Me entero leyendo El Periódico de Catalunya de que ya tenemos en Barcelona una empresa que se dedica a desalojar a los intrusos que se han colado en tu domicilio; algo de lo que deberían encargarse la policía y el sistema legal y que, al parecer, no acaban de controlar como debieran. De momento, aún no han arrojado a nadie por el balcón ni se han producido hechos luctuosos, ya que, según el jefe de tan particular negocio, el aspecto intimidatorio de sus muchachos --intuyo que se lleva el ex militar albano-kosovar con cara de asesino-- basta para que los okupas de turno depongan su actitud, líen el petate y se larguen a dar por saco a otra parte.
Me alegro de que así sea, pero intuyo que algún día surgirán problemas con intrusos que se pondrán farrucos y habrá que abrirle la cabeza a alguien con un bate de béisbol. En ese momento, todas las almas puras de esta ciudad pondrán el grito en el cielo y clamarán contra la tentación de tomarse la justicia por su mano y bla, bla, bla. Se desatará el buenismo más untuoso y todos nuestros biempensantes, que son legión, exigirán penas de cárcel para el albano-kosovar y su jefe. Y nadie hará el menor comentario acerca de cómo se ha llegado a esta situación, pues ya se sabe que aquí tenemos muy mitificado al okupa y aún nos creemos que solo quiere lo mejor para el barrio, que piensa llenar de actividades culturales que al final resulta que consisten en montar unos fiestorros del copón, inflarse a birras y canutos y escuchar a Eskorbuto a toda hostia.
¿Alguien entiende que, pasadas 72 horas de la ocupación, no se pueda sacar a patadas a los jetas de turno, que ya han cambiado la cerradura y se han hecho fuertes en su nuevo alojamiento?
Si esta empresa existe es porque conoce la ley de la oferta y la demanda que impera en el capitalismo. Nunca habría nacido si el sistema funcionara de la forma correcta, que es también la más sencilla: si a usted se le han colado bichos en casa, acude a la policía y, tras demostrar que es el legítimo propietario o arrendatario del piso, ésta le ofrece un grupo de asalto que le devuelve su habitáculo en un pispás. Para eso paga usted sus impuestos, no para que un guardia le diga que negocie con los okupas, como le pasó hace años a un amigo mío, ya difunto, víctima de una intrusión de perroflautas en un local de su propiedad.
Los desalojos deberían ser inmediatos. O cuando el grupo de asalto tuviese un rato libre. ¿Alguien entiende que, pasadas 72 horas de la ocupación, no se pueda sacar a patadas a los jetas de turno, que ya han cambiado la cerradura y se han hecho fuertes en su nuevo alojamiento? Yo no. Ha habido gente que ha tenido que irse a un hotel o a casa de unos parientes porque no podía recuperar su domicilio habitual y debía poner en marcha un complejo proceso legal. Intuyo que es gente como esa la que ha permitido a la compañía de desocupación que nos ocupa nacer y prosperar rápidamente. Gente que se tiene que buscar la vida porque el sistema la deja tirada. Y vaya usted a contarle que no es bonito tomarse la justicia por su mano a alguien que le acaban de usurpar su residencia habitual.
Si el sistema no se pone las pilas, nos acostumbraremos a estas iniciativas de dudosa legalidad como nos acostumbramos a las agencias de cobro a morosos. Y cuando pase una desgracia, a ver si hacemos el favor de no echarle la culpa de todo al albano-kosovar de turno, pues la auténtica responsable será una administración ineficaz, vergüenza del capitalismo desalmado, que no atina a tomar partido por quien la financia.