Sala CECAT de Protección Civil en Cataluña Barcelona
Alarma en el funeral
"Hacer sonar un móvil como si tuviéramos en el bolsillo a Tarzán llamando a Jane, sin más objetivo que ese, no sé si vale la pena, la verdad"
Para otra vez podrían ser más discretos. Me parece muy bien que se hagan simulacros de catástrofes y salte una estruendosa alarma en todos los móviles, aunque lo tenga uno en modo avión. Lo que ocurre es que entonces el teléfono que llevamos en el bolsillo suena, lo queramos o no, y a mí me pilló en un funeral, religioso, para más inri y, por tanto, en una iglesia.
A las diez en punto de la mañana sonó mi móvil con volumen de alarma antiaérea con bombardeo incluido, dio igual que lo hubiera puesto en silencio por respeto al fiambre. Bueno, sonó el mío y sonaron los móviles de todos los demás asistentes al entierro, creo que sonó hasta el móvil del difunto, que por poco no se levanta y echa a correr asustado, el pobre. Suerte tuvimos de que, si no corría ni cuando estaba vivo, raro sería que hubiera recuperado movilidad.
Lo malo de los simulacros es que siempre salen bien, al contrario de cuando la alarma va en serio, que entonces siempre salen mal. Sirven de bien poco, y más si lo que se intenta con ellos es simplemente ver cómo suenan en los teléfonos de los ciudadanos. Si por lo menos nos hubieran obligado a correr hasta el refugio más cercano, de algo habría servido el ensayo. Pero hacer sonar un móvil como si tuviéramos en el bolsillo a Tarzán llamando a Jane, sin más objetivo que ese, no sé si vale la pena, la verdad.
Eso sí, ahora sabemos que los móviles suenan hasta en los entierros cuando es necesario —aunque más acertado sería decir cuando no es necesario—, pero eso es todo. La única utilidad que tuvo el famoso simulacro fue asustar al cura que oficiaba el funeral al que asistíamos, que pensó que se le derrumbaba la iglesia cuando escuchó el sonido amenazante de varias decenas de móviles a la vez.
Creo recordar que, además, todo aconteció justo en el momento en que el oficiante acababa de decir "palabra de Dios", con lo que más de uno —los más creyentes— pensó que la palabra de Dios era precisamente lo que salía del teléfono, no es que fuera una palabra muy inteligible aunque, si el Señor escribe con los renglones torcidos, tal vez también habla con la voz ronca, misterios de la fe.
Una vez tranquilizados los ánimos de todo el mundo, salvo de la viuda, que con el infernal ruido pensó que su difunto marido le recriminaba algo desde el más allá, me dio por discurrir. ¿A cuánta otra gente habría interrumpido la odiosa alarma en el mismo momento que nosotros nos disponíamos a despedir a un amigo?
Un profesor que estaba dando clase, un amante que se escondió en el armario por el regreso inesperado del marido, un ladrón silencioso que estaba desvalijando una casa mientras la dueña cocinaba, un cirujano que estaba operando del corazón a un paciente, un émulo de Puigdemont que huía escondido en un maletero, un trapecista en el momento que iba a asir a su compañero en el aire, Ábalos visitando sigilosamente otra habitación en un parador nacional…
Todos ellos, unos con peores consecuencias que otros, fueron sorprendidos por el aullido horroroso con que nos castigó los oídos no sé qué departamento de la Generalitat. Una alarma, en principio inofensiva, puede provocar el mismo terremoto que el aleteo de una mariposa en Japón.
Por no hablar de que esos avisos pueden acabar provocando el efecto Pedro y el lobo, y la próxima vez que en un entierro suene la sirena del móvil, todo el mundo va a seguir a lo suyo, unos calculando qué herencia les va a tocar, otros pensando maneras poco honestas de consolar a la viuda, los de más allá discurriendo que no somos nada.
Fuera de la iglesia habrá tal vez un terremoto, una presa reventada, un ataque preventivo de la URSS o un desfile del orgullo Gay, y nadie hará ni caso, acostumbrados como estaremos a las idioteces que nos regalan a veces los gobiernos.