Pensamiento
El manifiesto de los 2310 revisitado
Dígase cuanto antes: Los 2310 firmantes del manifiesto al que históricamente se le suelen restar los 10 firmantes iniciales, no se sabe si por aquello bíblico de que los últimos serán los primeros, fueron unos visionarios con quienes la sociedad catalana tiene contraída una deuda de gratitud que quizás un grupo como C’s o como UPyD, si llega a entrar en el Parlamento autonómico, debería intentar saldar públicamente le escueza a quien le escueza, porque desde tan lejos como el 25 de enero de 1981 nos avisaron con lucidez de la deriva totalitaria del nacionalismo catalán que, como una Salomé d’envelat, se ha ido despojando de los siete velos de su hipocresía táctica hasta ofrecernos el desnudo monstruoso del Estado propio en el que institucionalizar la corrupción como instrumento de dominación del autárquico Movimiento Nacional.
Como si en la China de Mao estuviéramos, la Revolución cultural catalanizadora arrasó con la posibilidad de una autonomía escrupulosamente bilingüe a nivel oficial
A la edad vista del Mesías, resulta esclarecedor leer este conjunto de juicios políticos, sociológicos y culturales, también educativos, que retratan, desde tan lejos, nuestro degradado presente. Leamos con atención, porque, ya entonces, no daban puntada sin hilo los "abajo firmantes" a los que les cayó encima toda la demagogia del Movimiento Nacional cuyas vergüenzas son el pan nuestro informativo de cada día, pan de algarrobas de posguerra, además.
La tendencia actual hacia la intransigencia y el enfrentamiento entre comunidades, lo que puede provocar, de no corregirse, es un proceso irreversible en el que la democracia y la paz social se vean gravemente amenazadas. A pesar de que aquellos firmantes nos parezcan adivinos, no lo eran, porque fanatismos pederásticos como los de la ANC o Unum Cultural ya existían entonces, aunque sin el respaldo suficiente para enseñar su cara más agresiva y parafascista.
No hay, en efecto, ninguna razón democrática que justifique el manifiesto propósito de convertir el catalán en la única lengua oficial de Cataluña. A día de hoy, en que ningún ayuntamiento, salvo en época de elecciones, utiliza el castellano, bien puede decirse que tampoco exageraban, ¿no? El destierro, es decir, la muerte civil oficial del castellano es un hecho, sin que ningún gobierno central haya creído que le concernía evitarlo, porque el chanchulleo con los votos de Minoría Catalana era el pasaporte para gobernar en el país, presumiendo, además, de la catalanidad en la intimidad.
El principio de cooficialidad, pensamos, es jurídicamente muy claro y no supone ninguna lesión del derecho a la oficialidad del catalán, derecho que todos nosotros defendemos hoy igual que hemos defendido en otro tiempo, y acaso con más voluntad que muchos de los personajes públicos que ahora alardean de catalanistas. ¿Dónde queda hoy un principio tal, consagrado en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía? Como si en la China de Mao estuviéramos, la Revolución cultural catalanizadora arrasó con la posibilidad de una autonomía escrupulosamente bilingüe a nivel oficial, y de aquellas lluvias de propaganda adoctrinadora nos movemos en los lodos de hoy.
Repetir la historia como bufonada no ha sido el mejor camino para acabar 'de una vez por todas' con una lengua y una cultura tan catalanas como la que se manifesta en catalán, les guste o no a los unitodos
Resulta en este sentido sorprendente la idea, de claras connotaciones racistas, que altos cargos de la Generalidad repiten últimamente para justificar el intento de sustitución del castellano por el catalán como lengua escolar de los hijos de los emigrantes. Se dice sin reparo que esto no supone ningún atropello, porque los emigrantes 'no tienen cultura' y ganan mucho sus hijos pudiendo acceder a alguna. El menosprecio constante de la lengua materna de la mayoría de la población y de su cultura en esa lengua han ido alcanzando cotas tan delirantes que, por ser parte de mi experiencia directa, quiero resumir en la firme nesciencia de una joven licenciada en filología catalana cuando se la interpeló sobre la existencia de la cultura catalana en lengua española, como el caso de Juan Marsé. "¿Marsé? –dijo, y le ahorro al lector la descripción de sus aires de suficiencia– Eso es subcultura". ¿Es una respuesta así un caso de xenofobia o connotaciones racistas? Para mí es evidente que sí.
¿En virtud de qué principio puede negarse a los hijos de los emigrantes de cualquier lugar de España el acceso directo a esa lengua y a ese patrimonio cultural? ¿Acaso en nombre del mismo despotismo que pretendió borrar de esta misma tierra una lengua y una cultura milenarias? La historia prueba que esto fracasa. En efecto, repetir la historia como bufonada no ha sido el mejor camino para acabar 'de una vez por todas' con una lengua y una cultura tan catalanas como la que se manifesta en catalán, les guste o no a los unitodos: una lengua, un pueblo, un estado, un partido, un líder..., y cuya vitalidad –recuérdese a quiénes querían ver en la feria de Frankfurt...– no tiene visos de decaer. A 33 años vista de este diagnóstico lúcido, ha crecido el número de ploramiques que lamenta día sí y al otro también la asnotombe (por aquello de la pegatina nacional) de la desaparición del catalán y de la cultura en catalán, y constatan, los agoreros, que cada año desciende el número de catalanes que lo tienen como lengua materna. Y aun a pesar de esa cómoda lucha (con el poder político y el mediático de su parte) seguimos igual o peor de como estábamos hace 33 años. Se ve que no se equivocaban, los firmantes, con tan taxativo juicio histórico.
