Catalunya is different
1975. Franco aún estaba vivo. En el Instituto de Lleida las clases eran en castellano. El catalán era una asignatura optativa que daban, los sábados por la mañana, profesores voluntarios de Òmnium Cultural. De los 42 estudiantes de mi clase, iban dos. De las tres líneas del curso, seis. Pero yo, un adolescente de 17 años, defendía el derecho a estudiar en la lengua materna. Personalmente, no tenía ningún problema. Mis padres eran de Huesca.
Allende los Pirineos nadie entiende que algo tan normal como pedir la enseñanza en la lengua materna sea piedra de escándalo
Han pasado cuarenta años. No veo la vida igual que entonces. Pero eso: el derecho a la enseñanza primera en la lengua materna, sí. Ese principio está reconocido por las Naciones Unidas. No lo he inventado yo...
Les confieso que el ex ministro José Ignacio Wert no me gusta. No porque haya sido ministro Educación. No es eso. No me gustaba cuando era un simple tertuliano, de lengua fácil y burlesca.
Las personas que tienen en la cara esa sonrisa socarrona y perdonavidas, me generan anticuerpos. De entrada, quien no duda no acostumbra a caerme bien. Me recuerda a muchos estúpidos que he tenido la desgracia de conocer.
Pero no le falta razón en ese asunto tan espinoso como el de la inmersión de la lengua en Catalunya. La última sentencia del Tribunal Supremo que confirma la anterior del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, y la previa del Tribunal Constitucional, que tanto ha cabreado. No se entiende fuera de Catalunya, y no hablo de Madrid, sino que pongo el gran angular a nivel europeo. Allende los Pirineos nadie entiende que algo tan normal como pedir la enseñanza en la lengua materna sea piedra de escándalo.
La sentencia fija que las familias que acudan al sistema público, y lo soliciten, tienen derecho a que sus hijos reciban la enseñanza en castellano en el ¡25% de las asignaturas troncales!
La comunidad educativa institucional dice que se ha creado un problema artificial porque no existe en la realidad, ya que se puede contar con los dedos de una mano las familias que piden ese derecho en cada municipio. Y es cierto que nadie lo pide. Nos hemos acostumbrado a la anormalidad de que una sociedad bilingüe tenga un sistema de enseñanza monolingüe, y nadie proteste.
La Generalitat oculta que las notas de los niños que tienen como lengua materna el castellano son inferiores que las que tienen el catalán como materna
Vuelvo a ese lejano 1975. Cuando la enseñanza obligatoria en catalán estaba prohibida defendía el derecho inalienable a recibir la enseñanza en la lengua materna y que, como en Catalunya teníamos dos, había que aprenderlas en la misma escuela y aula. Nada de separar a nadie. Nada de escuelas en catalán o en castellano como cuando la II República. Una misma escuela para todos.
El milagro actual de que los niños salgan de la escuela hablando castellano no es un trabajo de la escuela (es una mentira como un templo), sino un activo de la realidad sociedad. Una realidad que desde la política institucional (desde 1980) se pretende cambiar.
En los años 90, en los que se puso la directa con la inmersión lingüística (desde 1993 Pujol fue socio del gobierno de turno marcando esa línea roja), la Generalitat oculta que las notas de los niños que tienen como lengua materna el castellano son inferiores que las que tienen el catalán como materna, y para que no se note, a efectos académicos, los exámenes de competencia lingüística en castellano son muy básicos.
Por eso la consellera Irene Rigau saca pecho al decir que las notas de castellano de nuestros escolares son mejores que la media de las comunidades que sólo tienen esa lengua. Una afirmación cierta desde el punto de vista oficial, pero absurda en el real.
La ventaja de la lengua castellana es que se aprende más fácilmente que la catalana. Por eso se ha aceptado socialmente que lo antinatural se haya convertido en natural. Que una lengua sea la normal en el aula y la otra del patio, también forma parte de la realidad catalana.