La cantaora flamenca Rocío Márquez

La cantaora flamenca Rocío Márquez @JAIMEFOTO

Músicas

Rocío Márquez: "El conocimiento regala libertad"

La cantaora onubense, una de las figuras del flamenco capaz de combinar el hondo legado de la tradición y el conocimiento académico con la voluntad de innovación musical, reflexiona sobre la herencia cultural de este arte popular 

29 febrero, 2024 15:30

A la segunda pregunta, Rocío Márquez ilustra lo que quiere decir cantando un tono y, para seguir con el ejemplo, grita. El aire se para. Los tres perros y la burrita enana que viven en la casa de campo, llena de árboles y de luz, ni se inmutan. La entrevistadora y el fotógrafo se miran alucinados: su voz sobrecoge hasta en esos silencios que espacian sus respuestas. Aprendió a canturrear -dice- antes que a hablar. Iba a las peñas flamencas al mismo tiempo que a la escuela. Uno de sus tíos la acompañaba cada día, sin oposición de los padres, que siempre le exigieron buenas notas. Y las tuvo. Estudió en la universidad y se doctoró cum laude con una tesis sobre las técnicas vocales en el cante jondo. Es bella de las de cara lavada, pelo brillante y sonrisa sin complejos.  Piensa mucho antes de responder, aunque nunca lo hace con frialdad. Habla bien de todo el mundo, sin empalagar. Ha conseguido emparejarse -musicalmente hablando- con muchos de los que, antes de conocerlos, ya eran sus preferidos: el violagambista Fahmi Alqhai, el cantautor uruguayo Jorge Drexler o el musico electrónico Bronquio. A los sueños les pone tanta voluntad que se le cumplen.  

Desde que Manuel García -hermano de las míticas sopranos María Malibrán y Pauline Viardot- publicó su manual de técnicas vocales se había estudiado poco sobre las posibilidades de la garganta en la academia…

Del flamenco, nunca. Pero, fíjese, no fue mi primera opción. Yo pensé en hacer la tesis sobre Pepe Marchena -que es un referente tan importante y, en ese momento, poco investigado- pero justo en esos meses apareció un estudio completísimo sobre su vida y su cante, así que, dudando, se me vino a la cabeza que, aparte de la técnica en los conservatorios para el canto lírico, no había un estudio especializado sobre las posibilidades y los usos de esas técnicas en el flamenco. Así que me puse a ello. De alguna manera yo misma, mi garganta, fue parte de mi investigación. (Sonríe y asiente cuando se le recuerda que entre otras conclusiones su tesis relaciona el comportamiento de las cuerdas vocales con el ciclo menstrual de las mujeres).

Rocío Márquez

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Claro que hay muchas cosas en común con otras experiencias interpretativas, la respiración, por ejemplo, pero el flamenco tiene la fortuna o la peculiaridad de que, al ser una música de tradición oral, ha sido muy intuitivo. No se canta solamente proyectando en un resonador u otro. Se usa todo el cuerpo. Muchos artistas usan técnica mixta. La gestualidad es fundamental, y no solo forma parte del todo del artista, es que influye en la voz, en la sonoridad, en los registros. Yo me di cuenta de que hacía gestos que debí ver cuando era una niña. No sólo me pasaba a mí: los cantaores adoptamos los gestos de aquellos a quienes hemos admirado y de quienes hemos aprendido. Yo era un calco de Amparo Correa, mi maestra. No existe un manual, hay una enseñanza, una escuela de imitación. A veces, a costa de tus propias posibilidades, por eso abundan los nódulos y los quebrantos de voz. Es pura intuición aprendida. Como estudio me resultó apasionante.

La voz es el mejor Stradivarius.

Yo diría que el cuerpo. Hay un ensayo de Charles Bukowski -asiente ante el asombro que provoca la referencia al autor maldito entre los malditos- sobre los actores y la interpretación que habla precisamente del resonador corporal. Del cuerpo sano o dolorido, maltratado o cuidado, como instrumento. A mí, en aquel momento de la tesis, esa idea me abrió una perspectiva absolutamente seductora. Entendí que no hay una sola escuela ni una única maestría. Incluso en un arte como el flamenco, que nace en la calle y que no siempre se ha cantado igual por factores de todo tipo, socioculturales, geográficos, de todo.

