Pensamiento
Los que se van
Las cifras de paro que se registran en España hacen que la única alternativa de futuro para muchos profesionales sea la salida al extranjero. Desde el año 2008, un número aproximado de 400.000 españoles se marcharon de España por motivos laborales. Según el Censo Electoral de Españoles Residentes en el Extranjero, en el año 2012 emigraron 82.000 personas, lo que supone un 5,5% de incremento respecto al año anterior. Este flujo migratorio no se daba en España desde hace más de cuatro décadas pero, con el detalle significativo de que a diferencia de lo que ocurría en el pasado siglo, los que ahora hacen las maletas son profesionales y técnicos de alta o muy alta cualificación. Antes, los españoles en el extranjero se ganaban la vida como operarios en fábricas y talleres o en el servicio doméstico, ahora lo hacen como investigadores, médicos, ingenieros, arquitectos... ¿Se van los mejores? Pues yo creo que no. No se van exactamente los mejores, se van los que pueden irse, los que eligieron profesiones y especialidades exportables.
La ausencia de perspectivas profesionales y la tremenda precariedad e inestabilidad laboral hacen que los profesionales más jóvenes opten por iniciar su carrera profesional en el extranjero
Lo que está ocurriendo en el sector sanitario es, o al menos, debiera ser, preocupante para todos. De los 4.000 médicos especialistas que se encontraban en paro en el año 2012, más de 2.400 buscaron empleo fuera de España. El incremento respecto años anteriores es espectacular: un 155% superior a la cifra del año 2008 (675 médicos) y un 75% superior a la del año 2011 (1.380 médicos). En el año 2013, esas cifras han seguido aumentando: 3.400 médicos han emigrado. Los datos provienen de la Organización Médica Colegial, que es el organismo que expide a los facultativos la certificación para que puedan ejercer en los países de destino. Llama poderosamente la atención que un 62% de los solicitantes de esa certificación que les abre la frontera a nuevos horizontes profesionales provienen o han tenido un último puesto de trabajo en centros públicos.
Cataluña es la tercera Comunidad Autónoma en ese "ranking" migratorio: 340 médicos solicitaron esa certificación en el año 2011, y 440 en el año 2012. Esas cifras sólo son superadas por Castilla-La Mancha, que es donde más se ha incrementado la demanda de certificados, pasando de 25 en 2011 a 144 en 2012, un 476% más. En la Comunidad de Madrid también se ha producido un importante aumento, de 171 solicitudes para salir al extranjero en 2011 pasaron a 474 en 2012, un 177% más.
Para encontrar las causas de esta preocupante fuga de profesionales no se requieren grandes ni complejos análisis: congelación de plantillas; ausencia de oferta de empleo público; no cobertura de jubilaciones; salarios iguales o inferiores a mil euros; contrataciones temporales, intermitentes, a tiempo parcial, por horas... La ausencia de perspectivas profesionales y la tremenda precariedad e inestabilidad laboral, hacen que los profesionales más jóvenes opten por iniciar su carrera profesional en el extranjero. Se trata de médicos especialistas, con más de 10 años de formación, que han completado su especialidad en los mejores centros del país, y en los que se han invertido unos recursos públicos que no revertirán en la sociedad que los ha costeado.
Pero no sólo son los médicos a los que impropiamente llamamos "jóvenes", pero que pueden rondar o superar los 30 años, los que no tienen otro remedio que emigrar; también optan por hacer las maletas los que tras años de ejercicio profesional, han llegado al hartazgo del maltrato, el desprecio y el engaño a los que se han visto constante y repetidamente sometidos por parte de la Administración sanitaria y de aquellos que se autodenominan “profesionales de la gestión”. Pérdidas salariales superiores al 30%; retribuciones netas mensuales que raramente superan los 1.500 euros; no reconocimiento de promoción ni carrera profesional; incrementos de jornada sin remuneración; jornadas de guardia presencial de 24 horas retribuidas por debajo de lo que se paga a un “paseador de perros”; contratos precarios; promesas de inversión tecnológica y de formación reiteradamente incumplidas; falta de perspectivas profesionales; ninguna participación, ningún diálogo, ningún respeto personal ni profesional...
La formación médica no se improvisa, la experiencia y la cualificación no se inventan ni se imponen por Decreto Ley. Los médicos españoles son los cuartos de la cola europea en cuanto a retribuciones
El perfil de esos facultativos es bien distinto al de los jóvenes que inician su carrera profesional: se trata de especialistas altamente cualificados y con basta experiencia asistencial, docente y de investigación. Forman parte del grupo de médicos que soportan el mayor peso asistencial y la docencia de postgrado de nuestros hospitales, públicos y concertados, y de nuestros servicios de urgencias; de edad media y a los que todavía les quedaría tiempo y cuerda suficiente para mantener y potenciar la asistencia sanitaria pública y la investigación clínica. La “fuga” de los médicos de esa generación, unida a la falta de perspectivas de retorno de los más jóvenes, bien formados, y que habrían de ser el relevo de los primeros, hacen que el futuro del sistema sanitario se prevea como desolador, puesto que el conocimiento y la experiencia desaprovechada y perdida no podrá recuperarse en décadas. La formación médica no se improvisa, la experiencia y la cualificación no se inventan ni se imponen por Decreto Ley.
