Los recelos del Reino Unido (RU) hacia la integración europea no son nuevos. Empezaron desde las mismas negociaciones del Tratado de Roma en las que representantes del Gobierno británico participaron. Probablemente, no solo por lo difíciles y complicadas que fueron, sino también porque el interés del RU se encaminaba a lograr un área de libre comercio y, por lo tanto, las propuestas de Unión Aduanera y Política Agrícola Común (que fueron, en substancia, en lo que acabaron las negociaciones) les parecieron excesivas. Pero los recelos eran recíprocos: el posterior interés del RU por ingresar en el club (más vale estar dentro para poder influir en las decisiones que sufrirlas desde fuera) se vio frustrado por el veto de Francia (general De Gaulle). Finalmente, la racionalidad terminó por imponerse y el RU accedió a la CEE en 1973. Sus aportaciones al naciente sistema europeo eran evidentes: ejemplo de funcionamiento del Estado de derecho y de la democracia parlamentaria, racionalidad económica, uno de los mejores servicios diplomáticos del mundo (del que doy fe personalmente) y un ejército operativo digno de ese nombre. Solo Francia podía y puede, hasta cierto punto, asimilársele respecto de los dos últimos elementos.

Sin embargo, el interés primordial del RU seguía siendo el mercado interior europeo, y lo más desregulado posible, pero sin libertad de movimiento de personas (ante la que tuvo que transigir para conseguir la de mercancías, servicios y capitales), además de promover la liberalización del comercio con países terceros. Particular atención y desvelo puso en la liberalización de los servicios financieros de cara a favorecer la consolidación y hegemonía de la City de Londres como centro financiero europeo y global. Esta visión estratégica hacia la integración europea se ha plasmado de manera sistemática en el quehacer diario del RU en las instituciones europeas: intentar bloquear, o cuando menos diluir, cualquier propuesta que supusiera avanzar hacia una mayor integración europea que se saliera de los límites señalados anteriormente (euro, impuestos, inmigración, defensa, fronteras, política exterior, etc.).

La inmigración procedente de la UE ha sido uno de los temas clave del Brexit, lo que resulta sorprendente para cualquiera que haya visitado el RU y haya podido comprobar que ésta es reducida en comparación con la inmigración proveniente de sus excolonias

Pero con lo que nadie contaba fue con la actitud irresponsable de un Primer Ministro en búsqueda de una solución a sus problemas dentro de su propio partido. Como es bien sabido, los ciudadanos en los referéndums votan en función de muchas variables y de información sesgada, medias verdades e incluso mentiras. Y su posicionamiento ante un referéndum puede no responder necesariamente a la cuestión planteada. Ante este tipo de decisiones de gran complicación para la inmensa mayoría de ciudadanos, lo mejor es confiar en la democracia representativa: en los representantes elegidos a quienes se les supone una mayor capacidad para tomar decisiones bien informadas. En el caso que nos ocupa, la inmigración procedente de la UE ha sido uno de los temas clave, lo que resulta sorprendente para cualquiera que haya visitado el RU y haya podido comprobar que ésta es reducida en comparación con la inmigración proveniente de sus excolonias.

Lo más triste es que vamos a perder todos. A corto plazo, el RU con una probable recesión económica y la UE con un menor crecimiento. Pero, a largo plazo, la situación puede ser peor, en particular para el RU tanto económicamente: al ser el mercado de la UE mucho mayor y las regulaciones armonizadas, la capacidad de atracción de inversiones y la eficiencia económica serán comparativamente menores, además de poner en peligro la hegemonía de la City en los servicios financieros; como políticamente: la existencia del propio RU puede quedar en entredicho (posible independencia de Escocia y/o la reunificación de Irlanda) y, en todo caso, por su menor importancia política en el mundo. También para la UE: menor importancia global como mercado y políticamente.

Ha llegado el momento de replantearse el futuro de la UE, refundándola. Hay que ver la situación como una oportunidad

Si a esta situación, le añadimos la actitud de algunos de los países del este de Europa interesados sobre todo en los beneficios económicos de su pertenencia a la UE y con evidentes síntomas de falta de convicción en cuanto a los valores fundamentales de la Unión (Derechos Humanos y Estado de derecho), ha llegado el momento de replantearse el futuro de la UE, refundándola. Hay que ver la situación como una oportunidad, convocando una nueva conferencia intergubernamental en la que participarían solo aquellos países que estén de acuerdo con la creación de una Zona Euro reforzada encaminándose hacia una Unión Política. Renovación y reforma de las instituciones: reforzar los poderes del Parlamento Europeo (PE) como cámara de primera lectura para la aprobación de las leyes europeas donde el interés general prime por encima de todo, dejando al Consejo como cámara de segunda lectura que tenga en consideración los intereses nacionales; reducir el número de comisarios de la Comisión Europea de forma que deje de haber un representante por país (como sucede con el BCE) con elección directa de su presidente por los ciudadanos o al menos por el PE (y no como propuesta del Consejo, a la que el PE da su beneplácito), lo que reforzaría su carácter federal. Un presupuesto federal suficiente para hacer frente a los shocks asimétricos y reducir las desigualdades entre países y regiones; mutualización de parte de la deuda pública. Ampliar la toma de decisiones por mayoría cualificada a aquellas áreas donde la unanimidad es hoy la norma (política exterior, justicia e interior, etc.). Asimismo, este sería el momento para abordar el problema de los paraísos fiscales, cuestión difícil de tratar hasta hoy debido a que una parte importante de los territorios implicados están bajo la soberanía del RU. Para el resto de países: acceso al Mercado Único como sucede hoy con Noruega.

En fin, y repitiendo lo que hoy se oye por muchos de los pasillos de las instituciones europeas: ¡Uf, por fin se van, que alivio! ¡Cuánta razón tenía el general! Y eso es lo que tiene el nacionalismo (Britain first!): tan cerca del sentimiento y tan lejos de la razón.