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Las voces, a principios del siglo XX estaban volcadas en los senos paranasales y frontales (hace un gesto), tenían menos volumen, aunque estuvieran muy bien afinadas. Algo no regulado, entre la espontaneidad y la imitación. Hasta Antonio Mairena en los años cincuenta del siglo pasado. Con Mairena se crea un canon, aunque tampoco se profundice en las razones. Por ejemplo, es curioso cómo en la dictadura franquista las voces son redondas, con volumen, con mucha pegada… Me atrevo a decir que es porque los cuerpos tenían una necesidad de expresión más dura, menos amable que en la ópera flamenca, que había sido el período previo. Las circunstancias políticas influyen en todo, también en la música, también en los cuerpos, también en la garganta.

El nacionalcatolicismo se apropió de esa cultura flamenca. ¿O no?

Se le ha asociado, es verdad. Pero me parece una banalidad que hoy se le siga asociando porque hubiera artistas conocidos y mimados entonces o porque se le quisiera asociar a una única identidad nacional. Eso ocurre siempre entre el poder y la cultura popular. Pero decirlo ahora, cuando el flamenco ha llegado a los Grammy, a las músicas alternativas y experimentales... decirlo después de Falla o de Rosalía … Es falso y es un prejuicio. Y no solo por la música: por los artistas. Ese estigma ha dañado especialmente al ámbito más popular del cante, a las peñas, que son las que lo han hecho sobrevivir, las que han servido de escuela yde resistencia. Es injusto y muestra de ignorancia. Sin las peñas perderíamos un importante sostén para el tejido profesional y del público que nos ha acompañado durante las últimas décadas. Nos adentraríamos en un terreno desconocido. Yo luego he estudiado, me he formado, pero muchísimos dimos los primeros pasos en esas peñas de barrios y de pueblos, con gente que dedicaba su tiempo al flamenco por puro amor al arte. Si eso no es cultura popular... (Se encoge de hombros). 

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Algunas ideologías se relacionan con un tipo de cultura, desde Wagner con Hitler al country y los supremacistas de EEUU.

Falso también. En España el flamenco sirvió de herramienta contra el franquismo:  Moreno Galván, José Menese, Manuel Gerena, El Cabrero (todos ellos artistas comprometidos, algunos, en la órbita del PCE). Es la capacidad del arte popular de pertenecer a quien lo canta, a quien lo escucha en casa y a quien lo hereda. Lo que cambia es la profesionalización, el oficio. Que trascienda de lo privado y se convierta en un fenómeno público. Que se pueda vivir -y no malvivir- de eso. O la capacidad de fusionarse con tantísimas culturas, de encajarse con todas las tribus. Poder cantar con una orquesta barroca y con un trapero. 

Usted ha hecho las dos cosas. Y más. 

Intento limitarme lo menos posible, tanto en soledad como en compañía de otros (sonríe). Precisamente preparando la tesis aprendí que hay muchas maneras de resonar, que no hay que elegir sólo una o dos.Yo no me quiero cerrar a ninguna. Tenemos una gama de colores tan grande que merece la pena explorarlos. (Se calla un buen rato, mira al techo, reanuda al poco la conversación). Pero lo que de verdad me ha cambiado es la pandemia. No somos conscientes de lo que supuso para los artistas… Tuvimos que aislarnos como todo el mundo, pero además tuvimos que parar. Todo se frenó. Todo. Ni giras, ni conciertos, ni compromisos. Y entonces aquí, en casa (señala la vista que se ve desde el ventanal, un terreno con huerta y las paredes de cal y añil) perdí el miedo.

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(Hace un gesto para explicarse). Los artistas siempre estamos cuidándonos, pendientes de los conciertos, administrando las fuerzas, mimando la garganta. Con cautelas. Con miedo. En ese momento decidí experimentar conmigo. (Es entonces cuando da una lección de voz, explicando lo que va haciendo). Busqué la expresión total. De la voz, de los gestos, sin ponerme límites. Y grité. Siempre hemos evitado el grito y yo me he trabajado muchísimo el grito (Sonríe muy satisfecha).  

¿Canta distinto? 

