El lenguaje del nacionalismo
“Peligro del Lenguaje para la Libertad de Espíritu: Cada Palabra es un Prejuicio” – Friedrich Nietzsche
Es sabido por todos que existen dos actitudes ante el lenguaje, ante la palabra. La primera sería aquella que cree en el lenguaje, que confiaría en su soltura, expresividad o precisión, donde la razón y la intuición satisfarían unos juicios auténticos y unas opiniones ecuánimes. La segunda actitud sería la que duda de la palabra, que sospecharía de la conveniencia o justificación de la red de metáforas y del sistema de conceptos que se implican a través de ella, que podría así desmentir una propaganda confusa o rectificar una oscura retórica. Ambas actitudes pueden ser igualmente válidas, dependiendo del caso en cuestión, pero lo más honesto y perspicaz sería mantener un pie en cada una de ellas, con tal de poder profundizar en nuestras pretensiones de validez, por un lado, y distanciarnos de nuestras propias reflexiones, por otro; sólo así estaríamos en condiciones de ponderar interpretaciones y valoraciones políticas o morales, pensando desde el matiz y el rigor, sin hacer enmiendas a la totalidad, tanto de aceptación como de rechazo, sobre tal o cual discurso: ése y no otro debiera ser el espíritu democrático, la razón democrática.
Basan toda su actividad pública en la delirante falacia de hacer creer que su lenguaje y su palabra, esto es, sus “pensamientos”, sus “emociones” y sus “creencias”, son la única descripción real y posible
Pues bien, los nacionalistas catalanistas, cuya intencionalidad demagógico-populista es claramente manifiesta y cuyo estilo es ya descaradamente miserable e innoble, basan toda su actividad pública en la delirante falacia de hacer creer que su lenguaje y su palabra, esto es, sus “pensamientos”, sus “emociones” y sus “creencias”, son la única descripción real y posible, erigiéndose así en los supuestos guardianes del bien y la verdad, sobre el cual nunca se puede dudar o sospechar, y siempre se debe creer y confiar. Esto no es más que el auto-engaño de quienes proyectan imaginativamente sus deseos desligados de un análisis responsable de lo real, puesto que su núcleo metafísico racionalista les lleva a no tener que hacer corresponder sus enunciados con un estado de cosas efectivo, pues su abstracto esquematismo les conduce a un idealismo fantasioso donde creen que la voluntad y las necesidades de los que difieren de sus ridículos y grotescos planes o bien no existen o bien no se atreverán nunca a denunciar su moral del resentimiento para con los ciudadanos y su política de traición hacia las instituciones. El problema de esta doctrina es que, al absolutizar su posición, exige poco menos que ser reconocida como si de un derecho social innegociable fruto de la lucha y el sufrimiento de generaciones se tratase, o, incluso, como si de un deber moral que emanase directamente del corazón de la mismísima dignidad. Al querer hacer pasar, por usar el léxico de John Searle en su libro “La Construcción de la Realidad Social”, los “hechos institucionales“, que dependen de la asignación de función fruto de la convención humana, por “hechos brutos“, que no dependen del pensamiento lingüístico y son meramente físicos, estiman lógicas y sensatas las estructuras de dominación simbólico-psicológicas de los medios de comunicación públicos, porque, en el fondo, no creen que estén secuestrando la pluralidad o negando la igualdad de palabra, sino que están haciendo lo normal según su auto-imagen de propietarios de la “tierra” y detentadores de la “raza”.
Quizás lo más interesante de este “proceso” de regresión, distorsión y discordia sea el desenmascaramiento de todas las “ideas”, “valores” y “actitudes” que están en juego, es decir, todas esas ideas clasistas, valores xenófobos y actitudes egoístas del nacionalismo catalanista, que, por otra parte, es cierto que han logrado ganar algunos adeptos más en esta época de crisis donde los individuos más ignorantes y débiles están necesitados del autoritarismo y la voz de un amo paternalista, de la auto-identificación con cualquier cosa que les ofrezca la ilusión de la autoestima y el orgullo propio, de la terapia contra algún trauma personal por la que desahogar todo su rencor o del disimulo de su complejo de inferioridad que aflora por medio de una impostada afectación. Pues aquí aparece el otro brazo del nacionalismo catalanista, que se complementa con el de la "metafísica racionalista", y es el del "romanticismo sentimentalista", que, construyendo una auto-imagen de sensibilidad heroica en defensa de la lengua catalana o de resistencia civil a favor de la cultura, lo que de hecho se produce es la discriminación ilegítima de la lengua Española con su respectiva inmersión ideológica, y la condena al ostracismo de los mejores escritores o intelectuales que tienen como bendito pecado pensar en Español y haber nacido en Barcelona.
Lo más interesante de este “proceso” de regresión, distorsión y discordia es el desenmascaramiento de todas las “ideas”, “valores” y “actitudes” que están en juego, es decir, todas esas ideas clasistas, valores xenófobos y actitudes egoístas del nacionalismo
Es por eso que la importancia del lenguaje y el cuidado de la palabra debiera ser un ideal regulativo y un criterio indispensable para la calidad democrática: es imposible el buen funcionamiento de la vida institucional si no se puede creer en el cumplimiento de la ley justa por parte de nuestros gobernantes, como es imposible una ciudadanía a la altura de tal nombre si no se intenta pensar por uno mismo y denunciar todo intento de fraude por parte del lenguaje nacionalista, que atribuye un valor moral a cuestiones identitarias con el fin último de crear una frontera invisible, un “nosotros” y un “ellos” que destruye toda forma de solidaridad entre pares. En este sentido, digámoslo sin miedo, el nacionalismo es el peor enemigo de la democracia, en tanto que intenta hacer ver lo legal y lo legítimo como ilegal e ilegítimo y viceversa. Recordemos las palabras de Victor Klemperer en “La Lengua del Tercer Reich” quien afirma que “el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él” y donde se pregunta: ¿Y si la lengua culta se ha formado a partir de elementos tóxicos o se ha convertido en portadora de sustancias tóxicas?”.
