No es lícito cambiar de opinión por simple interés político y mucho menos económico. Cuando alguien lo hace, no puedo evitar recordar la frase de Grouxo “estos son mis principios y, si no le gustan, los cambio”. Es más, pienso que hay que ser maleable: cuando cambian los hechos, es lógico cambiar las opiniones… Lo digo por el cambio de táctica de Albert Rivera, que ha pasado de nada con Rajoy a abstenerse y ahora a darle un sí con condiciones sine qua non. Estoy de acuerdo. Porque de no cambiar la dirección el coche que pilotaba iba directo al despeñadero.
¿Por qué? Porque, como expliqué en mi artículo anterior, dos terceras partes de sus votantes proceden el PP y un tercio no le perdonó su pacto con Pedro Sánchez en las segundas elecciones, y espero que sean las últimas, del 26-J.
Con este movimiento, Rivera consigue insuflar viento fresco a la política pepera
No sé si el cambio ha sido a propuesta suya o de su staff directivo. No importa, lo importante es que haya cambiado una posición que había desconcertado a parte de sus votantes. Le ha pasado el marrón al PP, que debe aceptar lo que le pide: la reforma electoral para que los escaños sean proporcionales a los votos, lo que, en principio, habrá que ver cómo se concreta. En la práctica va a fastidiar a los partidos que no se presentan en el ámbito nacional. Algo que me encanta, pensando en todos los indepes sean de donde sean: catalanes, vascos o gallegos… Me da igual, porque todos pretenden lo mismo: convertir a España en Ex-paña.
Nunca lo conseguirán porque España es más fuerte de lo que piensan los Puigdemont, Laporta y el jefe de los Mossos d’Esquadra reunidos reunidos en febril camaradería en Cadaqués por la Pilar de Cataluña que, si un día tuvo vergüenza, hace mucho tiempo que la perdió porque enseña a todo Cristo que ella pretende ser la reina del bacalao y los mandamases de la virtual República catalana se lo permiten dejándole grabar la fiesta nostálgica con aromas de Liverpool.
Con este movimiento, Rivera consigue insuflar viento fresco a la política pepera porque airear los despachos de la calle Génova es un ejercicio de profilaxis que puede ayudar a expulsar lo peor de la política que se cría cuando desaparece la ventilación.
Pedro Sánchez tiene que tomar nota y permitir que sus diputados puedan votar sin la disciplina que exige el partido
Pedro Sánchez tiene que tomar nota y permitir que sus diputados puedan votar sin la disciplina que exige el partido político porque Felipe González y Josep Borrell, las mejores cabezas que tiene el PSOE, ya han dicho que están a favor de que se deje gobernar al partido que ha ganado las elecciones del 26-J, también lo ha dicho ZP pero este personaje no entra en ese ámbito de las ‘mejores cabezas que tiene el PSOE’, porque la tensión territorial que sufrimos desde el 2010 en España lleva su firma, podemos discutir si por acción u omisión, pero la caja de Pandora la destapó él creyendo que con sus cejas y sonrisa era el José Tomás del ruedo hispánico. Al diestro de Galapagar le coge el toro porque no se aparta, creo que su subconsciente le dice que los mejores toreros mueren en el albero. Zapatero no tiene la solemnidad de Tomás, sino la sonrisa de un bobo que tiene la capacidad asombrosa de romper la mejor orfebrería de Limoges.
Pedro Sánchez no tiene por qué cambiar de opinión: que vote no y mil veces no a la investidura de Rajoy. Está en su derecho, pero también que dé el derecho a sus diputados a que puedan elegir si piensan como Felipe González, Josep Borrell o él. Sólo hace falta el voto de once diputados socialistas. Que dé esa posibilidad con el voto secreto porque, si la diera, demostraría que es tan inteligente como Rivera o más: sin cambiar de voto permitirá librar a España de unas terceras elecciones, porque Rajoy saldría investido como presidente del Gobierno, pero sin el cheque en blanco. Ciudadanos también se la juega.
A mí me trae al pairo el futuro de todos los partidos y sus políticos. Mi único interés es el futuro y el bienestar de los españoles. No tengo otro. Me da igual que sea Mariano, Albert o Pedro. Eso sí, no quiero que sea Pablo Picapiedra porque su gente nos lleva con su discurso progre directamente al hombre de las cavernas.