El partido de la Copa debería haberse suspendido
A mí me gustaría que el Gobierno español adoptara algo del conocido y elogiado pragmatismo británico. ¿Por qué no se podía haber actuado de manera pragmática el sábado pasado ante la previsible pitada al himno en el Nou Camp? ¿Qué hubieran hecho los británicos? Esto no lo sabemos pero sí sabemos lo que hicieron en el año 2012 en el partido de vuelta de la final de la Copa Carling entre el Liverpool y el Cardiff para evitar los abucheos de los nacionalistas galeses al himno británico: no tocar el himno. O sabemos lo que hicieron el entonces presidente Jacques Chirac y el entonces primer ministro Nicolas Sarkozy en el 2002 en la final de la Copa de Francia cuando los aficionados corsos empezaron a silbar el himno francés: se levantaron y se fueron por lo que tuvo que dar la copa un miembro de la Federación Francesa de Fútbol. En España, por el contrario, se permitió que el Rey y las otras autoridades aguantaran estoicamente la pitada y que muchos ciudadanos tuvieran que presenciar una acción que les ofendía y que suponía una falta de respeto a los símbolos comunes.
Se debería haber reunido toda la evidencia de que el silbido era inevitable y se debería haber suspendido el partido en consecuencia
¿Por qué los ciudadanos y las autoridades en el palco tenían que aguantar la pitada? ¿Tenemos una pasión por el masoquismo? Hacía tiempo que se sabía que pasaría. Durante semanas, la pitada fue alentada por el siempre irresponsable Mas, el inefable Homs y en los últimos días, incluso por Ada Colau, que llegó a calificarla de "libertad de expresión". Varios grupos de fanáticos ya habían anunciado que repartirían pitos a la entrada del campo, cosa que hicieron, y todo el independentismo estaba deseando el abucheo y sin ninguna intención de renunciar a ello. De hecho, magnificaron la pitada, la presentaron como un acto de protesta más en su camino hacia la "victoria final". Pero, como dice el periodista Xavier Rius, van errados aquellos que piensan que se conseguirá la independencia a base de silbidos. Es bien cierto que tiene un punto de rabieta de niño pequeño este acto de la pitada. Pero los efectos para muchos en Cataluña y para el resto de españoles es que es un desprecio a los símbolos comunes, los cuales gustarán más o menos pero que son, sin duda, merecedores de respeto. Por ello, algo debería haber hecho el Gobierno español y la Federación Española de Fútbol.
En mi opinión, se debería haber reunido toda la evidencia de que el silbido era inevitable y se debería haber suspendido el partido en consecuencia. El ministro de deportes -Wert- o mejor, un representante, junto con la Federación Española de Fútbol deberían haber explicado que el comportamiento anunciado por una parte importante de las aficiones rompe las reglas del juego al ser ofensivo y una falta de respeto a todos los ciudadanos y al espíritu del deporte. No se pueden hacer actos con aquellos que no pueden ni quieren seguir las reglas del juego. Hay dos precedentes de pitadas en finales anteriores y por tanto, no se dan las condiciones para jugar el partido.
Con el partido suspendido, se hubiera perdido mucho dinero: los derechos televisivos, para empezar; las entradas en el campo, el gasto realizado por los 45,000 seguidores del Athlétic de Bilbao que vinieron. Además, el descrédito internacional; el mismo día se jugaban la final de la copa inglesa y la alemana, entre otras. Todo el mundo hubiera sabido que la española no se jugaba ante la anunciada pitada. Quizás entonces habrían salido algunas voces en Cataluña a decir que es mejor no interferir con ciertas cosas y que no todas las acciones son adecuadas para conseguir llegar a Ítaca. Que quizás se debe frenar un poco si no queremos hacernos daño.
Otras posibles actuaciones por parte del Estado son las que hicieron los ingleses o los franceses. En cambio, con lo que nos encontramos nosotros es con la no actuación del Gobierno, una vez más, la cual da alas a Mas y los nacionalistas en la peor dirección. Se sienten impunes y sin límites y se entregan a la chulería y la prepotencia. Las declaraciones de Mas, después de su irresponsable sonrisa junto a un claramente incómodo Felipe VI, fueron de un cinismo insuperable: le pareció perfecto lo que había pasado, culpó al Estado de haberlo provocado y amenazó con combatir cualquier sanción que se quiera aplicar, calificándolas de ridículas.
Ahora, ya que el Gobierno no quiso actuar antes del hecho, se trata de correr a actuar después. Salvando todas las distancias, se parece a la secuencia que presenciamos el 9-N. Pasado el hecho, una vez más, se pide el castigo más grande desde una parte de la prensa y los tertulianos de Madrid, cayendo ellos mismos en la misma visceralidad e intolerancia que critican a los nacionalistas. Todo son gritos y reproches esta semana y cada vez mayores porque todos sabemos que no pasará nada; la primera reunión de la Comisión Anti-violencia ya ha concluido que necesita más información. Todos sabemos que se mareará la perdiz durante unas semanas sobre quién es el responsable y todo terminará en nada.
Las declaraciones de Mas, después de su irresponsable sonrisa junto a un claramente incómodo Felipe VI, fueron de un cinismo insuperable
Pero lo que es peor es que el PP quiere hacer ver que hace algo. Carlos Floriano dijo el lunes pasado que estaban estudiando "medidas legales" para evitar que la pitada vuelva a pasar. También quedará en nada porque no se puede hacer ninguna ley para prohibir un abucheo. Floriano lo sabe pero prefiere fingir que son activos. Lo curioso es que un partido que ha dado muchos ejemplos de que es incapaz de hacer cumplir la ley, no puede hablar de ninguna otra medida que no sea la ley. Sin embargo, la verdad parece ser que no tienen la imaginación suficiente para idear un plan. El único plan es que no hay plan y se va a remolque de los nacionalistas. Eso sí, hablan de la ley cada día.
Claramente, la situación actual es una espiral de la que no logramos salir y que lleva a la radicalización de las posiciones de todos. No podemos seguir así: el Estado debe hacer de Estado y debe actuar. El inmovilismo no tiene efectos positivos sino que da alas a la sensación de impunidad de los independentistas. A partir de noviembre, con un nuevo Gobierno central quizás las cosas cambiarán. Porque no es verdad que no se pueda hacer nada con el nacionalismo catalán y que nos lo tengamos que tragar todo sin decir nada.
Algo se puede hacer y algo hay que hacer. No deberíamos permitir otra vez en nuestro país el triste retrato de la impotencia del Estado para cuidar y defender con dignidad los símbolos comunes. Necesitamos un poco de pragmatismo británico en España; hacer como ellos, aprender a actuar con inteligencia y sensibilidad, convencidos de que tenemos la capacidad para re-orientar los problemas colectivos en la dirección deseada. El Estado español tiene los recursos humanos y materiales para ello. El problema parece ser más bien un problema de actitud, de no creerse que se pueda actuar desde el Estado de manera efectiva con el nacionalismo catalán.