Jardines de estío (III): Las Pozas de Xilitla, el mundo surrealista de Edward James y Leonora Carrington

Jardines de estío (III): Las Pozas de Xilitla, el mundo surrealista de Edward James y Leonora Carrington FARRUQO

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Jardines de estío (III): Las Pozas de Xilitla, el mundo surrealista de Edward James y Leonora Carrington

El escultor y mecenas británico Edward James creó en Xilitla, México, un jardín surrealista que fusiona el arte escultórico con la flora y fauna de la selva 

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Fue en el corazón de un bosque tropical donde Chavela soltó aquello de que los “mexicanos nacemos donde nos da la rechingada gana”. La Vargas, enorme en sus boleros, había nacido en Costa Rica y deambuló por vocación sobre la inmensa estepa verde mexicana de San Luis Potosí; pisó las huellas de Frida Kahlo, Diego Rivera y Octavio Paz. Se detuvo en las Pozas de Xilitla, donde sopla el viento del norte a remezones.

Fue allí donde el escultor y mecenas británico Edward James puso sus ojos en las copas de los árboles sobre la cuna botánica descubierta por la pintora, escritora y escultora surrealista, Leonora Carrington.

James decidió levantar el jardín de Las Pozas de Xilitla sobre la geometría imposible del verde selvático que tantas veces celebró Leonora. Se habían conocido en España, durante la Guerra Civil, cuyo final Leonora vivió con dramatismo ingresada en un manicomio en Santander.

La Carrington escribió, pintó y esculpió proyectando sombra y luminosidad, como los sueños de Baudelaire; lo hizo en compañía de camaradas inolvidables, como Éluard, Roland Penrose o Man Ray. Se enamoró locamente de Max Ernst y se instaló en Saint-Martin-d’Ardèche, cerca de Avignon, donde publicó su libro La casa del miedo.

Participó en la Exposición Internacional del Surrealismo, invitada por André Breton, en la Galerie des Beaux-Arts. Después de la Segunda Gran Guerra, Carrington y Breton coincidieron en Nueva York y se hicieron amigos, cuando el movimiento surrealista iniciaba su autodestrucción. Ante el inevitable desenlace, Breton, aislado por la renuncia de sus compañeros, le confiesa por carta a Benjamin Péret que solo cuenta con Leonora Carrington, “una artista de autenticidad humana sin límites”.

Y tras la muerte del surrealismo, lo siguiente es la selva. La plantación botánica de las Pozas de Xilitla que Leonora descubre en compañía de su entonces marido, Renato Leduc. La última instantánea salonnier de los vanguardistas parisinos, tomada en el Greenwich neoyorquino, confirma la familiaridad entre Duchamp, Ernst y Leonora ante la soledad del mandarín y la carcajada de la misma Carrington, la mujer de risa insultante que brota del fondo del yo rebelde, desafiando a la opinión y al destino cósmico en el que se sentía concernido Breton.

Un paraíso surrealista

El jardín de las Pozas rebosa la ambigüedad alejandrina, con enormes emparrados en columnas en cada uno de los costados que nunca consiguen domar la floración selvática. Las plantas son muy variadas, libres en el porte, pero tratando de equilibrar el orden de lo humano ante el impulso creacional de la montaña. Las trepadoras penden de las ramas de los plátanos y las yedras revisten los troncos de las coníferas americanas.

Es un espacio único, el Edén soñado y dedicado en parte a Carrington.

El jardín escultórico sobre pozas y humedales, que en el pasado fueron orificios tectónicos, cuenta con una serie de esculturas que desafían la racionalidad arquitectónica, como La escalera al cieloLa estructura de tres pisos o la Casa de los Peristilos, fusionando al arte del cincel con la flora y fauna locales. En el mágico lugar aparecen columnas ornamentales, gigantes, arcos góticos, puertas dramáticas, pisos en niveles y escaleras de caracol infinitas. 

Las Pozas cuenta con un total de 36 esculturas irregulares repartidas en casi 81 mil metros cuadrados de selva xilitlana, bordeada por el río Santa María, en una de las zonas altas de la Sierra Huasteca, al noreste de México.

Las Pozas de Xilitla, México

Las Pozas de Xilitla, México Wikimedia Commons

En las sentinas de los vapores atlánticos enviados por Edward James desde Inglaterra estuvo siempre el futuro de un paraíso anhelado, reducido a gérmenes y semillas estrictas que aguardan la prosperidad. La misma raíz del Islam suní, que un día fue jardinero de Occidente, llega a las Pozas, en las indias orientales. Detrás de este viaje a su nueva cuna, el jardín explora su doble imagen: la cultura monástica de la conservación y el golpe del hereje arriano o mesopotámico que un día conquistó el Mediterráneo Occidental.

Si en la Alhambra de Granada o en el Alcázar de Córdoba se conservan los rastros del jardín árabe en Europa, el caso de Xilitla representa su traslación tardía al Nuevo Mundo, después del baño de instantaneidad aportado por los surrealistas.