Las exquisitas profanaciones de Giorgo Agamben

Las exquisitas profanaciones de Giorgo Agamben DANIEL ROSELL

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Las exquisitas profanaciones de Giorgio Agamben

Anagrama reedita una de las colecciones de ensayos del filósofo italiano, donde reflexiona sobre el genio, el arte, la fotografía y el cine por senderos inexplorados

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Es fascinante, al tiempo que un hecho mágico, casi epifánico, contemplar la facilidad (aparente) que tiene Giorgio Agamben (1942) para obtener oro del simple ejercicio de contemplar las cosas. Al contrario de lo que muchas veces se piensa por una sinonimia recurrente, mirar no equivale a ver. El primer verbo describe una acción; el segundo remite al hallazgo de un sentido. Todos –excepto los ciegos– miramos a nuestro alrededor, pero son pocos los hombres que ven la realidad. Menos son todavía los capaces de aceptarla sin refugiarse ni en el idealismo ni en la manipulación.

Si ver es una forma, acaso la más compleja de todas, de entender, uno de los maestros en este venerable arte es el filosofo italiano. En muy pocas páginas, sin retórica, sin digresiones y con una serenidad pasmosa, Agamben es capaz de desentrañar el nudo de la existencia terrestre y vincular nuestro presente con el ámbito espiritual. En Profanaciones, una de sus mejores colecciones de ensayos breves, reeditada ahora por Anagrama, que la publicó por primera vez en español en 2006, se percibe bien el talento y la profundidad de campo de este sabio europeo, sin duda entre los intelectuales más consagrados de su generación.

El filósofo Giorgio Agamben

El filósofo Giorgio Agamben

Agamben es un filósofo metafísico. Suena rotundo, pero el término, cuyas exequias muchos celebraron tras Martin Heidegger, equivale a no decir mucho, diciéndolo en realidad casi todo. La metafísica, uno de los pilares tradicionales de la filosofía occidental, es un saber de orden inductivo. Persigue encontrar el sentido de la existencia al margen –y más allá– de las apariencias sensibles. Explora pues ese terreno, fértil e incierto, donde no llegan las ciencias naturales o sus profecías carecen de suficiente apoyo. Agamben es uno de sus penúltimos practicantes. Su método reivindica el uso de los saberes humanísticos –la literatura, la lingüística, la estética y la política– para acercase al gran misterio: ¿Quiénes somos?

De esta pregunta nace Homo Sacer, una serie de extraordinarios ensayos en los que Agamben analiza la identidad cultural hombre contemporáneo. En un universo desacralizado, el pensador italiano es capaz de ascender desde el terreno de lo minúsculo y lo circunstancial hacia lo trascendente, dibujando a sus lectores el itinerario más efectivo para comprender aquello, tan misterioso, que tenemos a la vista, como es el caso de la pervivencia de la teología en un mundo pagano. La reflexión sobre el pasado nos ayuda entender el presente y descifrar sus contradicciones. La filosofía griega, Roma y las etimologías, entre otras herramientas, alumbran esta búsqueda de significados en un territorio lleno de ruido, saturado imágenes banales y poblado por pantallas.

'Homo Sacer'

'Homo Sacer' PRETEXTOS

Igual que Walter Benjamin, cuya obra completa ha editado para Einaudi, Agamben escribe sin protagonismo, desapareciendo él mismo del cuadro, lo que le convierte en un pensador independiente, nada seducido por los focos y espejismos del bazar de las ideas y muy atento a los rastros de  la poesía en el erial contemporáneo. En Profanaciones reúne piezas cuya levedad es pareja a su profundidad. Versan sobre asuntos capitales. Y en ellas exhibe toda su erudición y virtuosismo estilístico. Esa facultad, tan extraña, de encontrarle un ángulo nuevo a las cosas a través de asociaciones naturales, aunque inesperadas y, por eso, muy brillantes.

El primero de los ensayos está dedicado a Genius, el dios romano encargado de tutelar el nacimiento, al que el pensador italiano descubre en una fiesta de cumpleaños, rito social cuyo origen histórico desconoce buena parte de sus celebrantes, del mismo modo que ignoran que la efeméride de nuestro calendario particular, que no es sino una lenta cuenta atrás, no conmemora el año cumplido, sino la eternidad de ese momento, ya irrepetible para siempre. El dios romano representa lo que, siendo personal, es ajeno. La vida: que ni escogemos (depende de los actos de nuestros progenitores) ni poseemos en régimen de monopolio.

