Otra vez lo hizo. Carme Forcadell levantó la voz ante su clientela. Los congregados a pocos metros del patio de Letras de la UB supieron que la policía encarna la revisitación del franquismo. Y dale: Franco está ahí; nos quieren masacrar, "los detenidos de la pasada semana son mártires porque han estado en prisión".
¡Basta! ¿A dónde quiere llegar esta señora? Desconoce la naturaleza de las cosas y, desde luego, desconoce la represión de los regímenes autoritarios. Habla por boca de ganso y nadie se lo prohíbe porque estamos en democracia, imperfecta claro, pero democracia. Invoca al general para meternos miedo. Se autoproclama represaliada para convertirse en heroína cuando, en su lógica, le correspondería a lo sumo el papel de víctima. Forcadell bramó a pocos metros del paraninfo, el salón de actos de la Central, sede de las asambleas de distrito en tiempos de lucha por la democracia; crisol de un combate legítimo que dejó tras de sí un reguero de detenciones y juicios a manos del Tribunal de Orden Público (TOP). Me pregunto qué sabrá de todo aquello esta mujer enfebrecida por el estandarte.
Cuando Manuel Sacristán, el filósofo, regresó a la universidad tras muchos años expedientado, lo hizo en el paraninfo, rodeado de los suyos y de muchos más que le admiraban por su serenidad moral. Volvió Sacristán y también los rezagados de la Conjura de las brujas de Munich, liberales y democristianos, que habían pasado una temporada desterrados en la isla Fuerteventura. Jordi Solé Tura pronunció una conferencia histórica en el mismo paraninfo. Fue el año de los comités de acción, de los ML, de Bandera Roja y del comienzo y fin de un Estado de excepción terrible, con la caída de dirigentes de la izquierda y de CCOO. De la detención de amigos cuyos nombres me persiguen como sombras. Fue el año del asalto al rectorado, cuando el genio Fabián Estapé trató de frenar el ímpetu de los jóvenes airados que llegaron al despacho del rector para tirar el busto de Franco por la ventana. El año en que García Valdecasas clausuró tantas facultades. El año del cambio; del mayo francés en Barcelona; de aquel Primero de Mayo rojo en la plaza de Catalunya, tomada por las tanquetas. Y, sobre todo, fue el momento mesmerizante de Raimon en la Complutense: "Per unes quantes hores, ens varem sentir lliures y sentint la llibertat... ¡aquell 18 de maig, a Madriiid!". Madrid y Barcelona, ciudades hermanas.
Forcadell se labra una biografía de combate. Prepara un currículum de defensora de las causas perdidas o de Juana de Arco, ajusticiada y símbolo del lepenismo en Francia
Pero sigamos a Forcadell. La presidenta del Parlament se labra una biografía de combate. Prepara un currículum de defensora de las causas perdidas o de Juana de Arco, ajusticiada y símbolo del lepenismo en Francia. Es una dama de deje autoritario, una Bernarda Alba, madre tirana de niñas preñadas y privadas de todo albedrío, definida como un bastión de la raza; o más bien, si ella lo prefiere, una Mariana Pineda, heroína andaluza, liberal de la Pepa, acechada por las tropas realistas durante la Restauración de Fernando VII. Si Forcadell no mintiera, podría ser una mujer de Lorca, el gran poeta. Nunca sería Teresa, la ben plantada de Eugeni d'Ors, efigie arquetípica; pero aceptaría el encargo de mujer sufridora. No le sustraigo méritos, solo nos duelen sus falsas aflicciones tan del gusto criptógamo del pueblo catalán.
En el euro de Jeroen Dijsselbloem y Wolfgang Schäuble, reconozcámoslo, lo bueno escasea por todas partes. Pero la arquitectura de la Unión es el listón más alto de nuestra trayectoria. Y además, nos queda Mario Draghi, suprema expresión de la unidad del continente. Fuimos el furgón de cola. Fuimos. Y desde luego, mi generación no está dispuesta a que Forcadell y Puigdemont nos arrebaten la herencia de Jacques Delors; no nos van a empujar fuera del patio de butacas de Las bodas de Fígaro, en los primeros compases del Non più andrai… ¿O es que vamos a prohibir a Mozart, receptáculo supremo de la ambigüedad y del placer?
¿Se podrá ser algún día español y catalán a la vez? Los que quieren una Cataluña como la Polonia retrógrada de Andrzej Duda o la Hungría supremacista de Viktor Orbán, que no nos mezclen con el facherío racial, que viene del Este. El nacionalismo pivota entre el sentimiento y el etnicismo que expresó Heribert Barrera en sus últimos años. Vosotros, indepes, cainitas de un tiempo sin escusas, teméis perder nuestra lengua (el catalán) porque la consideráis digna de limosnas institucionales; pues que lo sepáis: nunca pensaron así los hombres de la Renaixença. Carner, Riba o Verdaguer fueron grandes; solo eso. No enseñaban gramática normativa, escribían maravillas en la lengua del pueblo.
El independentismo nos ha partido en dos mitades y ahora pretende cosificarnos; quiere someternos al ritual de la otredad
Al ver a Forcadell lanzar su perfil mitinero, en la plaza Universitat y delante de la Central, se me encendió la vena levantisca vivida entre las paredes de aquel edificio, que vivió con gozo el regresó del ostracismo de José Maria Valverde. Fue el social-literato de la centuria y su traducción del Ulises de Joyce era obligada bajo el brazo para los enfermos de lectura. El amor en las aulas olía a lluvia y a rabia femenina, como el monólogo de Molly Bloom. Cada imagen inventa su retina: Valverde en el paraninfo y medio mundo acudiendo a sus clases magistrales. El profesor fue una mezcla de furia y serenidad que se te clavaba en el corazón.
Las comparaciones de la presidenta del Parlament son posverdades alimentadas por la torpeza de la Fiscalía General del Estado. Ella se acerca al mosén motserratino, Sergi d'Assís, que lanzo una homilía de combate en el convento benedictino tratando de llegar a los lares puritanos del cardenal Omella, tras los contrafuertes del palacio episcopal de Barcelona. Y otra mentira: Assís no es el abad Escarré de los años del plomo.
Forcadell es hermanísima de Junqueras. Ella tiene un poco más de mala jandí y no se lo reprocho, por lo menos, pónganle eso. El vicepresidente, en cambio, es de lágrima fácil: "Nosotros somos los buenos y los malos son los otros". El independentismo nos ha partido en dos mitades y ahora pretende cosificarnos; quiere someternos al ritual de la otredad.
La mañana del pasado domingo, el día del Maratón de la Democracia, Forcadell incendió corazones melifluos y desató cabreos íntimos. Su voz parecía rebotar en las paredes de la Central. Y me salió de dentro: Forcadell, ¡fuera del paraninfo!.