El 'Cruel Country' de Wilco, la sencillez de la hermosura
La banda de Jeff Tweedy regresa al imaginario musical más tradicional y a la estética de sus primeros tiempos y entrega a su público su disco más convincente de los últimos años
24 julio, 2022 20:30Con el imponente díptico compuesto por Yankee Hotel Foxtrot (2001) y A Ghost is Born (2004), Wilco logró concretar con sus mayores –altísimas– cotas de refinamiento y sutileza los anhelos experimentales, la continua e incansable búsqueda de otros matices para ensanchar o más bien romper con la etiqueta alt-country de la que Uncle Tupelo, el anterior proyecto del jefe, Jeff Tweedy, era precisamente una de las referencias más atractivas e inapelables. Y poco a poco, en gran medida por el público que llegó en aluvión a su obra de la mano de esos dos trabajos, el grupo se fue envolviendo en una cierta reputación arty y acabó convertido en un fetiche de la crítica, un grupo casi sacralizado... con el peligroso componente estatuario que encierran las cosas sometidas a adoración.
Discos posteriores como el también muy aplaudido Sky Blue Sky (2007) dejaban entrever a unos músicos más cómodos que nunca, tanto que a veces parecían rozar la autocomplacencia, y a partir de entonces la trayectoria de Wilco ha constituido una suerte de ejercicio de equilibrio, en ocasiones un tanto descafeinado y rutinario, entre la necesidad de justificar su estatus de grupo inquieto y transgresor y la continua depuración clasicista del rock enraizado. Como las paradojas hacen más divertida la vida, Cruel Country, su álbum más hermoso e inspirado en años, lo es precisamente por lo que parece un descanso en toda regla de esa tensión creativa sobre la que se ha erigido buena parte de la reputación de Tweedy como compositor de altura.
En su nuevo disco la banda abraza sin necesidad de coartadas la más radiante sencillez, y al hacerlo conecta justamente con el legado tradicional que Wilco parecía llevar casi treinta años matizando o, en el mejor de los sentidos posibles, adulterando. Cruel Country rezuma relajación, calma y gozo, con su atmósfera abierta de par en par a los placeres sencillos. Grabado en distintas tomas en directo con todos los músicos tocando al unísono, método que el grupo no seguía desde hacía 15 años, el disco parece en cierto modo una reacción al estremecimiento y el aislamiento de los primeros meses de la pandemia.
De algún modo vibra en todo momento la elemental dicha de seis magníficos músicos que se han juntado en un local por primera vez en mucho tiempo y están entusiasmados con su puñado de canciones primigenias y cristalinas. En este sentido es un álbum muy de banda, donde prima lo colectivo pese a que al mismo tiempo todo está al servicio de una voz, y los otras veces habituales solos del guitarrista Nels Cline se sustituyen por unos medidísimos y bellos arreglos.
Es, también, un disco con aroma clásico por los cuatro costados y de sonido suave, tenue, cálido, tierno incluso, lleno de guitarras acústicas, percusiones blanditas y pianos, un montón de slides y arreglos de steel guitar, coros en su sitio, sin florituras ni añadidos, muy bonitas melodías, letras directas, y ejecutado –clavado– de manera exquisita por un conjunto de intérpretes que de esto saben lo que no está en los escritos. “Habla conmigo, no quiero escuchar poesía / dilo de manera sencilla, con tus palabras”, canta Tweedy en The Universe, sintetizando de paso el espíritu de Cruel Country.
En algunas entrevistas anteriores a la publicación del disco, los miembros del grupo señalaron que las nuevas canciones irían en la línea de trabajos como A.M. (1995) o Being there (1996). La comparación con las dos obras inaugurales de la discografía de Wilco no resulta particularmente beneficiosa, pero, sin llegar al sobresaliente, Cruel Country alcanza sin despeinarse un muy hermoso notable. Además, a diferencia de los discos del último tramo de la banda, como Star Wars (2015), Schmilco (2016) y Ode to joy (2019), tiene un fuerte sentido de unidad y funciona estupendamente como disco, incluso a pesar de que algunas de las 21 canciones que lo componen suenan casi a esbozos que admitirían otro desarrollo o tal vez encontrarían mejor acomodo en la obra en solitario de Tweedy, por lo que una selección más contenida de los temas habría conferido un empaque mucho mayor al conjunto.
No obstante, conforme se suceden las escuchas, incluso esta cierta tendencia a la acumulación, en un álbum tan bello y fluido, pasa perfectamente por ser otro más de sus encantos. Cruel Country, el título, juega de manera evidente con el doble sentido del término country. ¿Es un disco de country? No. Ni en su acepción canónica ni en el sentido en que Uncle Tupelo sonó en los años 90. Pero está sin duda inspirado en el género, en su vertiente acústica mayormente, para a partir de esa premisa dar alas a los medios tiempos y baladas de caminos polvorientos que constituyen el grueso del disco, y al resto de composiciones que lo conforman, entre el folk y esa clase de pop agridulce de linaje inequívocamente lennoniano que Tweedy suele clavar se diría que casi sin inmutarse.
¿Es un disco, entonces, sobre el país de la banda? En parte sí. La división social y el ambiente de alienación y desquiciamiento extremista de los actuales Estados Unidos vibran en el disco desde su primer corte, I am my mother, con imágenes de inmigrantes en la frontera sur, hasta la terrible conclusión a la que llega en Hints: “No hay término medio cuando el otro lado preferiría matar antes que comprometerse”. Cruel Country, la canción, condensa perfectamente y sin andarse por las armas un manifiesto de patriotismo liberal y casi resignado: “Amo a mi país / como un niño pequeño / rojo, blanco y azul / amo a mí país / estúpido y cruel”.
Sobre todo es un disco personal que aborda en la mayoría de las canciones abatimientos y melancolías algo abstractos, reflexiones de distinta índole y alguna pieza, como Tired of taking it out of you, preciosa aunque sea en el fondo un monumento al amante egoísta y pasivo-agresivo, digna de figurar entre las mejores canciones de amor que ha grabado la banda en su longeva trayectoria. Los viejos zorros de Wilco vuelven a dejar claro en Cruel Country por qué son una de las grandísimas bandas del rock americano de las últimas décadas. Y para ello no les hace falta siquiera entregar una obra especialmente brillante. ¿De cuántos discos entre todos los que ponemos a sonar en casa ya sea porque nos sale al paso o porque tenemos auténtico interés, de cuántos, conviene pensarlo un poco, puede decirse sin faltar a la verdad que dejan con ganas de volver a escucharlo una vez, y otra, y otra, y otra, y otra...?