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El exmayor de Mossos, Josep Lluís Trapero, en una imagen de archivo de su juicio en la Audiencia Nacional

El exmayor de Mossos, Josep Lluís Trapero, en una imagen de archivo de su juicio en la Audiencia Nacional EFE

Pensamiento

La “Mataviejas”, Trapero y Catarella

"Trapero supo defenderse de las acusaciones y salir de rositas del juicio del 'procés'. Mientras, el abnegado coronel de la Guardia Civil que apechugó con el referéndum ilegal y con la, digamos, 'pasividad' de los Mossos, Pérez de los Cobos, en vez de ser condecorado era reducido al ostracismo"

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Estoy en mi despacho, dedicado a mis cosas (básicamente, a escribir verdades como puños), pero mentalmente estoy también en el despacho del mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero. Me pongo mentalmente en su piel: ¿qué pensará al leer que la Reme, “la mataviejas” ha vuelto a (supuestamente) matar a una pobre e indefensa mujer entrada en años?

Trapero tiene que ser un tipo muy inteligente. Ya que aunque fue un pelota de Puigdemont, y aunque estoy, como muchos, convencido de que en su día boicoteó los esfuerzos de la Guardia Civil para frenar el referéndum ilegal -y, por consiguiente, en estricta justicia debería estar en la cárcel o por lo menos habría que haberlo expulsado del cuerpo-, durante el juicio en el Tribunal Supremo supo calibrar lo apurado de su situación. Supo defenderse de las acusaciones con habilidad y discreción, y salir de rositas, “libre como el viento, como el aire, como el mar”, como diría Nino Bravo.

Mientras tanto, el abnegado coronel de la Guardia Civil que apechugó con el referéndum ilegal y con la, digamos, “pasividad” de los Mossos, Diego Pérez de los Cobos, en vez de ser condecorado era reducido al ostracismo por el ministro Marlaska, se ignora si por inquina personal o por exigencias de Puigdemont, o por las dos cosas, todo es posible hoy en España.

Trapero pagó, eso sí, su libertad al precio de ser considerado un gusano por los separatistas que antes le adoraban, y degradado por el conseller de Interior Joan Ignasi Elena. ¡Él, que había sido Mayor, él, que cocinaba paella para Puigdemont y Laporta en la mansión de la Rahola, verse reducido a pasarse el día en alguna sórdida comisaría de extrarradio, dando tamponazos a montones de expedientes y atendiendo a vecinas que han perdido a su gatito!

Vale, ¿pero eso qué pena es, comparada con la dicha de eludir la cárcel?

Además, que hoy del conseller Elena no se acuerda nadie, y él en cambio con el paso de los años ha logrado, además, ser restituido a su cargo. No cabe duda de que para dar tales cabriolas y no hacerse daño hay que tener la cabeza bien amueblada.

Además de inteligente, parece que Trapero es un policía excelente. Ya hace un tiempo leímos, con asombro y admiración, que estando una noche fuera de servicio, en la penumbra de un parking, a punto de recoger su coche, apreció movimientos junto a un coche distante que le parecieron extraños, su instinto le dijo que allí pasaba algo sospechoso, y ni corto ni perezoso fue corriendo a detener a unos tipos que estaban allí abriendo automóviles y desvalijándolos.

Ayer me enteré (quizá lo supe ya en su día, pero lo había olvidado) de que fue él, personalmente, el que en el año 2006 detuvo a la asesina en serie apodada “la Mataviejas” que tenía en vilo a las ancianas solitarias del Ensanche.

Se trata de una mujer llamada en realidad Remedios Sánchez Sánchez, cocinera en un bar de Barcelona, donde la conocían como “la Reme” y donde había alcanzado gran reputación por su buen carácter y porque preparaba unas tortillas de patatas para chuparse los dedos. Pero que tenía la actividad paralela de abordar a ancianas desvalidas y ganarse su confianza hasta que le abrían el paso a sus pisos, y una vez dentro ahogarlas o estrangularlas con una toalla o algún tapete de ganchillo, lo primero que tuviera a mano. Luego robaba lo que encontraba. Así mató a tres mujeres, y otras siete sobrevivieron a su ataque, aunque con un susto que imagino que no se les pasaría ya nunca.  

Los Mossos la buscaban frenéticamente, ansiaban detenerla antes de que volviera a matar, tenían su nombre y una descripción física aproximada, e incluso habían “perimetrado” el área de Barcelona donde se hallaba, pero no lograban dar con ella.

Sabiendo que era ludópata, Trapero, que también apatrullaba las calles y casi desesperaba ya de encontrarla, pasó junto a un bingo, tuvo un rapto de inspiración, entró, vio a una señora sola apostando a una maquinita tragaperras y la llamó, con voz suave:

         --Remedios… ¿Remedios?

         -¿Sí? ¿Qué quiere? ¿Nos conocemos?

         ¡Bingo!

         --¡Policía! ¡Dese presa!

En el juicio, las siete supervivientes identificaron a “la Reme”. A la apodada “la Mataviejas” le cayeron 144 años de cárcel. Menos de 20 años después, gracias a su buen comportamiento en prisión y a un informe psicológico favorable, se le empezaron a conceder permisos penitenciarios

¡Y ahora acaban de detenerla en La Coruña, donde, aprovechando uno de esos permisos por buena conducta, presuntamente ha matado a otra anciana, mediante su procedimiento de siempre!

Me pongo, como decía antes, en la piel del policía Trapero. Está sentado en su despacho, le llega la noticia y le da un ataque de ira y frustración, como los que deben de sentir todos esos policías que, con no poco esfuerzo y derroches de adrenalina, detienen a un delincuente en la calle, una y otra vez, y otra, y otra… sólo para verlo al día siguiente en la misma calle, de vuelta a las mismas fechorías: 

-¿Que han soltado a “la Mataviejas”?... –exclama Trapero-. ¿Que se ha cargado a otra anciana?... ¿Pero yo, vamos a ver, para qué demonios detengo? ¿Me lo quieres decir, Catarella? –Catarella, como sabrá el lector, es el ayudante tonto del comisario Montalbano, el que le dice siempre: “Le han llamado con una llamada telefónica por el teléfono, comisario”, etcétera.

Por cierto que, salvando todas las distancias, algo parecido me pregunto yo -y se preguntan algunos como yo-, viendo que pese a nuestros denodados esfuerzos retóricos y persuasivos, la burra vuelve siempre al trigo y nuestros gobernantes reinciden en los mismos errores y tonterías de siempre.

Vamos a ver: ¿Yo para qué demonios escribo, me lo quieres decir, Catarella?