Música
Wilco y el corazón de las tinieblas
El ‘Yankee Hotel Foxtrot’, un disco legendario en el que la banda Wilco logró hibridar la vanguardia con la tradición ‘rock’ de Norteamérica cumple su vigésimo aniversario
19 octubre, 2021 00:00En plena burbuja inmobiliaria, a los integrantes de Wilco --banda americana de rock alternativo adicta a la deconstrucción, tal vez el grupo indie más mainstream del mundo-- se les ocurrió comprarse un loft enorme en los suburbios de Chicago. Imagínenselo. Alfombras persas, techos altos y paredes blancas y desnudas. Guitarras Fender, acústicas Martin y Les Paul esparcidas por las habitaciones. Micrófonos vintage para lograr la sonorización tradicional, pianos clásicos y mellotrones de fantasía. Una máquina de escribir y una nevera llena de buenos alcoholes. Juguetes musicales y equipos de grabación. Y una habitación con literas para cuando a Jeff Tweedy --el líder de la banda, aquejado de migraña-- tenía bronca con su esposa.
Un palpable Valhala para cualquier banda con ganas de trabajar y experimentar. Si a todo esto le sumamos la certeza de que su entonces nuevo disco --generosamente pagado-- iba a salir con libertad absoluta y el respaldo de una gran multinacional discográfica, Reprise Records, marca subsidiaria de Warner, podemos convenir de que no existían mejores condiciones para la creación de una obra grande y perdurable. Sí, por aquel entonces, hace exactamente veinte años, Wilco pretendía asaltar la vanguardia desde su guarida folk. Tweedy se sentía preparado junto a su escudero --aunque este epíteto enojaría al señalado-- Jay Bennett.
Juntos tuvieron la intención de reinventar el sonido de la banda para hacerlo entrar en una nueva modernidad que sonaba como la antigua vanguardia. Ya habían realizado un primer ensayo con Summerteeth, su tercer disco. Pero no les había salido bien del todo. El grupo, nacido en 1994 de las cenizas de Uncle Tupelo, se había fogueado en buena parte de los garitos y pequeños locales de Estados Unidos ensayando una suerte de country para jóvenes airados. Wilco había provocado el interés de la crítica sesuda, unos cuantos miles de fans y tres discos más que reseñables, pero sus resultados comerciales y sus cotas de popularidad no eran tan buenos como esperaban. O no tanto como prometían las bellas canciones de su primera obra, A.M, el disco Being There o las antologías realizadas con Billy Bragg a partir de las letras del legendario Woody Guthrie.
La banda era un cañón en directo, las composiciones redondas y Tweedy poseía un destacable carisma. Pero, por mucho que lo intentaran, no había manera de romper el techo de cristal de las bandas superventas. Para entendernos, no eran los nuevos R.E.M. Debemos recordar que se vivían en ese instante los tiempos de dictadura grunge. Los medios no sabían qué etiqueta colocar a esos jóvenes que parecían asumían la tradición rockera desde una perspectiva desprejuiciada, que aunaban la raíz y el calambre.
En un giro de guión, como sucede en las superproducciones del Hollywood mítico, donde lo aparentemente ideal empieza a torcerse por un hecho fortuito --puede ser la animadversión entre director y productor, un huracán o una tormenta imprevista, la duda hamletiana de los guionistas o la falta de recursos económicos-- y todo parece irse al garete, Yankee Hotel Foxtrot, el registro sonoro de aquella aventura, corrió el riesgo de convertirse en un disco fantasma, un intento brillante, una obra non nata. Y, sin embargo, como sucede en Casablanca, Lo que el viento se llevó o Apocalipsis Now, el caos producido a su alrededor no hizo sino agudizar una forma de esquinada belleza y profundidad. El ruido y la furia, en ocasiones, genera las mejores obras de arte.
Jay Walter Bennett en un show en el Riviera Theatre de Chicago
A la leyenda de su tortuosa grabación y producción se suma la certeza del testimonio cinematográfico. Tweedy accedió a que documentaran la grabación del disco sin ni tan siquiera imaginar que la película resultante iba a ser una suerte de melodrama del genio creativo, un culebrón de geniecillos musicales protagonizado por él y Bennett. En la más que recomendable película I’m trying to break your heart, dirigida por San Jones, podemos observar cómo ambos encarnan la manida y masculina rivalidad entre artistas (podemos citas como antecedentes lo sucedido entre Lennon y McCartney en The Beatles, Marr y Morrisey en The Smiths o Robbie Robertson y Levon Helm en The Band) con un final trágico --Tweedy terminó echando a Bennett, que falleció unos años después, poniendo fin al binomio-- a la par que feliz, por el resultado conseguido. Un viaje hasta el final de la noche. Un corazón de las tinieblas musical.
Con independencia de su contexto, Yankee Hotel Foxtrot (2002) --título sacado de unas grabaciones encriptadas de radio-- es el disco definitivo donde los miembros de Wilco se hacen mayores. Un álbum donde la melodía y la disonancia compiten sin que haya una clara ganadora, repleto de susurros y estética, ruido y violines, riffs electrónicos, voces postindustriales y guitarras acústicas. El primer tema, I’m Triying to break your heart, basta para darse cuenta del tamaño de su osadía. El relato oficial dice que la compañía discográfica tardó treinta segundos en desechar la idea. No era para menos, tal era la audacia y el compromiso del grupo con el riesgo. Siete minutos de pompa instrumental y zarpazos vanguardistas. Un tema denso y melancólico con una base rítmica que juega con el jazz. Una atonalidad que mezcla la balada y la pesadilla.
Los temas que siguen tampoco dan tregua. Van desde el soft rock de Kamera hasta la desolación personal de Radio Cure. Todos magníficamente producidos, trabajados y sentidos. Todos entre la molestia y la caricia. Bien es cierto que hacia la mitad del disco sitúan un recodo donde descansar. Un claro entre tanta tormenta. Responde al nombre de Jesus, etc. Con esta canción conseguirían el single perfecto para el asalto comercial. Fue su Losing my religion o su Smells like teen spirit. No hay nadie a quien no le guste ni nada mejor para sobrellevar un mal día como escucharla: Bitter melodies turning your orbit around.
Pero este buen tiempo tan solo era un espejismo, un oasis alucinado --algo similar ocurre despuéss con la soleada y nostálgica Heavy Metal Drummer-- para tomar fuerzas ante lo que viene. Canciones hondas, densas y extrañas como Ashes of American Flags, Poor Places o Reservations. Melodías a medio deshacerse en ruidos, pero cuyo sentido, similar al de los cuadros de Vasili Kandinsky, donde la figuración va dando paso a la abstracción pero el resultado final no es ni una cosa ni la otra. Es una música cuya comprensión necesita el corazón y la inteligencia, la piel y las neuronas.
Mirándoles componer y perder los estribos, oyendo a Tweedy susurrar frases en el loft y vomitar de hastío ante los problemas técnicos y emocionales que le lanza Bennett, te das cuenta de la épica implícita en ese viaje. Su música se mueve entre la tradición y la modernidad, la necesidad de sentir los latidos de la raíz y, casi al unísono bombear el ritmo sincopado de la vanguardia, forzar la descomposición de los elementos clásicos de una canción para escucharlos de otra manera, como una orquesta rock cubista. Veinte años de creatividad incólume.