Pensamiento
Tenemos poco tiempo
Con el máximo respeto por el gran esfuerzo realizado por los organizadores, la manifestación del pasado 6 de diciembre es un claro ejemplo de los problemas de los no nacionalistas en Cataluña. Carencia absoluta de medios económicos, falta de apoyo mediático y de cualquier administración y ausencia de un mínimo consenso básico entre las fuerzas políticas. Esta situación es producto de más de 30 años sin ninguna estrategia política a medio y largo plazo por parte de PP y PSOE y de sus homólogos catalanes para hacer frente al discurso nacionalista.
Comparen con la organización de la Diada. Voluntarismo, frente a una organización coordinada e impulsada desde el poder. Determinación, frente a improvisación. Riqueza de medios, frente a precariedad absoluta. Pareciera como si las fuerzas políticas catalanas no soberanistas hubieran interiorizado el discurso nacionalista de que estamos en un conflicto entre Cataluña y España, y que ya será el Gobierno español de turno quien tome las medidas cuando corresponda. Durante años se ha interiorizado que lo correcto políticamente en Cataluña era ser nacionalista. El que se manifestaba como no nacionalista era relegado de la vida pública catalana. Y ello a pesar de que durante los primeros años de autogobierno desde la izquierda había cierto pudor en llamarse nacionalista, término asociado, correctamente, con autoritarismo y populismo.
La realidad es que los catalanes no independentistas estamos en clarísima inferioridad de condiciones frente a los que se reclaman soberanistas
No pienso igual. La independencia es, en primer lugar, un debate entre catalanes. Si un día todos los catalanes fueran independentistas, lo que dijeran en el resto de España valdría muy poco. Y la realidad es que los catalanes no independentistas estamos en clarísima inferioridad de condiciones frente a los que se reclaman soberanistas. Ni estrategia, ni medios, ni unidad básica.
La independencia de Cataluña perjudicaría objetivamente a la mayoría de catalanes y a la mayoría del resto de españoles. Pero los más perjudicados seríamos los catalanes no nacionalistas. Ciudadanos de segunda en nuestro propio país. Aunque, en verdad, no sería una novedad.
Ya hace muchos años que en Cataluña si se quiere progresar en muchos ámbitos profesionales, o, simplemente, se quiere obtener una subvención o un contrato de las administraciones públicas catalanas hay que ser nacionalista o, por lo menos, aparentarlo. Si se aspira a una jefatura en cualquier administración, a dirigir un colegio público, o a coordinar un departamento universitario, mejor no significarse como no nacionalista. Les recomiendo el reciente artículo de Pau Marí-Klose como ejemplo de lo que trato de decir. Si se es nacionalista la vida es más fácil. Todo es más sencillo. Incluso para hacer carrera política en el PP, el PSC o en los sindicatos ha habido que tener el visto bueno nacionalista o por lo menos evitar su veto. No es casual que casi todos los cargos públicos de relevancia del PSC se declaren soberanistas. Siempre lo han sido, y por eso dirigieron el PSC durante muchos años.
La situación actual es el producto de más de 30 años de una actividad frénetica del nacionalismo catalán dirigida a tener la hegemonía ideológica y el control social. Esta tarea se ha realizado sin ninguna estrategia sobre Cataluña por parte del Estado, ni de los grandes partidos estatales. Mientras el nacionalismo tejía una inmensa red clientelar aprovechando los recursos públicos e imponia su hegemonía ideológica en escuelas, universidades y medios de comunicación, el Estado y los partidos catalanes no nacionalistas miraban hacia otro lado o colaboraban activamente a que la ideología nacionalista sea hoy la ideología dominante en Cataluña. Sólo la presencia de Ciudadanos ha servido de débil contrapunto. Lo correcto políticamente en Cataluña ha sido ser nacionalista.
Los nacionalistas dicen que la presencia de los medios de comunicación estatales compensa el sectarismo de los medios catalanes. Aunque fuera verdad, no me valdría. Reivindico la pluralidad en mi tierra. Pero no lo es. Los medios estatales más beligerantes contra el nacionalismo catalán son en realidad sus mejores aliados. Su incomprensión de la realidad y su búsqueda del sensacionalismo sólo sirven para alimentar el victimismo nacionalista. Para los medios más moderados, mucho más plurales que los catalanes, el tema no deja de ser marginal y sus planteamientos, hechos a distancia y sin entender la pluralidad de los catalanes y las distintas sensibilidades que componen el conglomerado social no nacionalista, carecen de la finura necesaria.
Somos los catalanes no nacionalistas quienes debemos liderar la respuesta a un nacionalismo populista que nos llevaría a una Cataluña más dividida, más pobre, más aislada y más caciquil
Ahora no pasará nada. A pesar de que casi nadie lo ha combatido políticamente, el independentismo está lejos de tener la fuerza necesaria para hacer realidad la aventura secesionista. Y es que siglos en común crean muchos vínculos no fácilmente eliminables. Los líderes políticos nacionalistas prefieren continuar usufructuando el poder que arriesgarse con una independencia que, aún en el caso de un más que hipotético triunfo, podria volverse en su contra por la imposibilidad de cumplir las promesas realizadas.
Pero si en Cataluña no se construye un discurso alternativo al nacionalista, dentro de unos años la situación puede ser irreversible. Este discurso alternativo sólo puede sostenerse desde Cataluña. Porque cuando pase la tensión actual el Gobierno español de turno volverá a pactar con el nacionalismo catalán. Y siempre a costa de los catalanes no nacionalistas.
En el último año se ha producido una reacción importante frente al nacionalismo. Pero sustentada, sobre todo, en esfuerzos individuales. Son necesarias políticas a largo plazo, apoyo a la sociedad civil y un consenso básico entre los partidos no nacionalistas, para dar consistencia a una visión de futuro para Cataluña alternativa a la nacionalista. Y todo ello no se hace desde fuera de Cataluña. Somos los catalanes no nacionalistas quienes debemos liderar la respuesta a un nacionalismo populista que nos llevaría a una Cataluña más dividida, más pobre, más aislada y más caciquil. Todavía estamos a tiempo, pero no nos podemos dormir en los laureles. Las mentiras y las medias verdades repetidas machaconamente calan en los individuos y cuando se consolidan en el imaginario popular se convierten en verdades, aunque no lo sean. Y entonces ya no hay vuelta a atrás.