Le Nôtre, el paisajista de Versalles

Le Nôtre, el paisajista de Versalles FARRUQO

Ideas

Jardines de estío (IX): Le Nôtre, Vaux-le-Vicomte, Versalles o Chantilly

El espacio se ensancha; el pozo oculto da lugar al jardín sin límites, un logro de los jardineros que siguieron a André Le Nôtre

Jardines de estío (VIII): Cnosos, navegando entre laberintos

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Cuando estalla la plenitud del barroco, los pensadores ornamentales perciben que la astronomía y la física han entrado en la jardinería. Horace Walpole en Modern Gardening destaca que el foso oculto junto a la verja de un jardín conecta con los bosques y prados cercanos, tanto en el jardín francés como en el paisaje británico.

El espacio se ensancha; el pozo oculto da lugar al jardín sin límites, un logro de los jardineros que siguieron a André Le Nôtre en este uso y también en el de los parterres d’eau (espejos de agua), que engrandecen los jardines eternos, como Vaux-le-Vicomte, Versalles o Chantilly, obra del paisajista del Rey Sol.

El jardín se expresa como un sofisticado espacio cultural; atrapa al entorno, condensa la botánica en un escenario reducido; miniaturiza el paisaje, “jibariza la naturaleza y ralentiza el tiempo”, en palabras de Santiago Beruete, autor de Jardinosofía (Turner Noema).

Los jardines traducen la esencia de una época y, en el caso de Le Nôtre, expresan la sociedad absolutista de Francia en el siglo XVIII. En cualquier caso, todo jardín es una obra de combate contra el tiempo, “está sometido a la entropía”, escribe el arquitecto y paisajista catalán, Manuel Ribas Piera.

Versalles, el gran jardín de Luis XIV, vive entre la geometría y la escenografía. Su constructor, Le Nôtre, descubre la creación tridimensional a partir de una fusión entre los estudios cónicos de Blaise Pascal y la Dióptrica de René Descartes. Las sorpresas del visitante en este terrario eterno son un amago permanente de la realidad en manos de las matemáticas que para el jardinero representan una especie de suma teológica. Sin medidas no hay belleza; la exactitud del teorema define el arte canónico, desde Praxíteles hasta Miguel Ángel y Leonardo, según la sublima glosa de Eugeni D’Ors.

Un bien moral

Versalles, como Vaux y Chantilly proclaman el barroco; constituyen el formalismo conceptual de los jardines de la inteligencia; claridad y racionalidad en los espacios abiertos en contraste con el efectismo de la arquitectura de interiores. Explanadas y parterres frente a laberintos. El ideal del jardín francés ofrece el placer de someter al bosque compartido con rincones moldeados por la fantasía. La razón vence al manierismo del Segundo Renacimiento, el Cinquecento; esculpe el espacio, hasta convertirlo en geometría vegetal.

En Chantilly, Le Nôtre presenta un fondo verde que avanza y retrocede al mismo tiempo. En Vaux consigue que la mirada del curioso se aleje hacia el horizonte, gracias a un eje central que atraviesa un gran espejo de agua y un muro de anchas grutas cuyo fondo parece cada vez más cercano.

El jardín deja de ser una parte del palacio que lo nombra. Proclama su intransigencia. En Crítica del juicio de Kant, la jardinería se convierte en un bien moral, el don de la plantación como bella arte en la que el placer del Gartenkunst es una categoría equiparable a la pintura. El jardín no es el arte por el arte definido por Gautier y Baudelaire; es un arte subjetivado que resume su entorno.

Simbología del lugar

El jardín urbano en grandes ciudades retrotrae siempre a las Tullerías de París. De nuevo la referencia de Le Nôtre: el bosque, el parque, la plaza o el bulevar con hileras de árboles en los flancos. Así es el París monárquico, anterior a la Revolución, reconstruido en la restauración y rediseñado por el barón de Haussmann en el Segundo Imperio, frontera de la capital moderna (el Marais, la ópera de Garnier, L’Etoile,..).

En el gran espacio vegetal de las Tullerías sobresalen elementos característicos, como la ornamentación de las verjas tan propias en la Barcelona de Gaudí, especialmente en la antigua Finca Güell, hoy desperdigada. Dos siglos y medio después de Le Nôtre, la configuración de la ciudad contemporánea salta cualitativamente en la Bauhaus de Walter Gropius y en los jardines encajonados de Le Corbusier, repercutidos en la obra de Josep Lluís Sert.

El racionalismo del novecientos rompe con la tradición -neoclásica y romántica- de descubrir en la naturaleza domesticada el jardín de sentimientos a menudo engañosos. Los mismos paisajistas caen en la tentación de dejar mensajes, escritos en la roca, sobre la simbología del lugar en el que toca soñar o donde es necesario enternecerse.

Pero ni cada árbol ni cada planta expresan el efecto deseado por su jardinero. Al fin y al cabo, las damas alegres ríen en el valle de las tumbas y sus acompañantes discuten acaloradamente en la mesa de la amistad; y con frecuencia, “las severas bóvedas de una ermita ajardinada no inspiran pensamientos propiamente religiosos”, escribe Alexandre Laborde en Description des nouveaux jardins, un texto recomendado por Francesco Fariello, en La arquitectura de los jardines (Ed Reverté).