Jardines de estío (VI): Bomarzo y Bóboli, el ‘Sueño de Polífilo’

Jardines de estío (VI): Bomarzo y Bóboli, el ‘Sueño de Polífilo’ FARRUQO

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Jardines de estío (VI): ‘Sueño de Polífilo’, Bomarzo y Bóboli

Cuando en el cinquecento el conde Orsini levanta en la región de la Lacio el jardín de Bomarzo, visitado todavía hoy por millones de personas, su autor ha abandonado las estrecheces medievales

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La casa y el jardín son diagramas psicológicos para sus moradores; y, en algunos casos, la composición vegetal es un arte mayor. Los jardines de Bomarzo y Bóboli unieron a los visionarios que los crearon a las ruinas de la Lacio y la Toscana. Sus paisajistas tuvieron en cuenta las enseñanzas de El Sueño de Polifilo -Acantilado; editado y traducido por Pilar Pedraza-, siguiendo espiritualmente a su autor, el fraile Francesco Colonna, un monje Dominicano del monasterio de San Giovani e Paolo, en la ciudad de Venecia.

Colonna escribió el manuscrito de Polifilo en 1467, cuando enseñaba a los monjes novicios de Treviso y contemplaba, desde la ventana, de la joven Polia, su ideal amoroso, una descendiente de los Lelio florentinos. La experiencia de Colonna cristalizó en este libro primordial e ininteligible, letra cumbre del Quattrocento, marcada por el neoplatonismo y las ideas imperantes en los círculos humanistas de su tiempo.

El Sueño de Polifilo sombrea el misterio de los jardines; se mueve entre plantas de amplio tallo y decorados escultóricos referenciados en los mitos. En el libro, su autor solo se deduce de las primeras letras de cada uno de los capítulos que forman el acróstico Poliam frater Franciscus Colunna peramavit (el hermano Francisco Colonna adoró a Polia). Colonna se inspiró en Ovidio, en la Comedia de Dante y en la Amorosa visione de Boccaccio, aparte de en Vitruvio, Alberti, Apuleyo y Macrobio, entre otros.

Portada de 'Sueño de Polifilo'

Portada de 'Sueño de Polifilo'

El monje ideó su propio jardín imaginario en la isla de Citerea, al sur del Peloponeso y dentro del radio de la Ática, dotado de elementos concéntricos. El jardín está rodeado de agua salada y cerrado por un espaldar de mirto. “De allí salen en forma de estrella veinte paredes con cancelas de mármol blanco y rojo hacia un centro segmentado de círculos. Los ornamentos topiarios conducen a la fuente de Venus”, escribe Francesco Fariello en La arquitectura de los jardines (Ed. Reverté).

Cuando, en el Cinquecento, el conde Orsini levanta en Lacio el jardín de Bomarzo -visitado todavía hoy por millones de personas- su autor ha abandonado las estrecheces medievales. Este paraíso resulta concomitante con el “jardín de su tiempo” de Boccaccio, que puede ser el de Villa Ranuccini, una geometría embebida de naturaleza bajo sombras fragantes. En Ranuccini, los círculos de naranjos y limoneros crean un verdor tan intenso que casi parece negro.

La pasión del jardinero son las plantas y las composiciones escultóricas a las que sacrifica su conveniencia; en el jardín latino, el paisajista se entrega al sembrado y a la belleza ornamental. La emoción de forjar un jardín propio lleva consigo la ilusión de permanencia que normalmente se glosa con una dedicatoria: Orsini dedlca Bomarzo a su esposa Giulia Farnese y a su primogénito, en los que el noble enterró sus sueños.

El conde quiso ser tan exuberante como la habían sido los dueños de la Villa d’Este de Tívoli o del Palacio Farnese de Caprarola. Y Orsini fue recompensado por su culto a la exuberancia, cuando del subsuelo de Bomarzo surgieron grandes moles de peperino, la piedra volcánica que sirvió para cincelar su sacro bosque con piezas como La Esfinge; la Cabeza de Proteo; Hércules y Caco; la Tortuga; la Fuente de Neptunp, Ariadna, el Dragón, la Sirena Híbrida o la Boca del Infierno.

Jardines del Castillo de los Orsini en Bomarzo.

Jardines del Castillo de los Orsini en Bomarzo. WIKIPEDIA

Bomarzo ha sido enterrado por la modernidad después de atravesar un momento de fascinación, coincidiendo con la novela histórica de Múgica Laínez, sobre el parque de los Monstruos, una narración dotada de “historicismo y fantasía sobresalientes”, en palabras del maestro Jorge Luis Borges. Los Pitti, hacedores del jardín de Bóboli, en Florencia, dejaron a sus descendientes una explosión de esculturas y fuentes aprisionadas por una vegetación menos aplastante. Se alejaron voluntariamente del modelo latino; fueron en parte una extensión danubiana, neoclásica y hasta barroca, pero llevando en su interior la herencia sobrenatural del segundo Renacimiento.

Plantaron mandrágoras, la hierba ácida que “se agita en emparrados sarnosos” (Rimbaud). En la Gruta Mayor de este parque, situada en el margen del río Arno, los dueños del Palazzo Pitti, rivales de los Médicis, representaron la creación del mundo con dinteles de Miguel Ángel y, en la Fortaleza Mayor, conocida como el Belvedere italiano, dejaron las huellas de largos silencios contemplativos, con la ayuda de plantas somníferas de efectos parecidos a las descripciones que un día describió Baudelaire en Los paraísos artificiales.

Los Pitti quisieron sobrevivir a los caracteres cristianos que los distinguían. Trataron de dejar una herencia espiritual a través del paisaje y de la piedra. Hicieron realidad la experiencia posterior de Pierre Laffontaines (Géographie et religions), convencido de que los campanarios de las parroquias rurales han determinado la forma del entorno vegetal y el cultivo de la vid.