luna, el mediterráneo, las fiestas paganas y demás chorradas carentes de un discurso general (y si no hay ni una idea para montar un espectáculo con una mínima apariencia narrativa, ¡se improvisa un pasacalles y aquí paz y después gloria!). Pero esa actitud roñica de negarse a desprenderse de algo que se desprecia ya me parece intolerable. Sí, vale, la estatua del señor marqués es del insigne Marés, así que algo debe de valer, pero entre tenerla muerta de asco en un almacén o dársela a alguien que la valore no hay color.

Esa actitud roñica de Colau de negarse a desprenderse de algo que se desprecia me parece intolerable

Puestos a sacar algo, siempre se podría haber recurrido al trueque. Y tal como es de rumboso el demagogo Revilla, nos podríamos haber asegurado las anchoas para todos los barceloneses durante la próxima década. Pero nuestro ayuntamiento ha optado por la solución más mezquina: el destino del negrero ha de ser un almacén; y a ser posible, con su efigie de cara a la pared. Eso si la cosa se acaba ahí, pues no sería de extrañar que a Pisarello se le ocurriera la brillante idea de exigir la retirada de la estatua de Comillas bajo la amenaza de denunciar a Cantabria, ante alguna esfera internacional, como defensora de la esclavitud y del racismo. De nuestras lumbreras municipales uno espera cualquier cosa.