Tengo nuevos recursos, pero lo que de verdad me ha cambiado es la cabeza. Como a todos. No somos conscientes de lo que la pandemia ha afectado a los artistas, no tenemos perspectiva. A todo el mundo, pero nosotros vivimos una especie de No Futuro, de parada brutal. Sí, creo que soy otra. He ampliado mis posibilidades, mi paleta. Ahora me permito no clasificarme… Sé que puedo mantener la ortodoxia (Fue reconocida, muy joven, con La lámpara minera, el Nobel del cante) y me gusta, pero también he perdido el miedo a ciertas críticas. El otro día hablando con el Niño de Elche –enfant terrible del flamenco- me dijo: si tú haces y cantas flamenco, lo que haces es flamenco ¿quién te lo va a negar? (Ríe un buen rato).

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Da la impresión de que se mueve bien entre la ortodoxia y la heterodoxia. Y que pasa por ser una niña buena.

Anda… Lo que me considero es muy afortunada. Porque he tenido muy buenos maestros en las peñas, en la escuela –fue a la academia de la mecenas neoyorquina Cristina Heeren en Sevilla–, en la universidad. Y con mi familia. No me han puesto obstáculos, aunque es verdad que yo he sido muy pesada, muy cabezota. Desde que era un mico cantaba fandangos antes de saber hablar, lo aprendí de mi prima Nuri, que ha sido mi hermana y mi cómplice y mi maestra. Somos un clan, vivíamos en una casa sin puertas cerradas mis padres, mis tíos, las primas. Es verdad que no ha habido tradición profesional; mi madre canta como los ángeles, sin embargo nadie en la familia se ha ganado la vida con esto. Me lo han puesto muy fácil. Lo que me pedían es que fuera seria con mi vocación y que tuviera herramientas para ser autónoma. Para poder elegir. 

Y que fuera a la universidad.

La universidad para mí no ha supuesto la búsqueda de una salida profesional. (Piensa un rato). Nunca pensé en dedicarme a la enseñanza (estudió Magisterio Musical y se doctoró en Antropología), me gusta participar en cursos, encuentros, dar charlas pero no estudié para buscarme una profesión. Era una especie de salvavidas, claro, pero lo que encontré fue la alegría del conocimiento. La experiencia de saber. Estoy muy orgullosa de lo que hice. De hecho, nunca dejo de buscar y de aprender. Porque lo que me enganchó del conocimiento es la libertad que regala.

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Más de un profesor se emocionaría al escucharla.

Descubrí muchas cosas: lecturas, experiencias y desarrollé una actitud, una posición crítica, no conformista. Siempre me hago preguntas de todo. Y eso me da libertad. En mi oficio, también. Cuando canto una guajira quiero saber su historia, de dónde viene, quién la ha transmitido. Para experimentar hay que saber mucho. El conocimiento te permite saltar todos los límites porque los reconoces. 

Eso se puede aplicar a la vida en general. ¿Ha dicho que no muchas veces?

(Piensa un rato) Creo que soy una privilegiada. No he hecho nada que no quisiera. He buscado los retos y he tenido la fortuna de cumplirlos. Siempre me escucho, procuro trabajar desde mí, no desde las presiones externas. 

Pero una mujer en el flamenco… 

Bueno, el mundo es machista. El flamenco es machista porque el mundo es machista. Pero ahí también he intentado ser lo más coherente posible y seria… Ganarme el respeto, pero sobre todo mi respeto. Las cosas cambian porque nosotros cambiamos. No hay mejor manifiesto que tu actitud, lo que haces. Ha habido generaciones que han abierto muchas puertas a la mía. De todas maneras, le confieso que de algunas cosas no fui consciente hasta que fui a la yniversidad. Tuve una profesora –Assumpta Sabuco, antropóloga- que nos hizo pensar con ejemplos. Hicimos un trabajo sobre crítica musical y ahí es donde me di cuenta de que se usaban calificativos diferentes para los hombres y para las mujeres. Ellos eran: fuerza, rigor, canon, riesgo. Nosotras: emoción, calidez… Hasta ese momento a mí mucho de lo que se decía me sonaba a chino. Pero aprendí a mirar más allá. Mas allá de mi caso, incluso.

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¿Nunca vivió una situación de discriminación? 

