"Fui matador, pero ahora soy un torero de salón con el riñón forrado", dirá el epitafio profesional de Juan Luis Cebrián, Janli. Su oponente, César Alierta, practica el esquematismo de los grandes gestores y esconde sus pasiones muy íntimas como el periodismo de palo y zanahoria: a ti te mato y a ti te perdono.
Cebrián se siente emboscado, pero él sí tiene quien le escriba; tiene, por ejemplo, a Felipe González el estadista que proyecta su luz sobre el patrón de Prisa, una empresa suspendida entre las participaciones de Telefónica, Santander, Caixabank y HSBC. Felipe González habla de las "pulsiones sicopáticas" de Trump en su artículo (Trump: los muros de su cerebro) publicado este lunes en El País, mascarón de Prisa. Y no es gratuito. La frontalidad de Felipe le legitima delante de una clase dirigente europea meliflua y vacía; asustadiza y retardataria.
Pero esta vez, la alta voz del alminar no refuerza a Cebrián, más bien le empequeñece, desnortado y refugiado entre los papeles de Gran Vía. Y escondido en el mismo despacho en el que Augusto Delkáder (el hombre-SER) abrió un día la ventana para que entrara el aire fresco en el interior viciado. Entonces Delkáder iba con los suyos por la trocha que conduce hasta el abrevadero de Chicote, y Cebrián tenía los enemigos entrañables, que hoy no tiene. Enjaulado en su torre de marfil, es un viejo matador que nunca más volverá a salir del coso de Miguel Yuste (redacción de El País) a hombros de los capitalistas. Habita una derecha factual que se proclama alternativa demócrata y moderada, la casa común de Vargas Llosa, George Soros, Carlos Slim, etc.
La pluma de Cebrián dejó de ser un estilete para convertirse en la espada enmohecida de un noble que cuida de su finca
Su pluma dejó de ser un estilete para convertirse en la espada enmohecida de un noble que cuida de su finca. Su pelo encaneció y sobre los hoyos de sus ojos se posó la S bibarrada del dólar. Quienes le sostuvieron tras sus ruinosas compras multimedia, ahora le quieren desalojar. Vienen a echarle los de Telefónica con su cohorte de ingeniería financiera, tras la que se esconde César Alierta, dispuesto a sacar a Cebrián de Prisa para colocarse él. Telefónica es el primer accionista de Prisa. Y Alierta lo tiene a tiro siempre que el expresidente de la operadora cuente con el plácet de Álvarez-Pallete, el actual presidente.
Maño de morro fino, amigo de Aznar y agitador, Alierta tiene hambre de periodismo influyente. Y estos son los peores, los que lo han mandado todo menos un periódico regio. Se abalanzará sobre su presa pensando en rejuvenecer, sin necesidad de fornicar en carne vil, como la hacía el mismísimo Capitán Nemo. La materia gris crea feromonas, y a estos individuos el placer algorítmico les pone aunque les recata el sexo. Detrás de esta conquista se mueve un segmento de la oligarquía española cuyo despertar agita hoy al sector de la comunicación. Se conforman bloques defensivos como una posible fusión entre Unidad Editorial (editora de El Mundo) y Prisa espoleada por Janli y otra entre la misma Unedisa y Vocento (ABC). Se impone el principio de morir matando, aunque esta guerra sea estéril para el mundo vegetal de la prensa escrita, que pierde lectores y dinero, y se asoma, día a día, al abismo.
Cebrián nunca superó el síndrome del padre, el malogrado Jesús de Polanco. Se unió a Telefónica pensando en ganar haciéndose amigo del enemigo, pero hoy sabe, como lo supo Edipo, que esa Yocasta con la que yace es su propia madre. Depende de ella. La operadora lo es todo y Janli no es nada sin ella, salvo una consultora creada bajo el nombre de Janlison SL. Ha entrado por su mala cabeza en la gruta jadeante y a menudo maloliente de la historia de los conglomerados que se apagan. Recibirá pronto un bofetón de silencios en medio de salvajes griteríos de los nuevos ganadores digitales que ahora aletean en sus dolores de parto. Será el asediado en la noche de San Bartolomé, poco antes del holocausto.
Alierta es de los que no creen en la historia. Solo afila el cuchillo que muerde entre los dientes
Su oponente, César Alierta, es el camino fácil del jugador que ha sabido esperar su suerte sin desesperar. Corta el futuro con el filo de Guillermo, el franciscano, después de años de duro pelear para evitar que Telefónica, el blue chip español por antonomasia, descarrilara en alguna curva del camino. Alierta y Cebrián representan a dos bloques frente a frente de la clase dirigente española, ambos con el anhelo por marcar la ruta de futuro. César, marmóreo contador de ebitdas ascendentes; Janli, espeso humanista sembrado en la alcoba semítica de un mundo en descomposición. El primero, campeón del dinero fácil en bolsa durante la fiebre del oro de los ochenta. El segundo, maquinista de una General al servicio del cambio hasta que las huestes liberales del siglo pasado (los mal llamados socialistas) sacaron a España del furgón de cola, entrando en la OTAN y en la CEE.
Dos individuos con el arroz pasado se enfrentan en las Termópilas de la comunicación. Cebrián, hijo de un hombre del Régimen y periodista del diario Pueblo, dice que un periódico es una nación y que el suyo tuvo la suerte de nacer después de ser prohibido por Franco. Alierta, cazador bajista, solo es un tirador de ballesta agazapado en un claro del bosque. Uno es reformista constitucional del polémico artículo octavo, y el otro, español sin más. Cebrián sabe que el contencioso catalán es una cuestión de poder y que Cataluña no lo tiene; Alierta ni se lo plantea. Uno sabe que la Guardia Civil es la última ratio y el otro mira de reojo. El periodista dice que la endogamia reina en la política y el gestor aserta "dame el cuchillo que lo abro todo en canal". Cebrián confunde el compromiso socialista con la gauche caviar catalana, mientras que Alierta está siempre invitado a las cenas de Vilarrubí y Sol Daurella.
Para revisar el pasado, Cebrián balancea bajas y enemigos. Alierta no quiere pasado. El hombre de Prisa (todavía) recuerda en sus memorias sus reuniones con Aznar cuando estaba en la oposición. Alierta ni pestañea; era uña y carne con el hombre de las Azores. Cebrián, que fue jefe efímero de informativos en la TVE con Arias Navarro, ha escrito en sus memorias que Aznar pertenece al franquismo sociológico aunque sea nieto de un periodista que dirigió El Sol, el diario de Ortega. Alierta es de los que no creen en la historia. Solo afila el cuchillo que muerde entre los dientes.