Pues bien, se diría que lo que se impone con urgencia es el “deber de criticar” el “derecho a decidir”, “la voluntad de un pueblo” y la “libertad nacional” ya que todas esas expresiones son inconsistentes y ficticias. El nacionalismo catalanista, como cualquier otro, es reactivo y agresivo, por mucho que intenten mostrar afabilidad o serenidad; si discutes sus artículos de fe o no comulgas con sus consideraciones, emergen las bajas pasiones anteriormente sublimadas por grandes palabras que no significan nada. El derecho a decidir no existe en ningún ordenamiento jurídico democrático como un derecho en sentido propio, lo que hay es un estado constitucional democrático que garantiza unos derechos iguales y protege la libertad individual a través de la ley con tal de que cada uno pueda decidir por sí mismo, y quien crea que la democracia es sólo votar es que no entiende que la democracia no son sólo procedimientos y formas, sino que también son principios y valores. Usar este tipo de eufemismo para no hablar de “derecho de autodeterminación”, banaliza a la misma democracia, ya que intenta relativizar la gravedad de sus planteamientos, para así obviar la crueldad en lo personal y la tensión en lo social que provocaría que tus propios conciudadanos te intentaran robar tu propio sentido de la pertenencia o te intentaran definir según sus patéticos patrones…y eso es inadmisible máxime cuando aquí quien está decidiendo es sólo una minoría de élites políticas sobre-representadas por el sistema electoral que beneficia clamorosamente al nacionalismo catalanista, y, cuando, en el sistema actual, a diferencia de lo que ellos persiguen, todos podemos sentirnos representados de una forma u otra. Además, están decidiendo sin ningún tipo de procedimiento legal o deliberación transparente…intentando hacer creer que es una inocente e inofensiva consulta a la población, cuando la sola celebración anormal de esa consulta sería en sí misma una humillación hacia el sentido de la identidad propia de la mayoría de los catalanes que somos, nos pensamos y nos sentimos españoles y una falta de respeto hacia la historia pacífica y la tradición tolerante de nuestra sociedad. Asimismo, concebir la democracia únicamente desde la voluntad y no también desde la ley, o creer que la voluntad está por encima de la ley, significa negar cualquier forma de racionalización de las propuestas políticas o invertir la necesaria jerarquía moral…pero, lo peor es que da por sentado que hay una única voluntad unánime frente a la cual los individuos libres se deben someter por la fuerza de los hechos que ellos dictan: lo que se quiere es, a través de la “limpieza lingüística” de la educación, una “limpieza ideológica” desde los medios de comunicación para, finalmente, lograr su tan ansiada y no verbalizada “limpieza nacionalista”, el reino de los cielos en el que, los que creen que España es su estado-nación, y que catalunya es una comunidad, una nacionalidad, una región o una autonomía…serán prácticamente castigados con el fuego eterno de la muerte civil, social, académica y laboral. Y esa es la naturaleza del proyecto; anteponer esta ideología del resentimiento y la decadencia a los afectos de humanidad y decencia, lo que es ya un inequívoco síntoma de totalitarismo al intentar fracturar las relaciones interpersonales y desgarrar emocionalmente al individuo.
Hay que ser conscientes de que el nacionalismo catalanista sólo vive de la mezquina negación del otro, sobretodo por la envidia lingüística, económica, cultural, histórica, política y moral hacia nuestro país
Pero, lo más repugnante del asunto, es la violación sistemática de la libertad individual en nombre de una esperanza que sólo la es de una minoría ruidosa y pseudo-revolucionaria, que parece dispuesta a entregar y reducir toda su vida a una quimera. Si, como dice Jurgen Habermas en su ensayo “Ay, Europa”,es cierto que los tres elementos de “-las iguales libertades jurídicas, la participación democrática y el gobierno a través de la opinión pública- se amalgaman por principio en un único diseño dentro de la familia de los Estados constitucionales” y que la tradición liberal pone el acento en el primero, y la republicana y deliberativa en el segundo y el tercero, estamos en condiciones de afirmar que el nacionalismo catalanista no se enmarca dentro de ninguna de esas tres tradiciones de pensamiento político democrático-constitucional, ya que sacrifica obsesivamente la libertad personal en nombre de una entidad abstracta a la cual servir obedientemente, deforma la participación al reclamar privilegios sobre los demás ciudadanos y pervierte la información al apropiarse de los medios de comunicación públicos y ponerlos bajo el amparo de su dogma. Hay que ser conscientes de que el nacionalismo catalanista sólo vive de la mezquina negación del otro, sobretodo por la envidia lingüística, económica, cultural, histórica, política y moral hacia nuestro país,es por eso que ahora quieren reverdecer la leyenda negra de España, frente a la que Julián Marías en su “España Inteligible”, explicaba ya las tres actitudes que se dieron en su momento: la de los “contagiados” que han sido persuadidos por dicha narración negativa, y que viven en un estado de “depresión histórica”, la de los “indignados” o “apologistas”, que no asumían las posibles injusticias cometidas a lo largo de la historia, y, por último, los “Libres” de espíritu, es decir, los españoles “que han escapado a estas dos actitudes, los que se han conservado libres frente a la Leyenda Negra, sin aceptarla ni hacerle el juego de la falta de crítica, casi siempre sobre un fondo de ignorancia, sin responder tampoco con la cerrazón y otra forma de intolerancia; los que, en suma, han permanecido abiertos a la verdad“