Era consciente de la desigualdad porque está en la realidad, pero la tenía interiorizada por decirlo de alguna manera… No me sentía víctima de nada, aunque es cierto que no he vivido situaciones de acoso insoportables o terribles, que las hay. Desde que fui consciente de ese papel que se nos daba a las mujeres aprendí a defenderme mejor. Por ejemplo: un día fui a cantar en una peña y antes había una tertulia en el escenario. Como llegué pronto, el presidente me dijo: “Anda mujer, súbete que así adornas el escenario”. Lo dijo como galantería. En otro momento de mi vida hasta le habría dado las gracias por el piropo, pero, sin malos modos, le dije que yo no era un florero y que tenía muchas cosas que opinar. Y el hombre no se lo tomó a mal. Me dijo: “Claro, mujer si lo decía por eso. (Ríe). En otro momento me habría callado, tenía normalizado ese trato. Ya no. Aunque también he aprendido a defenderme sin sacar las uñas. El machismo no es exclusividad del flamenco, de ninguna manera.

¿El flamenco se lleva la fama y otros escardan la lana? 

¿Hablamos del rock? Ha habido muchas menos mujeres que en el flamenco sin ir más lejos y les ha costado muchísimo más trabajo hacerse un sitio. Yo he colaborado con todo tipo de músicos, como Christina Rosenvinge, que es una de las pocas que ha logrado sacar cabeza, tener un nombre, hacer una carrera maravillosa, ser algo más que una acompañante en un escenario. El flamenco ha pagado el peaje de muchos tópicos y estereotipos.  Todos vivimos en el mismo contexto, en la misma sociedad que necesita de los Me Too y de los cambios. Pero, puestos a reconocer la realidad, en el flamenco hay y ha habido más mujeres con nombre y con reconocimiento que en el rock (Sonríe para suavizar la frase). El machismo está en el flamenco como está en el rap, en el indie, o en la ópera. Son los hechos los que cambian la realidad, aunque las palabras importen.

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Lo identitario y la fusión.

Mmm. (calla unos minutos) Últimamente le doy muchas vueltas a la idea de desidentificarme. Forma parte de esa idea de búsqueda sin prejuicios, sin límites. Mi evolución ha pasado por dejar de encasillarme a mí misma. He cantado boleros para películas, con gente del trap, con Bronquio; he creado proyectos con músicos de indie y de electrónica… Y me gusta ahondar en los clásicos. No hay contradicción. Todo es búsqueda. También he perdido ese miedo. Quiero equivocarme, explorar y, si no me interesa o no me funciona, girar hacia otro lado. Mi ambición es artística pero cada vez necesito menos para vivir bien. No quiero peajes, no quiero trampas (deudas, se entiende). Y quiero tiempo, la mayoría de mis aventuras han tenido su tiempo… La prisa es mala para el arte.

Tiene fama de exigente.

Mucho. Conmigo. Es que no hay otro camino. Quiero dedicarle a los proyectos en los que me involucre el tiempo y la energía que merecen. Yo entiendo que se hagan cosas para comer, pero llega un punto que se hacen para acumular y ahí es donde yo no quiero estar. Tengo la enorme suerte de dedicarme a algo que amo, que me enseña cada día y no quiero despilfarrarlo. 

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Hablando de éxito: hay quien llama a Rosalía apropiacionista.  

Yo no soy guardiana de ninguna esencia. A mí me encanta que el flamenco llegue a los Grammy, sea cual sea la forma en que lo haga. Le he hablado de identidad y, aunque claramente me siento andaluza, y siento esta cultura como la mía, mi idea de identidad es no excluyente. Todo enriquece. ¿Se imagina la música flamenca sin la rumba catalana, sin los cafés de Madrid, sin los cantes de ida y vuelta? 

¡Qué bien suena con Drexler!

Ay, cantar con Jorge Drexler fue un regalo de la vida. Vi una charla suya en YouTube en la que hablaba de los cantes de ida y vuelta, pero desde allí, desde el otro lado. Me fascinó. Hablando con un amigo me dijo: "Su representante es primo mío". Le hicimos llegar la propuesta, dijo que sí y ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida. Cantamos Aquellos puentes sutiles, un espectáculo de 2019, para comprobar que donde yo ponía a Valderrama él ponía a Zitarrosa. Algo maravilloso, claro que Jorge es maravilloso. El azar es también un buen método de aprender (sonríe ampliamente).