Los médicos españoles son los cuartos de la cola europea en cuanto a retribuciones. Empatados con Eslovenia, y por encima de Hungría, Bulgaria y Rumanía. Los médicos ingleses ganan el doble que los españoles; los alemanes ganan dos veces y media más; los irlandeses triplican el sueldo de los españoles. Hay que recordar que los médicos catalanes viajan en el furgón de cola de España a pesar de que el consejero no deja de repetir que nuestro modelo sanitario es la envidia de propios y extraños.
Bélgica es el país de la Unión Europea donde los médicos tienen salarios más elevados; no es baladí, todo tiene sus razones históricas. En abril del año 1964 el gobierno belga pretendió imponer una modificación del sistema sanitario (Ley Leburton), sin consenso alguno con los profesionales; esa ley incluía una serie de obligaciones de tipo administrativo, entre ellas la pérdida del secreto profesional, bajo sanciones administrativas e incluso penales, y limitaba la libertad de decisión de los médicos en el ejercicio de su profesión. La oposición fue total: la Academia de Medicina, los Colegios, las organizaciones sindicales médicas se manifestaron unánimemente en contra de la Ley Leburton. Los argumentos de los facultativos empezaron a causar efecto cuando se perfiló la amenaza de paro, y el gobierno hizo algunas concesiones; pero las razones de los médicos no eran simplemente monetarias: querían anular todos los artículos de una ley que les parecía ofensiva, ineficaz, y redactada con propósitos de proselitismo político. No podían tolerar que se les amenazara con penas de prisión en caso de incumplimiento de unas normas administrativas que veían arbitrarias, que se redujera su autonomía científica y, menos aún, que se les pretendiera convertir en meros ejecutores de unas medidas establecidas con ignorancia total sobre la medicina y su práctica.
El anuncio de una huelga médica a nivel nacional puso de manifiesto las graves contradicciones del gobierno belga: los médicos podían ser tratados como mineros, pero no podían reaccionar ni actuar como mineros, tenían que hacerlo como clérigos. La huelga, como arma laboral no era admisible para los sectores socialistas del gobierno... pero sólo si la hacían los médicos, aunque no se diera valor alguno a su trabajo ni a su opinión en cuestiones sanitarias y propias de su profesión. Si la función de los médicos se consideraba socialmente imprescindible, ¿por qué los poderes públicos consideraban que los médicos eran prescindibles?
No puede obviarse la muerte de inocentes mientras otros debaten sobre derechos y deberes. La situación es límite, pero tal vez otras menos llamativas pero evidentes (recortes, cierre de camas, listas de espera, repago...) deberían ser sometidas también al mismo análisis ético y moral
El gobierno belga movilizó gobernadores, responsables políticos y policía, anunciando al mismo tiempo acciones penales contra los huelguistas, pero sin avenirse a ceder ante las reivindicaciones planteadas. El día previsto, la casi totalidad de médicos belgas abandonaron sus puestos de trabajo o no se incorporaron a ellos. Algunos médicos salieron del país a los estados limítrofes, Francia, Holanda y Alemania, para eludir la posible convocatoria forzosa para acudir al puesto de trabajo; otros abandonaron sus domicilios, alertados de que miembros de la policía y de las fuerzas armadas intentaban localizarles. Diez mil médicos en huelga; sólo dos mil en los servicios de urgencia de todo el país. Algunos huelguistas fueron detenidos, pero, ¿qué utilidad tenía mantenerlos encerrados? Los que permanecían en sus puestos de urgencia anunciaron que se unirían a la huelga si no eran liberados de inmediato. De los centros sanitarios militares fueron evacuados los pacientes no urgentes para poder atender a los que sí lo eran. Todo resultaba insuficiente; el Gobierno belga movilizó a los médicos militares de la reserva, pero no se presentaron todos, a pesar de que los ausentes fueron amenazados con ser declarados desertores. El Ministro de Asuntos Exteriores fue operado en Francia y se dice que el médico particular de la princesa Paola declinó atenderla y le recomendó llamar al Servicio de Urgencias.
La protesta tuvo repercusión internacional, pues durante la huelga se produjeron varias muertes atribuibles a la falta de asistencia médica; el caos fue absoluto y dejó al descubierto ante la opinión pública la escasez de recursos, la falta de material en los centros oficiales y la insuficiencia de las instalaciones sanitarias públicas del país, haciendo recaer en el propio gobierno una buena parte de la responsabilidad de la situación.
Pocos días después, el gobierno accedió a las pretensiones de los huelguistas, las cuales carecían de contenido económico y que se limitaban a reivindicar el ejercicio de la profesión en libertad e independencia. Durante años se ha debatido largamente sobre el conflicto ético y moral que planteó esa huelga y respecto cuáles han o habrían de ser los límites para las partes enfrentadas en situaciones de ese tipo. No puede obviarse la muerte de inocentes mientras otros, entre los que están los responsables políticos del país, debaten sobre derechos y deberes. La situación es límite, pero tal vez otras menos llamativas pero evidentes (como son los recortes presupuestarios, el cierre de camas y quirófanos, el aumento de las listas de espera, el repago farmacéutico...) deberían ser sometidas también al mismo análisis ético y moral.
Claro está que si esta situación límite se llegara a producir en Cataluña -¡Dios nos libre!- no hará faltar movilizar a los médicos militares puesto que nuestro Consejero de Salud y su flamante equipo de “profesionales de la gestión”, prácticamente todos ellos con titulación médica pero sin cualificación ni experiencia algunas, podrán sustituir sobradamente, al menos en número, a los médicos asistenciales que todavía no hayan hecho las maletas o tirado la toalla. Un consejo: si llega el caso, opten por las tisanas, las plegarias o la brujería.