'Watertown', el canto del cisne de Sinatra
Universal Music saca al mercado una edición especial, con mejor sonido y material extra, del único e incomprendido disco conceptual del gran 'crooner' norteamericano, grabado en los años setenta
1 enero, 2023 19:30En 1970 Frank Sinatra estaba en crisis. El rock, el free jazz, la psicodelia, el hippismo y las convulsiones sociales habían convertido a los crooners como él en dinosaurios, en reliquias del pasado. El cantante no acababa de encontrar el rumbo y entonces llegó Watertown, un álbum conceptual cuyas canciones narraban en primera persona las desgracias de un hombre al que su esposa abandona en una pequeña ciudad de provincias para largarse a vivir la vida en Nueva York. El disco no solo ocupa un lugar muy singular en su carrera, sino que fue el canto del cisne de La Voz, quien nunca volvería a grabar una obra de esta altura. Universal Music acaba de sacar una edición especial que incluye una nueva mezcla de sonido más limpia y material añadido, como un epílogo que no se incluyó en el LP original, tomas de estudio descartadas o cuñas radiofónicas de la época.
Tras sus inicios como vocalista de las orquestas de Harry James y Tommy Dorsey, Sinatra vivió su década dorada en los años cincuenta del pasado siglo. Firmó un contrato con Capitol y encadenó una serie de grandes álbumes orquestales, dedicados unos a los de temas más melancólicos y melódicos de crooner y otros a su versión más swing y jazzística. Entre ellos destacan sus colaboraciones con el arreglista Nelson Riddle, como Songs for Young Lovers, In The Wee Small Hours y Songs for Swingin’ Lovers, además de los que grabó con Gordon Jenkins –Where Are You?–, y al final de la década con Billy May: Come Fly With Me, Only the Lonely y Come Dance With Me. Esta década fue también la de su esplendor en Hollywood.
Después de coprotagonizar en los años cuarenta musicales como Levando anclas o Un día en Nueva York, Sinatra puso empeño en triunfar como actor dramático. Lo consiguió con De aquí a la eternidad de Fred Zinnemann, al adjudicársele el personaje secundario de Angelo Maggio, para conseguir el cual contó, según la rumorología, con una ayudita de sus amigos de la mafia. Con o sin espaldarazo de la Cosa Nostra, ese papel le valió un Oscar (la cinta ganó ocho, incluido el de mejor película) y reorientó su carrera más allá de los musicales. Rodó thrillers como De repente, interpretó a un músico de jazz heroinómano en El hombre del brazo de oro, filmó en España la película histórica Orgullo y pasión (en la época de la convulsa relación con Ava Gardner, de la que en Madrid han quedado varias leyendas), y el melodrama de Vincente Minnelli Como un torrente y siguió haciendo musicales como Pal Joey, Alta sociedad o Ellos y ellas.
La década de los sesenta se inauguró con la liberación del contrato con Capitol y la creación de un sello propio, Reprise, donde grabarían él y la troupe del Rat Pack –los dos que cantaban: Dean Martin y Sammy Davies–, aunque no tardó en vendérselo a Warner en 1963. Los discos de estudio de este periodo, que incluyen un par con la orquesta de Count Basie, son en general más flojos que los de la década anterior. Aun así, hay todavía lanza álbumes interesantes como Nice’n’Easy, última grabación para Capitol publicada en 1960, en la que retoma la colaboración con Riddle, y ya con Reprise Ring-a-Ding Ding!, Sing Along With Me (con May) o September of My Years (con Gordon Jenkins). Sin embargo, el colaborador más relevante de estos años será el productor y arreglista Don Costa (¿recuerdan, los que tienen una edad, a una niña cantante repelente llamada Nikka Costa?, pues era su hija), que trabaja con él por primera vez en 1962 en Sinatra & Strings y conforme avanza la década lo arrastra hacia terrenos próximos al pop musicalmente muy endebles.
Lo mejor de este periodo son dos discos extraordinarios grabados en directo, que muestran a un Sinatra pletórico: Sinatra & Sextet: Live in Paris, presentados por Charles Aznavour en un concierto grabado en 1962 (aunque no apareció en disco hasta 1994) y sobre todo el estratosférico Sinatra at the Sands, registrado en Las Vegas en 1966, con la orquesta de Count Basie a toda máquina, con arreglos y dirección de Quincy Jones, y el cantante rebosante de buen humor y swing. En esta década, su carrera cinematográfica flojea, aunque protagoniza todavía algunas buenas películas como Ocean’s Eleven y la extraordinaria pesadilla conspiranoica El mensajero del miedo de Frankenheimer.
