Todo apunta a que en las próximas semanas puedan producirse cambios en las distantes relaciones entre las élites políticas centrales y las autonómicas. La mayoría de los periódicos han señalado en los últimos días que el Gobierno mantiene negociaciones secretas o discretas con Cataluña (sic). Asombra comprobar cómo el léxico ha sido secuestrado por el nacionalcatalanismo hasta en Madrid. En lugar de escribir el Gobierno de la Generalitat, titulan Cataluña, solo nos faltaría leer "España negocia con Cataluña". Todo un alarde de necedad.
Nadie puede dudar de que este tendencioso y disparatado enfoque metonímico ha hecho mella entre una mayoría de españoles. Muchos confunden catalanes con catalanistas, del mismo modo que muchos confunden españoles con españolistas. El monotema y la necedad, en cotidiana combinación, han hecho mucho daño.
Tampoco hay que alarmarse. Decía Erasmo que no hay ninguna sociedad ni relación humana que pueda ser placentera ni estable sin la necedad: "Ni el pueblo al príncipe, ni el siervo al señor, ni la criada a la señora, ni el discípulo al maestro, ni el amigo al amigo, ni el marido a la esposa, ni el huésped al anfitrión, les soportarían un instante si el uno con respecto al otro no fingieran, ni se adularan, ni se engañaran prudentemente, ni se untaran con la miel de la locura [o necedad]".
Negociar, decidir, dialogar, pero ¿qué? Si se convoca un referéndum por la independencia, ¿qué hay que decidir? Si ya están listas las leyes de desconexión, ¿qué hay que dialogar? Si el Estado español es constitucionalmente indisoluble, ¿qué hay que negociar?
Está aún muy vigente esta sátira erasmiana, porque sin un elogio a la burricie es imposible comprender qué está pasando en esas preclaras mentes de nuestras élites autonómicas y centrales. De momento, todos padecen sufrir el síndrome del complemento directo. Negociar, decidir, dialogar, pero ¿qué? Si se convoca un referéndum por la independencia, ¿qué hay que decidir? Si ya están listas las leyes de desconexión, ¿qué hay que dialogar? Si el Estado español es constitucionalmente indisoluble, ¿qué hay que negociar? No estaría de más que cuando hiciesen declaraciones utilizasen el complemento directo, así podríamos percibir si realmente hablan de temas concretos --y sus soluciones-- o es un diálogo de besugos.
Es cierto que la situación no está para bromas. No es lo mismo administrar en un futuro inmediato una posible frustración de centenares de miles de ilusionados independentistas que dar alguna seguridad jurídica a centenares de miles de abandonados catalanes españoles. Otro asunto sería explicar a decenas de millones de españoles cómo se ha llegado hasta aquí, mientras asisten atónitos al despropósito nacionalista y al desgarro social, cultural y político de Cataluña.
Por ausencias explicativas o por sobreexposición mediática, el monotema está generando un enorme aburrimiento entre el común de los españoles. Aunque, es esa gran mayoría la que sigue expectante la deriva nacionalcatalana y la indolencia --negociadora-- del Gobierno español.
Dejó escrito Camilo José Cela que tuvo un amigo y pariente, de nombre Matías, que en los inicios del franquismo hacía demostraciones eroticogimnásticas en plena calle, mientras inventaba palabras. La primera de su alfabeto fue aburrimierdo, con este significado: "Dícese del que está más que aburrido pero aún aguanta". Al menos, como españolito machadiano, espantando moscas, esas viejas y pertinaces amigas que evocan todas las cosas.