La portada del álbum de Rosalía, 'Lux'

La portada del álbum de Rosalía, 'Lux'

Músicas

Rosalía y Lux, un divino babel

Escuchar el disco antes de su canonización es aceptar el desconcierto como forma de placer, disfrutar de la multiplicidad de interpretaciones y admitir que la experiencia importa más que la certeza

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A finales del siglo XIX, Richard Wagner propuso el término Gesamtkunstwerk u ‘obra de arte total’. En aquel momento, la ópera separaba los elementos en compartimentos individuales: puesta en escena, libreto y música. El compositor alemán quiso describir su ideal de obra bajo una sola visión artística, que permitiese entenderla como una experiencia total.

Si Wagner aspiraba a una obra de arte completa desde la trascendencia del mito, Rosalía lo hace desde su visión personal y la multiplicidad contemporánea, donde su cuerpo, su voz y su discurso se convierten en el escenario desde donde nace su nueva propuesta. Es en Lux donde materializa esta nueva forma de Gesamtkunstwerk: una obra total que une cuerpo, fe y sonido en un mismo gesto artístico.

Lux es laboratorio y reliquia a la vez, un lugar de encuentro donde lo íntimo se hace público. Las líneas se difuminan entre ambos espacios, como si el resultado fuese el proceso mismo de pensar el arte. Rosalía plantea nuevos horizontes, nos hace dudar de todo lo que conocemos y nos sacude como ya hizo con El Mal Querer (2018), donde transformó el deseo en mito, y MOTOMAMI (2022), como una destrucción de la identidad.

Como si de un álbum pasional por el conocimiento se tratase, Rosalía entiende la música como objeto propio, como algo delicado e íntimo que requiere tiempo, esfuerzo y paciencia.

La escucha interior que Rosalía realiza y que nos acerca como simples oyentes nos recuerda que, por mucho que nos acerquemos a una obra, jamás seremos capaces de comprenderla al completo. Existe una distancia insalvable entre el yo y el otro que, como explicaba Emmanuel Lévinas en Totalidad e infinito (1961), siempre será una relación con lo desconocido.

Rosalía y Lux, un divino babel

Rosalía y Lux, un divino babel RTVE

Así ocurre con Lux: intentar desenmarañar su red de símbolos y referencias es un gesto tan infructuoso como necesario. Ejercer su escucha es ejercer la fe: podemos aproximarnos, interpretar e incluso creer comprender, pero es difícil acercarse a la idea germen.

Quizás es aquí donde resida la belleza de la experiencia sensorial: no se trata de entenderlo todo, sino mantener viva su búsqueda y la curiosidad por adentrarnos en ella. Cada escucha es única.

Su propuesta suena amplia y orquestal, donde las cuerdas tienen un protagonismo inusual dentro del pop actual y la voz de Rosalía -delicada y expresiva a la vez, mucho más depurada que en otros trabajos- se adapta con naturalidad a este entorno sonoro. Se percibe el estudio, la profundización y el deseo de reconciliar la música del canon eurocéntrico con la sensibilidad contemporánea.

La participación de la London Symphony Orchestra y la dirección de la compositora y violinista estadounidense Caroline Shaw tejen orgánicamente un diálogo con Rosalía, como si las cuerdas fuesen una extensión más de su voz, con cosas por decirnos. La calidad de la producción es magistral, con Noah Goldstein, Dylan Wiggins y la propia artista, quien afirma que ‘este álbum me ha permitido crecer como compositora, arreglista y productora’.

Movimiento I: lo terrenal y la devoción

Como adivina su portada, Lux se mueve entre lo místico y lo cotidiano. La espiritualidad no es una respuesta, sino una pregunta constante que atraviesa todo el disco en torno a la duda y a la fe. En un tono casi confesional, Rosalía nos plantea en Sexo, Violencia y Llantas la tensión entre lo terrenal y lo divino: ‘Quién pudiera vivir entre los dos / primero amaré al mundo y luego amaré a Dios’.

A través de una cadencia frigia, la misma que caracteriza el lenguaje armónico del flamenco -y la misma con la que termina Sakura (última canción de MOTOMAMI)-, Rosalía nos adentra en esta dualidad que vertebra todo el disco.

Tras un giro armónico hacia tonalidades mayores, Reliquia se sostiene sobre un tiempo de bulería, pero no en su forma clásica de 12 tiempos, sino en una desestructuración de 8 que le permite jugar hacia nuevos lugares.

Tomando como referencia las reliquias de Santa Rosa de Lima, Reliquia es una ofrenda de amor desinteresado: brindárselo a un cuerpo ya ajeno a ti, que ya no podrás recuperar, pero siempre permanecerá en él (‘Pero mi corazón nunca ha sido mío / yo siempre lo doy / coge un trozo de mí / quédatelo pa’ cuando no esté’).

Tras haberse desprendido del dolor, Rosalía da un paso hacia lo celestial en Divinize. El tema combina bajo continuo y pizzicatos y, entre el catalán y el inglés, la artista comienza su incursión lingüística como una Torre de Babel invertida: las lenguas no dividen, sino que unen, en un diálogo entre culturas y emociones que se siente natural y orgánico, como si no nos extrañase la poliglotía de Rosalía.