Representación del dios romano Genius en una columna en homenaje del emperador Antonino Pío

Representación del dios romano Genius en una columna en homenaje del emperador Antonino Pío

“El hombre” –escribe Agamben– “es un ser único en dos fases, que resulta de la compleja dialéctica entre una parte no (todavía) individualizada y vivida, y otra parte ya marcada por la suerte y la experiencia individual”. La idea de un ángel de la guarda –transposición de Genius dentro de la cultura cristiana– lo conduce a la espiritualidad y a la intuición –más poderosa que el conocimiento– de que nuestra existencia no nos pertenece por completo. En nuestro interior se libra una batalla entre el ego y el destino. El desenlace es la muerte. La emoción, descrita por Agamben como la supervivencia de este sentimiento impersonal, es un privilegio de los niños y los adolescentes que todos vamos domando al cumplir años, pero que –de alguna forma– perdura en nuestro interior. Expresado al modo del del Tao: “Nunca dejamos de ser quienes una vez fuimos”. O dicho con las palabras del filósofo italiano: “Nuestra salvación y nuestra ruina tienen un rostro infantil, que es y no es el nuestro”.

En otro ensayo Agamben viaja al territorio compartido de la magia y la felicidad, en cuya disociación encontró Benjamin uno de los signos del fin de la infancia, cuando el hombre deja de ser omnipotente porque su sendero se estrecha. ¿Qué nos hace realmente felices? Para el pensador italiano, únicamente la magia que sentimos de niños. Agamben destruye así el dogma de la meritocracia: “Aquello que podemos alcanzar a través de nuestros méritos y de nuestras fatigas no puede, en efecto, hacernos verdaderamente felices (…)”. La magia, entendida como un regalo del destino, inesperada y huérfana de progenitores, en cambio, nos devuelve esa sensación perdida. Por eso se festeja un premio de lotería más que los frutos materiales de toda una vida de trabajo y esfuerzo.

Imagen del 'Boulevard du Temple tomada por Daguerre (1838), considerada la primera fotografía con una persona de la historia

Imagen del 'Boulevard du Temple tomada por Daguerre (1838), considerada la primera fotografía con una persona de la historia

La felicidad, para serlo realmente, debe ser injusta y arbitraria. Quizás por esto quienes son más conscientes de ella son aquellos a los que la Fortuna ha abandonado. Los agraciados por su voluntad, en cambio, ignoran a la hybrisese orgullo que conduce al desastre– porque no esperaban un triunfo que no merecían. Tampoco esperaba nada el sujeto anónimo que aparece, detenido en un instante del tiempo, en Boulervad du Temple (1838), el daguerrotipo que está considerado la primera fotografía de una figura humana. Tomada por Daguerre en una lámina de plata, se trata de la vista de una avenida de París donde, debido al largo periodo de exposición que todavía requería la primitiva técnica fotográfica, no aparece la realidad en movimiento, sino sólo los objetos quietos.

Sobre este escenario fantasmagóricamente vacío, que en realidad estaba lleno por tranvías y surcado por viandantes, en una parte secundaria de la imagen, aparece un hombre que ese día lustraba sus botas. Un episodio vulgar atrapado dentro de la eternidad silenciosa del daguerrotipo. “Soy incapaz” –explica Agamben– “de representarme una imagen más apropiada del Juicio Universal. La humanidad entera está presente, pero no se ve, porque el juicio concierne a una sola persona, a una sola vida: precisamente aquella y no a ninguna otra. (…) En el instante supremo, el hombre, cada hombre, está unido para siempre a su gesto más banal y ordinario (…) y ese gesto carga con el peso de una vida entera, esa actitud irrelevante, necia incluso, compendia y asume en sí el sentido de toda una existencia”.

'Profanaciones'

'Profanaciones' ANAGRAMA

Todos los ensayos de Profanaciones tienen este tono. Poético. Accesible. Sabio. Agamben cierra el volumen con un brevísima pieza –dos páginas– titulada ‘Los seis segundos más bellos de la historia del cine’, de clara filiación cervantina que, a modo de parábola, condensa todo el misterio del arte: “¿Qué debemos hacer con nuestras imaginaciones? Amarlas, creérnoslas al punto de deber destruirlas, falsificarlas (…) Pero cuando, al fin, éstas se revelan vacías, insatisfechas; cuando muestran la nada de la están hechas, sólo entonces, hay que pagar el precio de su verdad y comprender que Dulcinea, a la que hemos salvado, no puede amarnos”.