Póster de Michael Kiwanuka / STEVIE GEE

Póster de Michael Kiwanuka / STEVIE GEE

Músicas

Michael Kiwanuka, majestuoso 'soul'

El músico británico, uno de los mayores talentos que ha dado el género en los últimos tiempos, realiza una breve gira por España que incluye una noche en la sala Razzmatazz de Barcelona

4 septiembre, 2022 19:00

De Michael Kiwanuka nos llegaron las primeras noticias hace ya una década, cuando publicó Home Again, un debut que motivó generosas comparaciones con grandes clásicos como Otis Redding, Bill Withers, Sam Cooke o Van Morrison. No es que faltasen argumentos para defender tan elevados parentescos en la música de este joven, nacido en Londres en 1987, hijo de padres ugandeses que habían llegado allí buscando refugio contra la brutalidad sanguinaria del dictador Idi Amin. Pero en aquel momento, en 2012, no mucho después de la muerte de Amy Winehouse y con una amplísima nómina de artistas volando más allá del radar mediático generalista (Sharon Jones, Lee Fields, Charles Bradley, James Hunter, Nick Waterhouse, The Monophonics, Eli Paperboy Reed, Nathaniel Rateliff y tantos otros), hubo muchos que por saturación ante el auge del revival soul o por desconfianza en el hype decidieron, ese fue al menos nuestro caso, que sí, buena voz, buen disco, todo muy bonito, estupendo Kiwanuka, pero uno más, al fin y al cabo, de la larguísima fila de músicos que parecían haberse puesto en secreto de acuerdo para volver a sacarle brillo a ese viejo y vibrante sonido y convertirlo en una nueva moda de qualité. ¿No?

Michael Kiwanuka

Pues no. Error. Bastó con limpiarse los oídos de prejuicios y dedicarle algo de verdadera atención para darse cuenta de que Kiwanuka, a quien llegaron a llamar “el Van Morrison negro” tras ese primer álbum, tenía algo. Algo distinto, algo poderoso, algo realmente personal. El artista se crió en un apacible y acomodado barrio suburbano del Norte de Londres, muy british, con casitas de arquitectura eduardiana y aplastante mayoría de población blanca (Muswell Hill, del que en su día salieron The Kinks), lo que en términos musicales y sociológicos significó, en su caso, que se pasó la niñez escuchando discos de Nirvana, Pink Floyd, Radiohead, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Oasis y otros protagonistas del brit-pop ubicuo en aquellos días. La pasión por el soul, por los citados al comienzo de este texto y por tantos otros maestros del género y alrededores (Ray Charles, Curtis Mayfield, Nina Simone, Terry Callier, Isaac Hayes, Marvin Gaye...) llegaría algo más tarde, cuando se matriculó en la Royal Academy of Music de la capital británica para formarse como guitarrista y compositor y profundizó en esta bellísima e inabarcable tradición.

Love & Hate (

Lo que queremos decir es que tal vez sea achacable a su descubrimiento relativamente tardío de la música de raíz negra ese algo distinto y profundamente personal que tiene la obra de Kiwanuka, la cual remite inequívocamente a la más canónica e intachable colección de discos de soul clásico pero a la vez suena y se siente de veras contemporánea, lo que quiere decir que no es previsible, ni rutinaria, ni forzadamente retro ni desprovista de una voz propia, como tantas veces ocurre con otros músicos de estéticas o propósitos similares, más aún en un género en el que la trampa y el cartón asoman rápidamente.

La confirmación del mayúsculo talento de Kiwanuka como compositor e intérprete llegó con Love & Hate (2016), un disco majestuoso, elegantísimo, con un sonido exquisito, pura emoción, bellísimo. Con la ayuda de dos productores de gran finezza, Iflo (familiarizado con el rap) y Danger Mouse (experto en dar lustre contemporáneo a propuestas de espíritu vintage, desde los Black Keys a Beck pasando por Adele), el inglés firmó un excepcional álbum de soul elegíaco (los vientos tan importantes en la vertiente más festiva o enérgica del género se repliegan casi totalmente para cederle el protagonismo a unos preciosos arreglos en forma de cascadas y remolinos de cuerdas y a unos sensacionales coros de linaje góspel) que pese a su naturaleza melancólica e introspectiva no renuncia al vitalismo ni a llevarse alguna alegría para el cuerpo, como ocurre con el contagioso latido funk de Black man in a white world y One more time.

Por si fuera poco, Kiwanuka además se reveló en este álbum no sólo como un gran cantante, con su voz levemente rasgada y doliente, sino también como un juicioso guitarrista, capaz de evocar tanto las atmósferas de David Gilmour con Pink Floyd en los pasajes instrumentales de la suite que abre el disco (Cold Little Heart) como al más impetuoso y mercurial Hendrix en el corte que lo cierra, ese The final frame que comienza como un blues minimal y acaba mutando en volcán. La inclusión de un edit de Cold Little Heart en la banda sonora de Big Little Lies, la exitosa serie de HBO, terminó de darle el empujón de popularidad que ya su música por sí sola merecía con creces desde antes. De modo que las expectativas respecto a su tercer álbum, que acabó publicando tres años después, en 2019, eran enormes.

No defraudó, vaya que no. A diferencia de Love & Hate, que tenía cuatro o cinco singles clarísimos junto a sus medios tiempos y baladas de épica íntima, su nuevo trabajo, titulado a secas y en mayúsculas KIWANUKA (el apellido demasiado exótico que tantos profesionales de la industria discográfica le habían insistido en ocultar al principio de su carrera), ahondaba aún más en su identidad y sus raíces negras con canciones de tempo lento que confiaban su encanto a su atmósfera, la riqueza de sus detalles y la solidez de la escritura. Producido de nuevo al alimón por Iflo y Danger Mouse (y seguimos trayéndolos a colación porque el sonido en sí mismo es aquí, de nuevo, tan importante como las composiciones que se envuelven en él), este tercer disco es de los que calan poco a poco y cada vez más hondo, o sea, de los que duran.

De nuevo con primorosos coros y por primera vez con capas de sintetizadores que terminan de dibujar sutilmente un ambiente de ensoñación (algunas intros, como la de Hard to say goodbye, parecen un cruce entre Morricone y el Henry Mancini más lírico), el álbum conjuga el mejor folk confesional con el pop orquestal de un Burt Bacharach, sinuosos ritmos casi más propios de un hipotético rock progresivo de cámara, fugas psicodélicas, interludios de delicado minimalismo pianístico, arrebatos eléctricos con el fuzz desbordado, entre Hendrix (de nuevo) y su admirado Eddie Hazel (Funkadelic)... Una obra tremendamente libre y personal, en fin, que pese a la dificultad que entrañaba el intento supera incluso el calado artístico de Love & Hate.

Las últimas noticias del músico son todas buenas: un single de 2021 con un par de sensacionales temas al ralentí, Beautitul Life (compuesta para la banda sonora de un documental de Netflix, Convergence) y All my life; y la gira que lo va a traer este mes de septiembre a varias ciudades españolas: Málaga (día 9, dentro del Andalucía Big Festival), Barcelona (16, sala Razzmatazz), Zaragoza (17, Auditorio), Madrid en doble fecha (19 y 20, sala La Riviera) y Vigo (22, Auditorio del Mar). Hay un par de directos disponibles del artista: Spotify Sessions, grabado en 2016, y Out Loud! (2018). Lo decimos por si alguien necesita comprobar que, además de enormes canciones, Kiwanuka tiene un directo para no perdérselo. Avisados quedan.