La encrucijada totalitaria
Vivimos tiempos de una tensión insoportable, de una frustrante incertidumbre, de un sufrimiento insondable... a pesar de conocer, prácticamente de memoria, las falacias y aporías que nos han llevado hasta aquí, hasta el límite.
Oteamos la sombra de la autocracia, entrevemos el fantasma de la dominación institucional, entre descreídos y desolados ante la posibilidad siniestra; ante esta promesa de servidumbre que se abre paso en medio de una agónica fractura entre miembros, entre hermanos de la misma sociedad, de la misma familia, de los mismos amigos.
No puede haber olvido, ni perdón, frente al obsceno cinismo de representantes públicos que nos quieren robar nuestra identidad cultural, ellos, que tanto se llenan la boca de dignidad popular
Y no puede haber olvido, ni perdón, frente al obsceno cinismo de representantes públicos que nos quieren robar nuestra identidad cultural, ellos, que tanto se llenan la boca de dignidad popular; que nos quieren someter a una espiral de violencia moral, ellos, que tanto se llenan la boca de manifestaciones pacíficas. También ellos, ciudadanos totalitarios, que se han convertido en verdugos complacientes, en culpables voluntarios, férreos aliados de la “tiranía racional”, firmes enemigos de “la libertad reflexiva”, como ya distinguió Albert Camus.
Ellos, que quieren aniquilar los afectos de noble fraternidad, y se llenan la boca de sonrisas revolucionarias, ellos, que quieren dictar el destino de nuestra patria, de nuestra comunidad, de nuestra tierra, y se llenan la boca de soberanía política, ellos, que quieren imponer un modelo unilateral, y se llenan la boca de diálogo leal. Que nutren a la sociedad de miseria e ignorancia, y se llenan la boca de prosperidad y excelencia, que se degradan en la mediocridad intelectual, y se llenan la boca de solemnidad épica.
Ellos, que rinden sumisión incondicional al líder, y se llenan la boca de desobediencia civil; que secuestran la expresión natural de la lengua común, y se llenan la boca de cohesión exitosa, que explotan a la clase trabajadora para construir los símbolos del odio, y se llenan la boca de justicia social.
Pues no hay equidistancia posible entre la razón, la ley y la sensibilidad por un lado, y la astucia, la arbitrariedad y el resentimiento, por otro. No hay equidistancia entre la pulsión subversiva o los derechos democráticos, entre la desmesura del poder o la convivencia en tolerancia. Entre una España unida en la diversidad, o una Cataluña ciega, sorda y muda ante la realidad.
Sí, hay un ellos y un nosotros.
Y nosotros venceremos.