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¿Qué encuentro en su cajón de música? (tiene vinilos y cedés en la habitación).

De todo. Tengo rachas. Ahora me ha dado por Diamanda Galás (vocalista y performer de Estados Unidos, de origen griego) que me tiene deslumbrada. A mí los algoritmos me ayudan, mira por dónde. Busco mucho por las redes y siempre encuentro cosas que o me gustan mucho o me interesan. Confieso que después de grabar y actuar con Tercer Cielo (el disco con Bronquio) se me han despertado las ganas de bailar y de salir a bailar. Para calmarme siempre me refugio en la clásica, actuar con Fahmi Alqhai o Rosa Torres Pardo y conocer por ejemplo al padre Soler –músico del siglo XVIII– me amplió la capacidad de disfrute. Lo cierto es que hay momentos para todo: los boleros, el fado, el jazz, la copla,…

No tiene enemigos

Alguno habrá (sonríe) pero procuro no darles ocasión… Me enerva la injusticia, las situaciones injustas o las mentiras que a veces se dicen, pero he logrado expresarme preservando mi paz, con una cierta armonía.  Las guerras, si las hay, no las libro nunca en público. Cuando algo me duele o me molesta lo litigo en privado. Es la única manera de que no perdamos todos. De todas maneras, le advierto de que los flamencos venimos troleados de casa (ríe), parte de la crítica flamenca no es nada contemporizadora. Estamos acostumbrados. Y también he aprendido a repensar las cosas: no hay blancos y negros. Si hay Rosalía -y me gusta ella o C. Tangana o el Niño de Elche- es porque hay canon. Hay innovación porque hay tradición. A lo que nunca me acostumbraré es a la violencia que existe por el anonimato de las redes. Ahí me protejo y no estoy. Ruido, no.  

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Se estará metiendo en un próximo reto.

Sí, pero, mire, estoy experimentando desde mí. Hay un proyecto que me ha puesto de nuevo a remirar los fandangos, ese cante tan familiar, tan mío (nació en Huelva, aunque vive en Sevilla desde los quince años y viaja mucho) y he tenido como una revelación (sonríe). Estoy escribiendo (confiesa que escribe algunas letras) y sé que necesito tiempo. Quiero explorar. No quiero repetirme. No quiero aburrirme. La rutina me mata. 

La cultura está en números rojos.

Estamos en un momento económico y social muy complicado en el mundo. A veces me duele hasta físicamente. A mí me va bien y, por eso, mi compromiso es con mi propia vida. No se trata de individualismo, sino de lo contrario. Intento ser coherente con todo: pagar bien, deber poco, trabajar desde la honestidad. Esa es mi responsabilidad, que también es una manera de responsabilizarme del mundo. Estoy donde me llaman si las causas son justas e intento justa. No pongo etiquetas ni dejo que me las pongan. Que mi persona hable de mi ideología más que mis palabras. Siento más que nunca que nos matamos y discutimos mientras el uno por ciento de la humanidad tiene el ochenta por ciento de todo. Si los posicionamientos políticos nos separan por encima de los valores, no me interesan. 

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Me cuenta qué escribe. ¿Qué lee? 

También de todo, aunque sobre todo poesía. Reviso los clásicos, pero me gusta descubrir voces como la de Pablo D’Ors y la poesía vertical de Juarroz o los versos de Carmen Camacho. Ahora mismo me he enganchado a Clarissa Pinkola Estés y su Mujeres que corren con lobos y al último libro de Remedios Zafra (El bucle invisible). 

¿Dónde se ve dentro de diez años?

Uy, ni idea. No me veo en el futuro. Me veo todos los días. Metiéndome en algún lío, espero. Aprendiendo y procurando ser dueña de mi tiempo. Estamos viviendo un momento de tal exposición social que resulta insoportable, esclavizados por la imagen que damos. Aspiro a contagiarme lo menos posible. Hace diez años no tenía ni idea de todo lo que iba a vivir. Me flipa lo que la vida puede llegar a sorprender. Y sigo así, agradecida, curiosa, viva. Si pienso en algún sueño…me gustaría actuar en el MoMA.