'El Último de la Fila', el regreso de los enemigos del dictado
Quimi Portet y Manolo García vuelven a meterse juntos en un estudio para reinterpretar su poderoso legado musical, pero esta segunda vida musical, de distinta hondura, carece de la garra y urgencia de sus comienzos
30 enero, 2024 19:00A los componentes de El Último de la Fila –como a Sinatra– siempre les gustó hacer las cosas a su manera. Depositarios de una extraña forma de humildad orgullosa --mitad nostrada, mitad lolaila, toda suya-- reiteradamente se han negado a pagar los tributos que su éxito masivo requería. Ni en el fondo ni en la forma. Ni tan siquiera a la hora de disolverse. “No volvemos, porque nunca nos fuimos”, dicen ahora aludiendo al carácter omnipresente de unas canciones –las suyas– que ya forman parte de la memoria colectiva y que acaban de regrabar bajo el irónico nombre –carajillos mediante—de Desbarajuste piramidal.
Casi cuarenta años después de su fundación, el dúo catalán sigue ungido por el mismo halo de pureza de sus inicios. Amateurismo en el mejor sentido de la palabra –amateur viene de amor—, sentido del humor y autenticidad. Quimi Portet y Manolo García viven orgullosos su condición de perros verdes, casi refractarios al espíritu de una movida que nunca fue la suya. Hay en su forma de componer y comunicar algo de últimos caballeros románticos, pero con un deje burlón en la mirada.
Si en los años 80 y 90 su natural aristocracia ética ya era alternativa –en vez de aceptar ser patrocinados por marcas comerciales, eran ellos los que aportaban parte de sus beneficios a asociaciones ecologistas– para los estándares de hoy resultan directamente extraterrestres. Ahora que las rupturas sentimentales de los astros musicales producen más dividendos que lágrimas, y cotiza al alza la unión entre amarillismo y canciones, apenas se sabe nada de su vida privada. Manolo García se niega a confesar su edad siguiendo la tradición de las folclóricas --de alguna forma ya es como ellas-- o se dedica a pasar las tardes pintando y descosiendo las marcas de la ropa que compra. Quimi Portet persiste en su marciana obra en catalán con una originalidad y entusiasmo encomiable.
¿Pero si esto no es una vuelta entonces qué es? Quimi responde --burlón, clarividente-que sólo es un disco. Un disco cocinado a fuego lento, sin solución de continuidad, casi sin querer, como si fuera la recaída temporal de dos antiguos amantes, años de revisión del pasado desde la edad adulta. Cuentan que debido a un homenaje al periodista catalán Àngel Casas –uno de los culpables de su acceso al mainstream-- quedaban a comer y después tocaban un poco, con calma y disfrute.
El viejo nuevo disco fue saliendo solo. De memoria eligieron las canciones que les gustaría tocar de nuevo. Si la canción seleccionada no salía con los nuevos arreglos la desechaban. Sin la urgencia del ayer. Y es tal vez esa urgencia la que se echa de menos en algunas de esas revisiones. Estos son unos grandes éxitos sui generis, casi lo contrario de lo que se suele hacer al respecto. No han optado por grandes orquestaciones, ni colaboraciones fetén o ni por la ostentación de productores de relumbrón. Al contrario, el disco lo han grabado los dos a cara de perro, con lo que tenían a mano, a la antigua usanza, en el estudio de Quimi y se han esforzado en no esforzarse, en hacer lo que les da la gana en todo momento sin atender a los cantos de sirena exteriores, siempre enemigos del dictado.
Igual que todo español lleva un seleccionador nacional de fútbol parasitándole el alma, todo aficionado a El Último de la Fila lleva un alien de antólogo. Unos pensarán que sobran unas canciones y que faltan otras, echarán de menos su canción favorita o creerán que han incluido temas prescindibles. La colección comienza por una versión domada de Insurrección, poniendo las cosas claras a la primera. Como el viejo Dylan, negándose a hacer los que el público anhela, ellos entregan una versión serena del himno urgente.
Siguen con la sorpresa de un inicio que parece calcado de Save tonight de Eagle-eye Cherry de Ya no danzo al son de los tambores, y es ese ritmo AOR –elegante, internacional, adulto-- el que nos vamos encontrando a lo largo de todo el disco. Formas menos alocadas de entender las canciones, más espacio para la voz de Manolo, que se vuelve sobria, bien envuelta por arreglos nuevos en armonías antiguas. Continúa una colección de sus singles: Sara, Mar antiguo, Lápiz y tinta –podrían ser otros, pero todas son buenas– caprichosa pero sensata, donde destaca el rescate de canciones de los tres primeros discos –incluso Navaja de papel, una de Los Rápidos– en comparación con los tres últimos.
Nos volvemos a encontrar con el nostálgico enamorado Manuel –Lico. Manuel– en una versión de Llanto de pasión casi desnuda en guitarra y voz, con un diez por ciento menos de quejío pero igual de voltaje emocional. Destacan Aviones plateados y Soy un accidente, donde sus excelentes letras llegan mejor que en las benditas y enmarañadas versiones originales. Pierden garra, ganan hondura. Al himno panteísta Dios de la Lluvia –si en el pasado un desesperado conseller acudió al monasterio de Montserrat para remediar la pertinaz sequía, prensamos que el de ahora debería escuchar esta canción— también lo bajan de revoluciones para entregar otro tiempo medio magnífico. Todo es reposado y elegante, las letras refulgen, la estructura destaca, despejada de los arabescos –queridos– del pasado.
Aunque en los análisis culturales tendemos a soslayar la importancia del contexto en la recepción de cualquier obra, sabemos que indefectiblemente afecta a cómo leemos y escuchamos. Las obras pop son parte arquitectura y melodía y en una buena medida también su circunstancia –el atractivo de los intérpretes, el entorno festivo o melancólico de la escucha–, por eso la mayor parte de personas consideran que las mejores canciones de la historia coinciden con las que escuchó en su adolescencia y juventud, como si ellas, como aquel ámbar de Jurassic Park, contuvieran algo que todavía queda intacto. Sabemos que las canciones con las que crecimos se nos marcan a fuego el gusto y por eso tendemos a rechazar las nuevas versiones de estas.
El viaje de Desbarajuste Piramidal no es apabullante, pero –una vez aceptado que el libre albedrío es el lema favorito del dúo– no por eso deja de ser gozoso para cualquier fan de música española. No podía ser de otra manera: son algunas de las mejores canciones escritas nunca en nuestro idioma. No vienen –ni quieren– estas canciones sustituir a las originales, por lo que proponemos un viaje de ida y vuelta, escuchar las nuevas para volver al origen con una mirada más amplia, conscientes de la hermosa antología de unas palabras en desuso, del alto nivel lírico del grupo, de esa mezcla de alta cultura y barrio –que luego heredó Pérez Andújar— que nos ha hecho tan felices y que nos sigue haciendo felices.