Seducción sin obsesión
En 1932 Ortega lanzó a las ondas de la radio una breve alocución para que su voz quedara grabada en un ‘Archivo de las palabras’. Concluyó con esta sentencia que encierra un enigma: “En España para persuadir es menester antes seducir”.
Conviene recelar de todo aquel que rechace de plano el deseo y las posibilidades de cautivar un alma
Hay ilusos que confían toda esperanza en una supuesta capacidad seductora, ignorando por de pronto que “no hay que intentar satisfacer a quien con nada se va a satisfacer”, en palabras de Julián Marías. Pero, por otro lado, conviene recelar de todo aquel que rechace de plano el deseo y las posibilidades de cautivar un alma. Seducir es una voz que procede de la latina ‘ducere’ (conducir; ‘duce’ equivale a guía o conductor), y no implica necesariamente embaucar o hacer el lelo para ello, sino que puede significar atraer desplegando afabilidad y determinación, regalando proximidad y confianza, con generosidad y magnanimidad; esto es mostrando una personalidad firme y suave a la vez, de alguien que aspira a ‘ser más’.
En la última campaña de las elecciones autonómicas catalanas me pareció un acierto que Inés Arrimadas insistiese, un día tras otro, en la voluntad de seducir a un sector de votantes independentistas con un proyecto atractivo de reformas de España. A todas luces, la nueva jefa de la oposición no se refería a quienes son irreductibles, bloqueados en su pretensión fija y obsesa, sino al porcentaje que ha adoptado últimamente esta posición política, que son un sector más dúctil y flexible y que muy bien podrían modificar su actitud reciente.
Para eso hace falta porosidad, en ambos sentidos, para atender a razones: unas propuestas que sean consistentes, expresadas con sensatez y frío rigor; puño de hierro, guante de seda. Es necesario y no suficiente acceder a ventanas que den paso al aire fresco y veraz, y cerrar la muralla a los tóxicos envueltos en mentiras y delirios. Para eso hay que salir del ruido que despista, de la consigna repetida hasta ensordecer y reñida con la libertad de pensamiento.
Se ha de saber a ojos cerrados que estas cosas de reventar actos académicos por intolerancia ideológica no salen gratis
Hace unas semanas en la Universidad de Alicante hubo un acto académico en el que intervino el ex presidente Felipe González. De pronto, un puñado de individuos se levantó de sus asientos y arrancó a voz en cuello con una matraca de letanías, con gritos de asesino y fascista para Felipe, y otras lindezas contra los empresarios en general. Aquellos mozos y mozas debieron de quedar muy satisfechos de tamaña proeza pueril, adornados con pancartas y con una estelada amarilla, la marca de los antisistema amarillos; ya pueden disfrazarse, antes que nada son separatistas confesos. El rifirrafe duró quince minutos hasta que optaron por salir. Ignoro cómo los persuadieron, desde luego sin una imposible seducción. Con estos energúmenos hay poco de qué hablar, porque no escuchan ni atienden a razones. Sólo gritan, amenazan y están listos para la bronca y para romper lo que haga falta.
¿Qué opción queda ante cosas así, la batalla campal? Adiós espíritu universitario y hola al enfrentamiento violento. Vuelta a la caverna. Si fueran estudiantes, las autoridades académicas deberían proceder de inmediato a aplicarles la sanción correspondiente, acaso su expulsión. Si se consienten estas actuaciones, no dejarán de crecer los émulos de camorristas. Se ha de saber a ojos cerrados que estas cosas de reventar actos académicos por intolerancia ideológica no salen gratis. Que no hay otra opción aceptable que razonar y que no se hace a los demás lo que no se quiere que te hagan a ti. En caso contrario, fuera de la universidad pública.