Rosalía, con el álbum de 'Lux'

Rosalía, con el álbum de 'Lux'

La traducción de los versos no es necesaria en una primera escucha, porque lo esencial se trasmite a través del timbre, la melodía y los silencios. ‘Todos somos capaces de divinizar’, menciona Rosalía en su entrevista con Zane Lowe. Esta idea atraviesa toda la canción: divinizar no como acto exclusivo de los santos, sino como posibilidad humana de dejar pasar la luz y transformar el dolor en belleza como acto trascendental.

En este ascenso, Rosalía se da cuenta de que todo tiene un coste: la fragilidad del cuerpo y del alma no permite ir más allá de lo divino. Porcelana muestra esa dualidad, que brilla pero se rompe con facilidad. Parafraseando el Evangelio de Juan (8:12), ‘Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’, la artista lo simplifica en latín: ‘No soy nada. Soy la luz del mundo’.

Con Mio Cristo Piange Diamanti, Rosalía alcanza uno de los puntos culminantes de Lux: una especie de aria contemporánea. Cantada en italiano, la pieza evoca la tradición sacra y teatral del bel canto, pero la artista la hace suya, adaptándose al idioma, al ritmo y a la respiración del texto.

Rosalía explicó que esta canción fue la más exigente del álbum y recuerda cómo pasó un año entero componiéndola, improvisando frente al piano, traduciendo parte del texto del español al italiano y estudiando la estructura del aria. El resultado es una pieza de absoluta introspección, que al mismo tiempo se sabe consciente de sí misma, como sugiere ese final autoproclamado. 

Movimiento II: el caos y la pasión

Berghain, el único adelanto del álbum, supone un hachazo sonoro que sacude la experiencia auditiva desde el primer instante. Es un golpe inesperado que devuelve al cuerpo la sensación de presencia y que cobra mayor sentido en Lux.

La combinación de capas orquestales casi wagnerianas y coros monumentales evocan a Carmina Burana de Carl Orff, con bases de percusión industrial y una estructura que recuerda tanto a Bohemian Rhapsody de Queen como a la exuberancia emocional de Björk.

Rosalía sigue siendo humana y se deja llevar por la pasión, invocando la intervención divina como si la canción misma fuera un acto de divinización del caos. Berghain funciona también como metáfora: el club homónimo, en sus palabras, ‘significa un grupo de árboles en el bosque… todos tenemos estos laberintos en nuestras cabezas, estos bosques de pensamientos en los que puedes perderte. Es tu mente, la mente de todos’.

Resulta difícil pensar en un antecedente en el panorama español como ha ocurrido con Berghain estas últimas semanas. Su fenómeno inmediato provocó el sobreanálisis de su videoclip.

Cada verso y cada gesto se convirtió en objeto de discusión en redes, artículos y debates. Generó fascinación y desconcierto a partes iguales: su densidad, simbolismo y teatralidad convirtieron la recepción en un laboratorio, demostrando que no es un tema para un consumo pasivo, sino una obra que exige participación intelectual y emocional. Como ejercicio de marketing, la estrategia fue brillante. Publicar un single tan extremo y maximalista hizo que, durante dos semanas, Rosalía dominase todas las conversaciones. Todos recordaremos, con el paso del tiempo, dónde estábamos esa tarde de lunes cuando se estrenó Berghain.

La Perla traslada esta duda terrenal hacia lo cotidiano. En colaboración con Yahritza y Su Esencia, la canción es un espacio de catarsis que recuerda a las mejores canciones de despecho (Rata de Dos Patas de Paquita la del Barrio o Ese Hombre de Rocío Jurado).

Su lenguaje es afilado (literalmente, con sonidos de cuchillos incluidos) al ritmo de un vals con influencias del regional mexicano y funciona como una excelente crítica divertida pero punzante (‘Medalla olímpica de oro al más cabrón’). ¿Quién podría desear que le dedicaran algo así? La espiritualidad no se encuentra solo en sobrenatural, sino en la manera en que lo humano y lo mortal también nos rodea. La mística no se pierde al tocar el suelo, sino que también puede habitar lo cotidiano.

Rosalía ha colapsa la plaza de Callao para presentar el lanzamiento de su nuevo disco, 'Lux'

Rosalía ha colapsa la plaza de Callao para presentar el lanzamiento de su nuevo disco, 'Lux'

A través de trompetas ceremoniales, que recuerdan a la liturgia de la Semana Santa, Rosalía trata de reinterpretar este imaginario maximalista en Mundo Nuevo. Su dramatismo vocal y su gesto de entrega remiten tanto a La Niña de los Peines -de quien toma la base de la petenera ‘Quisiera yo renegar’- como a figuras como Rocío Jurado o Lola Flores, que hicieron del dolor un espectáculo de belleza.

