El Sanssouci prusiano
Jardines de estío (IV): El Sanssouci prusiano que divide Europa
Hoy se conservan en el interior del palacio pinturas de Van Dyck, Rubens y especialmente de Caravaggio
Jardines de estío (II): Bath y el 'circus' georgiano de John Wood, El Viejo
Allí donde la ofensiva paisajista se encuentra con la piedra tallada, estamos ante el jardín regular. Sanssouci, en Postdam (Alemania), a pocos kilómetros de Berlín, es la yuxtaposición del palacio y el verde, donde se impone la geometría; allí, a pocos metros de un palacio imperial, se entra en un paisaje al estilo de Kent, el condado británico, conocido como el suburbio de los jardines, rodeado de museos y viñedos.
El Sanssouci de hoy, que en otro tiempo quiso ser el Versalles germánico, tiene un poco de todo y un mucho del novecientos, la etapa en la que ingeniero forestal Claude Nicolás Forestier levantó los jardines del Palacio de los Guzmanes, ligados a Sevilla por el Parque de María Luisa.
El día que el paisajismo rechazó a la geometría, la memoria de Voltaire se oscureció; a lo largo de su vida, el sabio y su sombra, el doctor Pangloss de El Cándido, que se habían conocido en la ficción en el Thunder-ten-tronckh de Westfalia, compartieron una habitación siempre reservada en el palacio Sanssouci del zar de Prusia, Federico el Grande.
Ornamentación prusiana
Cuando el jardín perdió el esplendor tuvo que esperar a que el romanticismo recuperara su impulso gravitacional gracias a la ornamentación prusiana de excesivo rococó. Hoy se conservan en su interior pinturas de Van Dyck, Rubens y especialmente de Caravaggio al que el emperador prusiano adoraba por la fascinación de la corrupción y por la conjunción entre belleza y terror.
Parque y Palacio de Sanssouci, en Postdam
Mucho después del hundimiento prusiano a manos de Napoleón, el trance de muerte por simple abandono de los jardines de Sanssouci dio paso a las florestas de la naturaleza que alcanzaron un nuevo cénit parecido a la latinidad de nuestro verde.
Volvieron las jacarandás, cipreses, parterres, fuentes y bancos de azulejos como preámbulo a la explosión de belleza botánica que hoy permanece.
Este rasgo del jardín alemán recuperado se hace muy visible en España, con ejemplos privados, como la Casa Samà de Tarragona, tocada por el citado Forestier, el hacedor del Parque del Guinardó y el de Montjuïc, en Barcelona.
Sanssouci es también un recuerdo de la vieja Alemania dividida con Berlín Oriental -mirando a Postdam- mezcla monumental de la tristeza y el hastío, hija de la burocracia comunista y nieta del emperador prusiano, la capital dormida de la nostálgica Alexanderplatz, descrita por Theodor Fontane o por Alfred Döblin.
Los tilos del Este florecen en Berlín, muy cerca de Sanssouci, cuando canta Marlene Dietrich, una mujer viva todavía en la pantalla del cine en blanco y negro; eterna en su cálida sensualidad. “La capital alemana es el laboratorio en el que se trató de destruir la memoria de Europa”, escribe con emoción Mauricio Wiesenthal.
Apuesta reaccionaria
A unos les expropiaron la memoria romántica, a otros, la libertad. El capitalismo del Oeste y el comunismo del Este, ahora están siendo reconvertidos, en la UE del primer cuarto del siglo XXI, en un avance del populismo ultra frente al dique de contención adelantado por Claudio Magris en El Danubio, un cuaderno fluvial que se inicia en Centroeuropa y termina en el Mar Negro.
Imagen del Palacio de Sanssouci
La cultura germánica es paradójicamente la última frontera frente a la sinrazón que avanza. Está entre el Rin de Sigfrido, la fidelidad nibelunga y el Danubio, la Panonia, el reino de Atila, vinculado al antiguo imperio de los Habsburgo, una cultura supranacional que va más allá del etnicismo, pero que no fue capaz de resistir ante las hordas del Este.
Sanssouci no es un jardín cursi, es una apuesta políticamente reaccionaria porque quiso librar a su botánica de la tiranía del clima. Es un otoño de buenaventuras, un paisaje amarillo.
En su tierra seca entre viñedos hay calistros, regalicias, tunas, palodulces, mejorana o jaramagos. Su secuencia temporal no puede destruirse sin arrastrar en su decadencia lo que debería haber ocupado su lugar. Todo jardín es un relato y solo cuenta una historia.
El paisajista siembra una serie de plantas y árboles que se describen a sí mismos. A los botánicos les interesan las acciones; al jardinero solo le interesa lo que puede deducirse de su oficio: la vida interior de las flores que cultiva.