Se evidencia cierta falta de honestidad para afrontar las verdaderas causas lingüísticas, culturales y políticas que puedan impedir el desarrollo de la cultura catalana en este intento de culpabilizar a los castellanohablantes de la situación por la que atraviesa la lengua catalana. Hubo un tiempo de atrición en el que incluso Carod Rovira se lamentaba de haber ofendido al dios de la realidad y reconocía que haber convertido el catalán en la lengua de poder le había hecho mucho daño y había mermado su capacidad de extensión e intensión. El mediocre y nepotista político ya ni se acuerda de aquellas declaraciones, ahora que cree que tiene a su alcance nada menos que un estado hecho y derecho con el que excluir de la ciudadanía a los no catalanoparlantes o a los bilingües que nos resistamos a la deriva parafascista del Movimiento Nacional.
El derecho a recibir la enseñanza en la lengua materna castellana ya empieza hoy a no ser respetado y a ser públicamente contestado, como si no fuera este derecho el mismo que se ha esgrimido durante años para pedir, con toda justicia, una enseñanza en catalán para los catalanoparlantes. La patética figura de Aïna Moll contradiciéndose y renegando de su defensa “ferotge” de la enseñanza en la lengua materna para los catalanoparlantes, según las exigencias de la UNESCO, y reconociendo, cuando se impuso la inmersión (un sistema educativo soviético que debería haber suscitado un mayor rechazo en el gobierno central en su momento, lo cual nos hubiera ahorrado no poco fracaso escolar...) que eso de la enseñanza en lengua materna eran garambainas trasnochadas, lo dice todo para el buen “recordador”.
Lo que aquellos firmantes no intuyeron es que 33 años después de su certero análisis surgiera un impulso de contestación tan potente al Movimiento Nacional que fuera capaz de plantarle cara y abortar su deriva totalitaria. En eso estamos
Se intenta defender la enseñanza exclusivamente en catalán con el argumento falaz de que, en caso de que se respetara también la enseñanza en castellano, se fomentaría la existencia de dos comunidades enfrentadas. Falaz es el argumento porque el proyecto de una enseñanza sólo en catalán puede ser acusado -y con mayor razón- de provocar esos enfrentamientos que se dice querer evitar. Con este tipo de falacias hemos dado (en el Quijote no se dice “topado”, que conste...), tan recias como los muros de la iglesia contra la que dio D. Quijote. Desde entonces, y a pesar de que los sistemas educativos del País Vasco o de Valencia anulaban la falacia de los fanáticos catalanistas, seguimos soportando antiargumentos como éste. Se va acabando, sin embargo, el tiempo de su vigencia, como lo demuestra el despertar de quienes ejercen sus derechos. Pocos, de momento, pero todo es empezar...
La lengua se ha convertido en un excelente instrumento para desviar legítimas reivindicaciones sociales que la burguesía catalana no quiere o no puede satisfacer. Y sin embargo, ahí tenemos a los sindicatos, que se autodenominan de clase, del bracete con Unum Cultural y la ANC dispuestos a perpetrar su traición a los trabajadores y a darles, en vez de un buen convenio, un boletín de suscripción a Unum Cultural. Es que no hay nada como que te exploten en la lengua de los patronos, ¡dónde va a parar!
No es menos criticable el acoso propagandístico creado en torno a la necesidad de hablar catalán si se quiere «ser catalán» o simplemente vivir en Cataluña. En este punto sí que hay que reconocer que cedieron a la tentación andaluza de la hipérbole, porque si lo de entonces era “acoso propagandístico”, ¿cómo bautizarían a lo de nuestros días: campañas goebbelsianas? Ya hemos visto el eco mediático que ha suscitado en la prensa del Movimiento la caída del Santo Padre de la catalanidad moderna, atrapado con las manos en la masa, o mejor dicho, en la morterada...
Mientras no se reconozca políticamente la realidad social, cultural y lingüísticamente plural de Cataluña y no se legisle pensando en respetar escrupulosamente esta diversidad, difícilmente se podrá intentar la construcción de ninguna identidad colectiva. Cataluña, como España, ha de reconocer su diversidad si quiere organizar democráticamente la convivencia. Es preciso defender una concepción pluralista y democrática, no totalitaria, de la sociedad catalana, sobre la base de la libertad y el respeto mutuo y en la que se pueda ser catalán, vivir enraizado y amar a Cataluña, hablando castellano. Esta conclusión la podrían firmar ahora mismo, con la cabeza bien alta, tanto C’s como Societat Civil Catalana. Lo que aquellos firmantes no intuyeron es que 33 años después de su certero análisis surgiera un impulso de contestación tan potente al Movimiento Nacional que fuera capaz de plantarle cara y abortar su deriva totalitaria. En eso estamos. También gracias a ellos que trazaron un mapa tan exacto como fiable de la verdadera realidad catalana.