Y también como reflexión autorreferencial hacia ‘Reniego’ de El Mal Querer: Parece revisitar aquel motivo desde otro lugar vital, no como negación del amor, sino como búsqueda de verdad tras el mismo, como si de un renacer espiritual se tratase. En esta misma línea sonora, De Madrugá (que ya cantaba en la gira de El Mal Querer y al que ha añadido versos en ucraniano) nos muestra la figura de Santa Olga de Kiev, que quemó una ciudad entera para vengar la muerte de su esposo, solo para después hallar la fe.

Su venganza no es solo un acto bélico, sino una metáfora de la purificación espiritual por medio del dolor.

Movimiento III: lo divino y la introspección

El tercer movimiento se inicia con Dios Es un Stalker (o DEUS), una de las canciones más pop del álbum. Rosalía se enfrenta a su propia divinidad como superviviente de su propio mito. Elevada a figura casi mística dentro de la industria musical, reconoce el peso de ser observada constantemente. ‘La omnipresencia me tiene agotada’, confiesa la artista, en un juego por saber desde qué perspectiva está escrita: ¿es Rosalía o el propio Dios?

En Yugular, una de las más interesantes a nivel lírico, la cantante se inspira en Rābiʿa al-ʿAdawiyya, santa sufí del siglo VIII, que hablaba de amar a Dios no por miedo ni recompensa, sino por puro amor.

Esta cercanía absoluta con lo divino es recordada con la ayah del Corán ‘Dios está más cerca de ti que vuestra propia vena yugular’ (Sura Waf, 50:16). Rosalía canaliza esa devoción sin dogma, ese amor absoluto que no necesita cielo ni infierno: ‘Por ti destruiría los cielos, por ti demolería el infierno, sin promesas ni amenazas’, canta en árabe de forma bellísima.

El uso de cuerdas muestra un cuidado expresivo que recuerda ciertos patrones de la música árabe y mediterránea, con glissandos y trinos evocando esas referencias geográficas. Con un final catártico, Rosalía se sirve de concatenaciones y múltiples paralelismos encadenados para ir de lo mínimo a lo infinito, finalizando con la voz de Patti Smith en una entrevista de 1976, donde reflexiona sobre trascender los límites espirituales.

Siguiendo este estudio de santas y místicas que ya anticipó, la artista ejemplifica a Santa Teresa de Jesús en Sauvignon Blanc. Rosalía brinda por lo vivido, lo acepta y deja ir todo lo material, una idea que se traslada a la aparente simpleza de la canción, con piano y cuerdas.

Movimiento IV: la redención y la mortalidad

La Rumba del Perdón nos inicia en la redención con un tema que parece ya clásico en el repertorio de Rosalía, acompañada de Silvia Pérez Cruz y Estrella Morente y con timbales y elementos del flamenco. Memòria nos lleva al recuerdo a través de una elegía luminosa basada en un fado portugués. ‘Cuando muera solo pido no olvidar lo que he vivido’, confiesa Rosalía, que empieza a ser consciente de su propia mortalidad.

Es en Magnolias donde se produce el absoluto clímax de la narrativa de Lux y de su figura casi divina que Rosalía construye a lo largo del álbum. La canción comienza con un tono fúnebre, donde el clarinete y las campanas mortuorias anuncian su muerte, recordándonos que, pese a toda su magnificencia, es una mortal más.

La cantante Rosalía durante una actuación en el WiZink Center de Madrid

La cantante Rosalía durante una actuación en el WiZink Center de Madrid Ricardo Rubio Europa Press

A través de su testamento sonoro en dónde imagina su propio entierro, Rosalía se hace presente en vida y muerte. El fantástico acompañamiento de la Escolania de Montserrat y el Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana transforma la despedida en un ritual divino que celebra la fragilidad, la transformación y la belleza efímera de la existencia.  Rosalía se entrega a la memoria colectiva y a ser recordada: ‘Y lo que no hice en vida, lo hacéis en mi muerte’. Es en ese gesto donde late la búsqueda de reposo imposible que evocaba San Agustín: ‘Tú, el bien que no carece de bien alguno, estás siempre en reposo, porque tu reposo eres tú mismo’. Es la reconciliación con la mortalidad lo que transciende más allá de lo que podemos conocer en vida.

Lux es un álbum que se eleva hacia lo divino mientras se asienta en el suelo contemporáneo, donde cada canción es una pequeña tesis, un aprendizaje que recorre todo el álbum y que muestra la rendición como forma de libertad. ‘Creo que no se pueden precipitar las cosas’, confiesa Rosalía. ‘Si vives así, si permites que suceda, si escribes desde ese lugar, entonces puedes cantar desde ese lugar’.

Este álbum no se ha apresurado: ha surgido en el momento justo, cuando nadie estaba preparado. Su magnitud, aún por valorar en su totalidad, invita a escuchar sin expectativas rígidas, a dejarse llevar por cada detalle. Intentar interpretar Lux de manera definitiva carece de sentido; escuchar el disco antes de su canonización es admitir el desconcierto como forma de placer, disfrutar de la multiplicidad de interpretaciones y aceptar que la experiencia importa más que la certeza.