El sofisma del matrimonio entre España y Cataluña
Vuelta la burra al trigo. Esta vez ha sido nuestro presidente circunstancial, Carles Puigdemont, a cuenta del cuento de la independencia: "En un matrimonio sin igualdad, lo más civilizado que hay es la separación". Es lo más ocurrente que se le ha ocurrido tras su regreso con el rabo entre las piernas de Europa.
¡Qué cansado es hacer de Sísifo! España y Cataluña no son un matrimonio, un matrimonio es la unión de dos personas, no de 47 millones
El sofisma es tan evidente, como la mala fe utilizada para persuadir a la buena gente de la legitimidad de la ruptura.
¡Qué cansado es hacer de Sísifo! España y Cataluña no son un matrimonio, un matrimonio es la unión de dos personas, no de 47 millones. Uno se puede separar de su pareja, no del resto de individuos de la sociedad. Cataluña y España no son personificaciones con vida y sentimientos capaces de obrar y decidir con voluntad propia, ni los 47 millones de ciudadanos individuales y libres que las forman son meras células de dos únicos cuerpos. Confunden la capacidad de dos personas individuales para decidir sobre sus vidas con la de millones de personas cuyas cuitas personales son distintas entre sí, e imposibles de reducirse a dos voluntades enfrentadas. El que haya un número determinado de ciudadanos insatisfechos con su pertenencia a España no les da derecho a suponerse la encarnación de Cataluña y, por ende, con capacidad para divorciarse de España.
España y Cataluña no son un matrimonio, ni son el padre y la madre, tampoco una familia, sino un Estado único formado por un puzle de ciudadanos libres e iguales. Así que en este falso matrimonio tienen voz y voto 47 millones de españoles. En ellos, en cada uno de ellos, reside la soberanía nacional. De ahí que parte alguna pueda recurrir al divorcio para solucionar lo que sólo pertenece al debate de ideas que el sistema democrático gestiona dentro del derecho positivo. Quien aun así insista en el divorcio, habrá de pensar en separarse de cada uno de los 47 millones. Y pagar las minutas de tanto buscapleitos.
No es ocurrencia original, sino habitual. Alfred Bosch ya lo recomendó en el Congreso de los Diputados en 2014: "Es mejor pasar del matrimonio gruñón a la amistad". Con el mismo poso victimista que plasmó Isona Passola poco después en el publirreportaje L'Endemà. Su subtítulo es revelador: "Respuestas para decidir". La cultura al servicio de la propaganda.
Son sofismas que se repiten una y otra vez aunque se desmientan con lucidez o hechos
Isona Passola traza en ese engendro filmado a una pareja de jóvenes casados en trance de separación como metáfora de la ruptura de España y Cataluña, y el divorcio como solución más civilizada. Por supuesto, el hombre es España, la chica, Cataluña. No podía ser de otra manera, él es el machista, intransigente, cazurro, autoritario, derrochador, irresponsable, el acosador incapaz de enfrentarse a la vida por sí mismo. Ella, por el contrario, es la chica incomprendida, la mujer valiente, racional, moderna y comprensiva, segura de sí misma y capaz de enfrentarse al futuro. Él no quiere el divorcio, ella sí; él la considera propiedad suya, ella le invita a ser libre y autónomo. La puta historia de siempre: un juego entre víctimas y verdugos donde estos siempre son los otros. Tras las palabras de Puigdemont se adivinan esas insinuaciones malsanas que justifican la inevitable ruptura. En Cataluña, entre el secesionismo no se da puntada sin hilo. Viven de eso.
Son sofismas que se repiten una y otra vez aunque se desmientan con lucidez o hechos. Ahí tienen los 16.000 millones de euros que nos roba España según Junqueras, a pesar de los datos empíricos aportados por Josep Borrell en el libro 'Los cuentos y las cuentas de la independencia', que los desmienten.
El fin justifica los medios. A esto se reduce la revolució dels somriures. En Cataluña, algún día, habrá que devolver al lenguaje su función, es decir, la concordancia entre el concepto y la cosa.