Musicalmente, conforme avanzan los sesenta, la producción discográfica en estudio de Sinatra va dando tumbos. A finales de la década intenta enderezar el rumbo con una colaboración con Antonio Carlos Jobim, pero tentativas seudopop como Cycles (que incluye versiones bochornosas de joyas como Both Sides Now de Joni Mitchell o By the Time I Get to Phoenix de Jimmy Webb) llevan al cantante a tocar fondo. Y entonces, en 1970, llega una rareza llamada Watertown, que nos devuelve inopinadamente al mejor Sinatra.
Los temas del disco los compusieron dos personajes poco conocidos: Bob Gauido, miembro del cuarteto vocal pop The Four Seasons liderado por Frankie Valli, y el letrista Jake Holmes. Le presentaron a Sinatra el disco ya compuesto por completo, que constaba de diez canciones (más un epílogo que no se incluyó en el LP original). Se trata de un proyecto inusual para La Voz, porque es un disco conceptual, que desarrolla una historia, narrada en primera persona por su protagonista, y porque este protagonista es un don nadie de una ciudad de provincias en Massachussetts, cerca de Boston, al que su mujer deja plantado con sus dos hijos para largarse a Nueva York en busca de experiencias vitales.
Este registro de la balada de desamor Sinatra lo había trabajado en álbumes clásicos como In the Wee Small Hours, Only the Lonely o September of My Years, que tenían unidad temática y formal, pero en ningún caso eran conceptuales. En Watertown da voz a personaje que recorre todo el disco y lleva el tema del desamor al paroxismo. Aquí el crooner adopta un tono especialmente desesperanzado y fatalista. Este tono de Sinatra en este LP no está muy alejado del desacomplejado sentimentalismo que había puesto en juego el extravagante Scott Walker en sus cuatro primeros discos en solitario –grabados entre 1967 y 1969, bajo la sombra tutelar de Jacques Brel–, antes de irse adentrando en una experimentación cada vez más tronada. Tampoco está lejos de la emoción desgarrada con la que canta a la desesperanza, desde el jazz, el inmenso Jimmy Scott, que se pasó media vida siendo un incomprendido.
En Watertown, las letras de Holmes son interesantes. El primer tema, que introduce el escenario de la historia, es ya demoledor: “Old Watertown/Everyone knows/The perfect crime,/Killin' time ("Viejo Watertown/donde todo el mundo conoce/el crimen perfecto:/matar el tiempo"), y la siguiente, Goodbye (She Quietley Says), que evoca el momento en que la mujer se larga, arranca así: “There is no great big ending, no sunset in the sky/There is no string ensemble, and she doesn't even cry / And just as I begin to say that we should make another try/She reaches out across the table looks at me and quietly says good-bye/There is no big explosion, no tempest in the tea/The world does not stop turning round, there's no big tragedy” ("No hay un gran final, nada de ocasos en el cielo / Ningún cuarteto de cuerda tocando, y ella ni siquiera llora / Y cuando yo empiezo a decir que deberíamos intentarlo de nuevo / Ella estira los brazos sobre la mesa y en voz baja me dice adiós / No se produce ninguna gran explosión, ninguna tempestad en el té / El mundo no deja de girar y no estalla una gran tragedia").
Todo el disco es la desolada narración de este hombre abandonado, que al final recibe una carta de la mujer diciéndole que regresa –la penúltima canción, She Says -, pero en la última –The Train– él va a buscarla a la estación, pero ella no aparece. Hay un detalle indicativo de la singularidad del álbum: por primera vez en la carrera de Sinatra, él no aparece como reclamo en la portada –ni tampoco en la contraportada–, que está ocupada por un dibujo a lápiz de la estación de una pequeña ciudad, con una silueta de espaldas sobre un pavimento mojado.
En su día, Watertown no fue bien recibido. Recibió críticas entre tibias y negativas, se vendió mal y no llegó a entrar en los 100 del Billboard (se quedó en el puesto 101). Ninguno de los discos posteriores que grabó Sinatra tiene una calidad musical destacable, aunque algunos, como los postreros duetos, se vendieran muy bien. Watertown es, además de una rareza (¡un LP conceptual de Sinatra!) y una pequeña joya cada vez mejor comprendida y más venerada, su canto del cisne, el último gran disco que grabó, en unos años de incertidumbre y desorientación. El disco en el que Frank Sinatra dio voz a un loser.