Ángel Ron pasará a los anales mercantiles como el profesional que llevó al naufragio a una institución casi centenaria como Banco Popular. El balance de su infausta presidencia se resume en un solo dato: la cotización de la entidad perdió el 97% de su valor.
A su sucesor, Emilio Saracho, le han bastado cuatro meses escasos para remachar el último clavo del ataúd del banco y sumir en ruina completa a los baqueteados accionistas.
El repertorio nacional de grandes empresas luce otro ejemplo de descalabro parecido al del Popular. Me refiero al grupo mediático Prisa. Su líder, Juan Luis Cebrián, sigue punto por punto los pasos de Ángel Ron en la singular hazaña de hundir la empresa por él gestionada.
Así, desde que Prisa salió a bolsa en el año 2000, su cambio ha experimentado un desplome del 93%. Los miembros de la familia Polanco, que eran accionistas mayoritarios, han asistido impotentes a la volatilización de miles de millones de euros en los tres lustros largos de aciaga rectoría de Cebrián.
El germen de este desastre proviene de 2007, cuando Cebrián se empecina en lanzar una opa sobre su filial cotizada Sogecable. La operación carga sobre las costillas de Prisa una deuda de casi 6.000 millones, que es incapaz de digerir y que anegará su cuenta de resultados en un mar de tinta roja.
Desde 2010, sólo ha cerrado en positivo un año, el de 2015, con una ganancia de 5 millones. Las pérdidas de los otros seis suman más de 3.700 millones. En estos momentos, Prisa presenta un patrimonio negativo y, además, sigue debiendo a los bancos más de 1.700 millones.
Ángel Ron y Juan Luis Cebrián componen dos vidas paralelas. El primero arruinó uno de los bancos más sólidos y solventes de nuestro sistema. El segundo ha dinamitado el antaño primer consorcio de comunicación de España
A la vez, El País pierde difusión a marchas forzadas, al compás de la imparable caída de las ventas, que afecta a toda la prensa escrita sin excepción.
Valga añadir que en semejante periodo, Cebrián no ha tenido empacho en embolsarse una paga anual de casi 3 millones de promedio. Además, se agarra a la poltrona gerencial como una lapa. De hecho, disfruta de un blindaje que le garantiza la permanencia hasta diciembre del año próximo.
Juan Luis Cebrián, personaje poliédrico y mercurial, es heredero sin par del gran preboste Jesús Polanco, de cuyo fallecimiento se cumplen diez años el mes que viene.
Es fama y razón que Polanco realizó sus mejores negocios al amparo del poder político y gracias al logro de concesiones y licencias administrativas. Se sirvió de su buque insignia el diario El País para doblegar a todo el que se le puso enfrente, ya fueran ministros, magistrados o magnates del dinero. Jugó a todas las bandas imaginables. Su único objetivo se cifró en agrandar su poder, influencia y fortuna.
Bien puede decirse que desde los tiempos fundacionales hasta hoy, el andamiaje prisaico se montó sobre los favores de los Gobiernos de todo pelaje. Su respeto de las reglas del mercado abierto y la libre competencia fue más bien escaso. Pocos individuos infligieron tanto daño a la causa de la democracia y la libertad por nuestros meridianos.
Cebrián tiene dicho --y escrito en varios libros-- que durante su juventud luchó infatigablemente contra el franquismo. Es debió de ocurrir en sus ratos libres. Porque en su horario laboral, a mediados de los años setenta, desempeñaba el cargo de nada menos que jefe de informativos de Televisión Española. Es decir, acaudillaba el máximo órgano de propaganda del régimen, que, adicionalmente, gozaba de un monopolio absoluto, pues era la única cadena existente.
Ángel Ron y Juan Luis Cebrián componen dos vidas paralelas. El primero arruinó uno de los bancos más sólidos y solventes de nuestro sistema. El segundo ha dinamitado el antaño primer consorcio de comunicación de España. Mientras tanto, ambos se han alzado a la inmarcesible categoría de multimillonarios.